Miré la hora en mi reloj. Las manecillas parecían moverse más lentamente de lo habitual, como si el tiempo se burlara de mi impaciencia. Estaba esperando a Leona en un restaurante discreto en el centro de Londres, lejos de miradas curiosas y, especialmente, lejos de cualquier lugar donde mi familia pudiera aparecer.
Habíamos acordado este encuentro para ajustar los detalles del contrato y aclarar algunos términos. Desde nuestra última conversación, algo en mí había cambiado; sentía una necesidad creciente de proteger a Leona, de asegurarme de que esta situación, tan fría y calculada al principio, no la dañara de ninguna manera.
Al fin, la vi entrar. Su cabello recogido en una coleta dejaba al descubierto su rostro sereno pero alerta. Vestía un abrigo que la hacía ver más reservada, aunque siempre lograba llamar mi atención de una manera que no entendía del todo. Cuando me vio, esbozó una pequeña sonrisa que alivió un poco la tensión en mi pecho.
—Llegas temprano —comentó mientras tomaba asiento frente a mí.
—O tú llegas tarde —respondí con una sonrisa sarcástica. Ella rodó los ojos y dejó su bolso sobre la mesa.
—Había tráfico. ¿Puedo pedir algo antes de que empecemos?
—Claro, tómate tu tiempo. —Leona llamó al camarero y pidió un té verde. La observé mientras hablaba con él; su tono era amable, pero firme. Esa dualidad suya me seguía intrigando.
—¿Ya? —preguntó una vez que el camarero se retiró.
—Sí. Tenemos que revisar algunos puntos importantes del acuerdo. No quiero que queden cabos sueltos. —Leona asintió, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Perfecto, porque también tengo algunas dudas. —Saqué una carpeta con copias del borrador del contrato y la deslicé hacia ella.
—Estas son las cláusulas principales. Las repasé con mis abogados, y creo que cubren todo lo que discutimos, pero quiero asegurarme de que estés completamente de acuerdo. —Leona hojeó el documento con atención. Su dedo índice pasaba lentamente por las líneas de texto, como si analizara cada palabra con cuidado. Después de un momento, levantó la vista.
—Aquí dice que no puedo mudarme fuera de Londres sin tu aprobación. —Su tono era neutral, pero percibí un ligero toque de molestia.
—Es por el bienestar del bebé. Quiero estar cerca para involucrarme en su vida desde el principio.
—Entiendo eso, Winston, pero ¿qué pasa si hay una razón importante para mudarme? ¿Por trabajo, por ejemplo?
Fruncí el ceño. No había considerado esa posibilidad, pero tampoco quería parecer inflexible.
—Podríamos revisarlo caso por caso. No es mi intención limitarte, pero necesito seguridad de que no desaparecerás de repente.
—No planeo hacerlo —respondió ella, tajante.
Su respuesta directa me tranquilizó, aunque no lo demostré. La discusión continuó mientras repasábamos otras cláusulas. Algunas fueron más fáciles de acordar, como la estipulación de que todos los gastos relacionados con el embarazo serían cubiertos por mí. Otras, como la inclusión de una cláusula de privacidad estricta, generaron más debate.
—No entiendo por qué esta cláusula es tan estricta —dijo Leona, señalándola con el dedo—. ¿Ni siquiera puedo hablar de esto con mis amigas más cercanas?
—Es para protegernos a ambos. No quiero que nuestra situación sea el tema de conversación en círculos sociales o, peor aún, que llegue a los medios. —Leona suspiró, pero no insistió. Estaba claro que no le gustaba la idea, pero accedió por el bien del acuerdo.
Finalmente, llegamos a la cláusula que más le importaba: la custodia.
—Aquí dice que el bebé vivirá conmigo la mayor parte del tiempo —dijo, con un tono serio—. ¿Eso no contradice lo que discutimos? —Me aclaré la garganta. Sabía que este tema sería complicado.
—Lo discutimos, sí, pero también tengo derecho a estar presente en su vida. Quiero que crezca con ambos, no solo contigo.
—Eso es algo con lo que estoy de acuerdo, pero mi prioridad es criar a mi hijo en un entorno donde se sienta seguro. No quiero que sea tratado como un objeto para cumplir expectativas familiares. —Su mirada penetrante dejó claro que no daría su brazo a torcer. Asentí lentamente, consciente de que ella tenía razón.
—Tienes mi palabra de que nunca permitiré que eso pase. El bebé será nuestro hijo, no un símbolo para mi familia. —Leona pareció relajarse un poco, aunque todavía mantenía su guardia alta.
—Bien. Entonces necesitamos modificar esta parte para reflejar que compartiremos la custodia en igualdad de condiciones.
—De acuerdo. Lo revisaré con los abogados.
El camarero llegó con su té, y ambos hicimos una pausa mientras ella daba un sorbo. Por un momento, el ambiente se alivió.
—Esto es agotador, ¿no? —dijo Leona, dejando la taza sobre la mesa. Sonreí, un poco divertido.
—Un poco. Pero vale la pena, ¿no crees? —Ella me miró, evaluándome, como si intentara descifrar si hablaba en serio.
—Espero que sí —respondió finalmente, con un atisbo de vulnerabilidad que rara vez mostraba.
Cuando terminamos con el contrato, decidí cambiar de tema para aliviar la tensión.