No recordaba haber estado tan tenso en mi vida como esa mañana. Aunque había cerrado tratos multimillonarios con CEOs de todo el mundo, nada me había preparado para la importancia de este momento. Ese día, Leona tenía que decidir si firmaría el contrato. Hasta el momento, había sido una montaña rusa de negociaciones, dudas y condiciones. Era imposible saber qué respondería finalmente.
Me encontraba en la sala de reuniones del despacho de Hargrove, revisando por quinta vez los documentos. Todo estaba en orden. Había accedido a cada una de las cláusulas que Leona había solicitado, incluso aquellas que me habían hecho apretar los dientes. No podía decir que me complaciera ceder tanto control, pero entendía que, para que esto funcionara, ella necesitaba sentirse segura.
Cuando la puerta se abrió y Leona entró, el aire en la sala cambió. Ella estaba hermosa, vestida con una blusa sencilla y pantalones negros que acentuaban su figura. Pero lo que más destacaba era la firmeza en su mirada. Me levanté de inmediato.
—Buenos días, Leona —saludé, intentando sonar relajado, aunque mi voz salió un poco tensa.
—Buenos días, Winston —respondió ella con calma, aunque su tono era tan neutral que no me dio ninguna pista sobre cómo se sentía realmente. Hargrove se levantó también, ofreciéndole un asiento.
—Señorita Philiphs, gracias por venir. Tenemos todos los documentos listos para su revisión final. Si hay algo que no le parezca, podemos ajustarlo en este momento. —Leona asintió y tomó asiento frente a la mesa. Su mirada se posó en el contrato con una mezcla de curiosidad y recelo.
—Antes de leer cualquier cosa, quiero que me expliques algo, Winston —dijo, girándose hacia mí.
—Claro, dime. —Ella cruzó las manos sobre la mesa, inclinándose un poco hacia adelante.
—¿Por qué accediste a tantas de mis condiciones? Pudiste haber buscado a alguien más, alguien que aceptara tus términos sin tanto problema. ¿Por qué yo? —Su pregunta era legítima, y sabía que no podía responder con la primera excusa que se me ocurriera. Le debía la verdad, al menos una parte de ella.
—Porque siento que puedo confiar en ti, Leona. Desde el momento en que te vi aquella noche en el bar, supe que eras diferente. No solo me ayudaste sin esperar nada a cambio, sino que tu honestidad y carácter me han demostrado que eres la persona adecuada para esto. No quiero a alguien que simplemente cumpla con el contrato. Quiero a alguien que se preocupe por este niño tanto como yo. —Ella me estudió con atención, como si buscara alguna señal de falsedad en mis palabras. Finalmente, asintió.
—Está bien. Supongo que eso tiene sentido. —Hargrove intervino entonces, señalando el contrato.
—Si me permite, señorita Philiphs, podemos proceder a revisar los términos nuevamente para asegurarnos de que todo esté en orden. —Leona tomó el documento y comenzó a leerlo en silencio.
Yo la observaba desde mi asiento, intentando descifrar sus expresiones. Su rostro era una máscara completa, una mueca de concentración, sus ojos se movían rápidamente de una línea a otra. Después de unos minutos, dejó el papel sobre la mesa y levantó la mirada.
—Hay algo que aún no entiendo del todo —dijo, señalando una sección específica—. Aquí dice que, después del nacimiento, yo tendré derechos plenos sobre la crianza del niño, pero ¿qué significa exactamente "derechos plenos"? ¿Eso incluye tomar decisiones sin consultarte? —Hargrove abrió la boca para responder, pero levanté una mano para detenerlo. Esta era una conversación que prefería tener directamente con ella.
—Significa que tendrás la libertad de tomar decisiones cotidianas sobre el niño, pero quiero que sepas que planeo estar presente. No pienso ser un padre ausente, Leona. Quiero ser parte de su vida, y eso implica discutir juntos cualquier cosa importante que pueda surgir. —Ella pareció considerar mis palabras por un momento antes de asentir.
—Está bien, eso tiene sentido. Pero quiero que quede claro que no aceptaré ningún tipo de interferencia externa. Si alguna vez siento que tu abuelo o alguien más está intentando imponer algo, no dudaré en alejarme.
—Lo entiendo perfectamente —respondí, tratando de transmitir sinceridad con mi tono—. No permitiré que nadie interfiera, te lo prometo.
Después de aclarar todas sus dudas, Leona se inclinó hacia atrás en su asiento, suspirando profundamente. Sus dedos tamborileaban sobre la mesa, una señal clara de que estaba luchando con su decisión.
—¿Y bien? —pregunté, incapaz de contener mi impaciencia. Ella levantó la mirada, encontrándose con la mía. Por un instante, todo quedó en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido. Finalmente, habló.
—Lo haré. Firmaré el contrato. —La sensación de alivio que me invadió fue casi abrumadora. Apreté los puños bajo la mesa para no mostrar demasiado entusiasmo, pero no pude evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en mi rostro.
—Gracias, Leona. No te arrepentirás de esto. —Ella rodó los ojos, aunque parecía más relajada ahora que había tomado la decisión.
—Eso espero, Winston. Porque si lo hago, tú serás el primero en saberlo.
Hargrove nos entregó las plumas y, uno por uno, firmamos las páginas del contrato. Cada trazo de mi firma parecía sellar algo más profundo que un acuerdo legal. Era el comienzo de un compromiso que cambiaría nuestras vidas para siempre.