El hermoso monstruo de la bruja

Morir es fácil y no duele

****************

 

Fushh... fushh...

El sonido de las hojas secas de otoño aplastadas por sus zapatos crujía, como si éstas se quejaran; el cielo nocturno sin luz de luna alguna resonaba sobre su cabeza, con la tormenta eléctrica que había invocado.

Sabía que no sería suficiente para detenerlo.

Escuchó una carcajada a lo lejos, tras de sí.

Tap... tap... tap...

El eco de los cascos de un animal, como el de un caballo, llegó a sus oídos; el monstruo que Nabucodonosor había creado corría tras él.

Cerró los ojos con fuerza mientras se dejaba llevar por la pendiente; la magia de viento que había invocado envolvía sus pies y lo hacían correr como ningún ser humano podía hacerlo, pero lo que lo perseguía no era humano.

—¡¿Te gusta mi nueva quimera, Dean?!

El grito de Nabucodonosor hizo eco en aquel bosque oscuro de Varsovia; Dean maldijo la hora en la que su hechizo de ocultamiento había perdido la potencia. Tuvo que hacerlo, pues había enfocado gran parte de sus dones al artefacto que ocultaba a su más grande tesoro, sin embargo, lo había llevado a eso.

Los truenos se escuchaban cada vez más cerca, y el olor del aire se sentía extraño. La bestia roja estaba cerca.

Un rayo cayó a un lado, a unos metros cerca, haciendo de uno de los altos y gruesos árboles cayera. O quizá, quien lo había partido había sido esa cosa de la que Nabucodonosor estaba orgulloso.

El graznido de los cuervos de Dean era cada vez menos común. La mayoría ya habían muerto enfrentándose a ese ser que no debería existir.

Keit, ve con Adrastus, quédate con él y lleva el fragmento de alma que hice.

La orden mental que había hecho al final era esa. Sabía que estaba muerto, sólo era cuestión de tiempo. Él era un brujo talentoso, demasiado poderoso como para volverse el cabeza de la familia, pero también había sido diferente a lo que se esperaba de alguien como él.

Sin duda, Dean no podía enfrentar al ser mítico que se acercaba peligrosamente; ni siquiera un vampiro como Adrastus podría enfrentarlo sin llevar al menos un rasguño, cuanto más él siendo un simple mortal con algunos dones naturales extra.

El gruñido de la bestia que cargó hacia él fue lo único que escuchó cuando sintió que una masa dura como la piedra se estrellaba contra él. Un nuevo rayo cayó donde él estaba antes de ser atropellado por la masa de músculos y pelo color rojo, incendiando el área.

El impacto de aquel monstruo mítico que no debería existir lo arrojó lejos, al menos unos diez metros. Sintió que al menos la mitad de su cuerpo estaba roto, apenas si pudiendo incorporarse a medias, tembloroso. La sangre negra y espesa, como el petróleo, salió de su boca. Ni siquiera la poción de reforzamiento que había bebido lo había salvado de aquel daño que ponía en peligro su vida.

Apenas sosteniéndose con sus codos y brazos, empezó a dibujar en el piso con su sangre y la tierra. Quería sobrevivir, debía hacerlo.

Amelie lo esperaba, su hija Eleonore lo esperaba.

El dolor de una patada en su estómago lo empujó del círculo que había dibujado. No sabía si Nabucodonosor lo había visto, pero era su última oportunidad. Para deshacerse de la bestia mítica tenía que matar al creador.

—¿Dónde está? —Preguntó Nabucodonosor, con su rostro sonriente.

En el pasado, ellos dos habían sido amigos; tanto Dean como Nabucodonosor habían sido unas promesas en el mundo en el que se desenvolvían, pero con el paso del tiempo, Nabucodonosor se había transformado en algo retorcido.

Los ojos grises de Nabucodonosor parecían llenos de tristeza, pero sabía que era sólo apariencia. Dean conocía a su ex amigo como la palma de su mano, sólo estaba tratando de ablandarlo.

La bestia roja y peluda tras Nabucodonosor bufó, su cornamenta todavía no había crecido lo suficiente, pero su cuerpo ya era el de una bestia casi adulta. Era un wendigo, algo que no debía de existir ya en el mundo.

Dean sabía que Nabucodonosor se había metido con cosas que estaban prohibidas, lo sabía desde que había sacado a Amelie de su casa. Él había experimentado con su propia hermana, convirtiéndola en una quimera, ¿de quién era el cuerpo de ese wendigo? Escupió al ver la cara pálida de ojos grises del que antaño había llamado su mejor amigo.

—Eres una mierda. —Apenas si pudo decir Dean debido al dolor en su cuerpo. Nabucodonosor estaba parado junto al círculo, sólo tenía que activarlo.

—Tú me robaste primero, querido Dean. Sólo dame lo que vine a buscar y te dejaré ir a jugar a la casita con la quimera que tanto amas.

—Nunca... —Dean sintió la electricidad correr por sus venas, esa electricidad que se generaba cuando activaba un hechizo. Su elemento siempre había sido el rayo, y por el rayo, él moriría, pero se llevaría a ese hijo de puta llamado Nabucodonosor.

Una luz blanca cayó del cielo, partiéndolo en dos. La luz cegadora cubrió el bosque, dejando un silencio tras de sí. Sólo un cuervo pudo verse, alejándose de esa luz, volando hacia el sur, siempre hacia el sur.

 

****************

 

 

—¡Mamá! ¡No! ¡Mamá! —Ella gritó ante el desconcierto de Adrastus; la niña había sido abusada por la mujer que decía ser su madre y su pareja, y aun así, ella lloraba por esa mujer.

Eleonore miró el fuego que se propagó con la rapidez del rayo en su hogar; no podía creer lo que veía, su corazón latía tan rápido, tan rápido como sus pies que empezaron a correr hacia la casa.

Su madre, su madre estaba muriendo. A sus oídos llegaron los alaridos de sus hermanos y de quienes decían ser sus padres. Los gritos de su madre en especial; ella no la odiaba, ella sólo quería verla feliz.

Una mano fría la detuvo, abrazándola desde atrás y levantándola; ella no entendía, no sabía qué había pasado, pero quería ir con su madre. Quería salvarla.

Los recuerdos de cómo había empezado todo desfilaron por su cabeza; Eleonore nunca había odiado a su madre, al contrario. Ella la había amado tanto, que cuando el hombre con el que se casó le preguntó si quería ayudar a su madre, ella aceptó gustosa.



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En el texto hay: vampiros, abuso, brujas

Editado: 27.10.2021

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