El peluche con forma de gato sin cola que colgaba de la mochila de Eleonore era el único testigo a esa hora del encuentro entre su dueña y su ex amigo, Joan; sus ojos habían sido coloreados por Eleonore aquel día con un plumón rojo, parecían tristes. Ambos adolescentes habían hecho su camino lentamente tras las gradas del campo de entrenamiento; si bien, no había mucha gente, había algunas personas dispersas por la cancha, probablemente gente del equipo de suplentes o algunos chicos en su hora libre disfrutando un poco del caluroso día.
Joan se veía molesto, cosa que hizo que Eleonore no tuviera el valor de mirarlo a los ojos; no sabía por qué él estaba en ese estado, por lo que, poco a poco, sus esperanzas de que todo se arreglara entre ellos empezaron a esfumarse como el humo de los cigarrillos que Andrew a veces fumaba.
Hubo un silencio incómodo antes de que ella o él empezaran a charlar; las manos de Eleonore viajaron por la correa de su bandolera hasta llegar a la cabeza afelpada del gato sin nombre aún. En su mente, el nombre de Andrew resonó una y otra vez, como un mantra que la ayudaría a enfrentar cualquier cosa, un ancla que la protegería.
Joan suspiró, y sus ojos, de por sí ya fríos, se volvieron duros como la piedra.
—Por una vez en mi vida voy a ser directo contigo, ¡deja ya de molestar a los demás!, ¿no te das cuenta lo infantil e insidiosa que eres? —La voz de Joan se notaba exasperada, pero estaba tranquila y queda, como si lo que dijera fuese algo normal como el estado del clima, el título de un libro o un señalamiento obvio. El corazón de Eleonore se apretujó, aferrándose al peluche con sus manos pequeñas como si se tratara de una mascota, tratando de buscar el calor de un soporte que la ayudara a pensar en lo que estaba ocurriendo.
—Yo... yo no he hecho nada... —Su voz era queda, como si le faltara valor para hablar, trémula como una hoja al viento. Ella odiaba las confrontaciones, sobre todo con gente que significaba tanto para ella; odiaba sentirse insegura y frágil, y también odiaba no entender el por qué ocurría lo que estaba viviendo. Siempre, siempre existían las mismas preguntas en su mente una y otra vez, ¿por qué le ocurrían esas cosas cuando se esforzaba tanto en no ser un estorbo para los demás? ¿Por qué debían de odiarla aun cuando trataba de ser amable y buena con todos? ¿Por qué no la dejaban tranquila? ¿Por qué debía sentir tanto dolor siempre? —N.… no he hecho nada malo.
El cuerpo de Eleonore se vio apresado entre las paredes de apoyo de las gradas y el gran cuerpo de Joan, quien había acercado su rostro al de ella, tan cerca que sintió cómo los ojos de Joan la quemaban con una ira silenciosa.
—Puedes engañar a todos con tu acto de víctima, pero no a mí. —Le susurró, su voz venenosa parecía arrastrarse por sus oídos hasta la parte posterior de su cerebro, haciéndola temblar de miedo. Era la primera vez que Joan parecía peligroso, que ella sentía que podía lastimarla. Sus piernas empezaron a temblar, como cuando era niña, y su corazón latía con el sabor del terror en su lengua, paralizada completamente. Era una mirada de enojo, de desprecio, como las de su madre cuando supo sobre lo que ocurría por las noches en su habitación. —Te conozco, Eleonore... Sé hasta dónde eres capaz de llegar para dar lástima. ¿Qué inventaste ahora, ah? ¿Qué estás enferma? ¿Qué te acosan? Tal vez de nuevo quemaste tu casa como cuando eras niña... ¿no?
Eleonore permaneció allí, evadiendo esa mirada terrible que antaño anhelaba, la que pertenecía a lo que ella había considerado su mejor amigo, la única persona que la quería fuera de su abuela. No tenía fuerza para moverse, hablar o siquiera respirar, sólo podía aferrarse al peluche en sus manos, tratando de buscar una manera para huir, para correr de aquel lugar y aquel momento que la aterrorizaba.
—¡Responde! —La voz de Joan la despertó de su trance de pánico, y la mano grande y angulosa del adolescente la obligó a mirarlo. Estaba molesto, estaba enojado lo suficiente como para que ella sintiera dolor en sus mejillas atrapadas por esa mano. Las lágrimas de Eleonore empezaron a salir involuntariamente debido al dolor físico y sentimental; su tez pálida y su cuerpo tembloroso no le ayudaban en su tarea de buscar una salida a esa situación.
—Por favor... —Fue lo único que ella pudo articular debido al miedo y el trauma aflorando en su memoria; el terror de la violencia, de ese toque inesperado y doloroso que ardía como el fuego, como un látigo que revivió su pasado y su miedo inefable. —Por favor....
—Tsch... —Joan soltó el rostro de Elonore al fin, sin cambiar los ojos llenos de enojo; Joan realmente no quería ser una mala persona por ella, pero parecía que Eleonore tenía el talento de hacerle perder sus casillas. —Espero entiendas lo que dije... Ese chico que ahora estás molestando es una buena persona, ¿sabes lo incómodo que es verlo avergonzado por tus acciones?
—Andrew... él es mi amigo... yo nunca...
—¿Realmente crees que te considera una amiga? Eleonore, tienes un concepto de amistad demasiado torcido... —Joan suspiró como si estuviese cansado, y realmente lo estaba. No sabía qué tan torcida estaba la percepción de la realidad de Eleonore, pero quería aclararle las cosas. —Molestar a alguien de la manera en la que lo haces no es para nada cercano a la “amistad” verdadera. He visto cómo el pobre chico esconde esos papeles que sueles enviarle a quien acosas como si fuesen drogas o porno...
—Mientes.... —Respondió ella, dolida. No podía creer en las palabras hirientes de Joan con respecto a Andrew, pero la parte suya que se consideraba a sí misma un estorbo y alguien que no merecía amor estaba cayendo en esas afirmaciones. —Él siempre me dice... que... que lo que escribo es hermoso... —Para ese momento, ella estaba llorando abiertamente; sus ojos oscuros se habían enrojecido y le ardían, sin poder ver más allá de una mancha borrosa que era el chico al que había llamado amigo, quien le estaba diciendo tales cosas horribles y descorazonadoras para ella.