El Heredero del Millonario

13.

Desde el momento en que firmamos el contrato, cada interacción con Leona parecía más cargada de tensión. Aunque nuestros encuentros eran cordiales, había una barrera invisible que ambos manteníamos. Quizá era el contrato en sí, una representación fría de lo que había empezado a parecerme más humano de lo que estaba dispuesto a admitir.

Ese día, llegué a la oficina temprano. Había recibido un mensaje de mi abuelo informándome que tenía algo “urgente” que discutir conmigo. Sabía que eso no significaba nada bueno. Siempre que lo urgente involucraba a Edward Carter, el motivo solía estar relacionado con su eterno interés por controlar cada aspecto de mi vida.

—Winston, no lo olvides: siempre debes adelantarte a los movimientos de los demás —me dijo una vez, cuando tenía dieciséis años. En ese entonces, creía que sus palabras eran sabias. Ahora sabía que eran una excusa para justificar su constante intromisión.

Apenas había terminado de preparar mi café cuando mi secretaria, Helen, asomó la cabeza por la puerta.

—Señor Carter, su abuelo está aquí. —Suspiré. Era temprano incluso para sus estándares.

—Hazlo pasar. Y me comuniqué con Claire. —Mi fiel asistente tenía algunos problemas personales, lo que le había impedido trabajar unos cuantos días conmigo, aun así, la necesitaba con el agua.

Edward entró como si la oficina fuera suya, con su andar decidido y ese aire de autoridad que siempre llevaba consigo. Aunque estaba cerca de los ochenta, se movía como si el tiempo no lo afectara.

—Winston, espero que estés listo para enfrentar lo que viene —dijo en cuanto se sentó frente a mí, sin siquiera saludar.

—Buenos días, abuelo. Un placer verte también.

Ignoró mi sarcasmo y colocó una carpeta sobre mi escritorio. La abrió, revelando una serie de fotografías. Las imágenes mostraban a Leona en varios lugares: entrando al edificio donde vivía, caminando por un parque, incluso saliendo de una tienda de comestibles.

—¿Qué es esto? —pregunté, aunque la respuesta era evidente.

—Es información sobre la mujer con la que estás... involucrado. —Su tono dejaba claro lo que pensaba de nuestra “relación”.— ¿De verdad creías que no investigaría? —Cerré los ojos un momento, intentando mantener la calma. Sabía que mi abuelo tenía recursos infinitos para espiar a cualquiera que quisiera, pero esto cruzaba un límite.

—No es asunto tuyo, Edward —respondí, usando su nombre en lugar de “abuelo” para marcar la distancia entre nosotros.

—Claro que lo es. Esto no solo te afecta a ti; afecta a nuestra familia. A nuestra reputación.

—¿Nuestra reputación? —me reí sin humor—. ¿Qué reputación queda cuando te entrometes en la vida de las personas como si fueran piezas en tu tablero de ajedrez? —Él me miró con una expresión que mezclaba desaprobación y desdén.

—Esta mujer no es adecuada para ti, Winston. Y ciertamente no es adecuada para criar a un Carter. —Me levanté de mi silla y caminé hacia la ventana, necesitaba calmarme antes de decir algo que no pudiera retirar.

—Leona no está criando a un “Carter”. Está criando a su hijo. Y yo estaré ahí para apoyarla. No necesito tu aprobación.

—Eres demasiado ingenuo si crees que esto será tan sencillo. —Edward se levantó también, dejando las fotografías sobre mi escritorio—. Mi única preocupación es el legado de nuestra familia. Si esta mujer no cumple con las expectativas, me encargaré de que desaparezca de tu vida. —Me giré hacia él, furioso.

—No te atrevas. —Mi voz fue baja, pero cargada de amenaza. Él esbozó una sonrisa fría.

—Eres mi nieto, Winston. Nunca olvides eso. —Salió de la oficina sin decir nada más, dejando tras de sí una sensación de rabia contenida que no podía sacudirme.

Más tarde, decidí encontrarme con Leona para advertirle. No sabía hasta dónde estaba dispuesto a llegar Edward, pero no iba a permitir que la afectara.

La cité en un café pequeño y discreto. Llegó puntual, como siempre. Parecía tranquila, pero noté que sus ojos se fijaron en mi expresión con curiosidad.

—¿Qué sucede? —preguntó mientras tomaba asiento.

—Mi abuelo —respondí directamente. Leona arqueó una ceja, claramente confundida.

—¿Qué pasa con él? —Le conté lo sucedido en mi oficina, incluyendo las fotografías y las amenazas veladas de Edward. Mientras hablaba, su rostro pasó de la sorpresa al enfado.

—¿Está espiándome? —preguntó, incrédula.

—Parece que sí. Y no me sorprende. Es el tipo de cosas que hace cuando siente que algo escapa de su control. —Ella cruzó los brazos, visiblemente molesta.

—Esto es inaceptable, Winston. No tengo nada que esconder, pero eso no le da derecho a invadir mi privacidad.

—Estoy de acuerdo. Por eso quería advertirte. No sé hasta dónde es capaz de llegar, pero voy a protegerte a ti y al bebé. —Leona me miró fijamente, como si intentara decidir si podía confiar en mis palabras.

—Esto no estaba en el contrato —dijo finalmente, con un toque de sarcasmo—. No incluía lidiar con familiares entrometidos.

—Lo sé. Pero te prometo que haré lo necesario para que esto no te afecte más de lo que ya lo ha hecho.




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