El hermoso monstruo de la bruja

Cotidianidad

 

El T-bird negro modificado de Andrew rugió ante el toque de su dueño; realmente él no tenía un plan en específico que llevar a cabo para alegrar la tarde de Nor, simplemente su cuerpo se movió ante el impulso de verla y cerciorarse lo más pronto posible de que ella estaba bien. Sabía que debía haber esperado hasta el día siguiente, sin embargo, su ansiedad le jugó en contra; no es que Andrew no fuese alguien que no pudiese controlarse a sí mismo, pero se dio cuenta que, a raíz de su liberación, cedía más prontamente a sus impulsos que antes. 

Las calles, atestadas de gente corriendo de un lado a otro en su rutina diaria, brillaban con el fulgor del sol primaveral; la luz diurna todavía duraría unas buenas cinco horas, y agradeciéndole a la primavera por sus días largos, Andrew pensó en aprovecharlas, recordando lo encantada que ella estaba cuando la llevó por primera vez a tomar un café frío al lugar de siempre, o quizá tal vez simplemente llevarla por la orilla del canal mientras charlaban, sentados en alguna banca olvidada de uno de los parques solitarios que lo adornaban a lo largo. 

Miró a la chica que se sentó en el asiento del copiloto; ella de por sí era pequeña, pero con su reciente liberación, Andrew pensó que ella se sentía mucho más diminuta, como un conejo nervioso y tierno de ojos grandes y expresivos que lo miraba con curiosidad; incluso podría jurar que vio un par de orejas caídas a los lados como las de los conejos enanos, y sonrió para sí.  

—¿Quieres ir a algún lado en especial? —Preguntó él, todavía con la sonrisa tonta nacida de sus fantasías con respecto a su acompañante. Eleonore parpadeó un par de veces, como si ella no esperara que él preguntara tal cosa; acostumbrada a que él decidiera la mayoría de las veces, ni siquiera había pensado si deseaba ir a alguna parte. Pensó que su corte de cabello podría esperar, y luego recordó lo que había pensado en la mañana.  

—A tomar un café frío tal vez, ¿quieres? —Andrew asintió brevemente y emprendió el viaje hacia el barrio donde siempre salían a pasear, cercano al departamento del joven wendigo. Eleonore se acomodó contra la ventana, sintiendo el frescor del aire acondicionado sobre su ropa de encaje negro; cubierta de pies a cabeza, ella usualmente no dejaba nada descubierto del rostro hacia abajo, sintiéndose segura envuelta en telas delgadas que la ayudaban a cubrir su vulnerabilidad. Ese día llevaba una falda hasta las rodillas con volantes negros y parches de color rojo con estampado escocés, y mil capas de medias rotas superpuestas con motivos de encaje sobre unas lisas; la parte superior de su cuerpo estaba cubierta con una blusa de tul y encaje de manga larga y cuello alto, además de que llevaba unos guantes que le cubrían la palma, dejando a la vista sólo sus dedos largos y delgados, con las uñas pintadas de negro a excepción del dedo meñique, cuyo esmalte era de color rojo sangre.  

Al verla, se notaba calurosa, pero no le importaba, ella se sentía más segura de esa manera, ocultando todo lo que podía ocultar si podía a pesar de que a veces quería verse bonita. Su estética, para muchos, podría ser rara y fuera de lugar, pero para Andrew era divertida y brillante a su manera, dejándola ser libre en sí misma y en su personalidad torcida por los años de desesperanza y duelo por ella misma. Andrew entendía el por qué ella era así y la amaba tal cual era, por tanto, trabajaba para que Nor se sintiera más a gusto a pesar de todas las consecuencias un poco desagradables de sus elecciones con respecto a la moda, como el calor que atraía hacia sí.  

La música de Lacrimas profundere empezó a sonar como un arrullo fantasmal, y la letra de “An orchid for my withering garden” hizo entrar a Eleonore al breve y ligero adormilamiento de quien se siente seguro y protegido. Andrew fijó su vista en la pista, volteando a verla a veces, en el pequeño trayecto de no más de treinta minutos. Los párpados cerrados pintados con polvo violeta y negro bajo las gafas cuadradas y antiguas que se torcieron un poco, la frente cubierta por los mechones de cabello que caían como pequeños hilos de sangre seca, los labios pequeños sumidos en el rictus del sueño manchados de rojo, incitantes, bajo esas mejillas sonrosadas de piel durazno enrojecidas por el calor en aumento de la estación. Andrew guardó esa imagen en su cerebro para su deleite, despertándola luego cuando al fin llegaron a su destino con la voz femenina de la cantante de Tristania de fondo.  

—¿Qué hora es? —El estacionamiento del edificio de departamentos donde vivía Andrew era subterráneo, así que parecía más tarde de lo que en realidad era; no es que le asustara llegar tarde a casa, pero estaba preocupada de haber arruinado su día con Andrew por quedarse dormida.  

—Todavía temprano, no te preocupes. —El joven apagó el autoestéreo; las luces interiores del auto eran la única luz en la penumbra del estacionamiento silencioso y solitario, cerrado para quienes no eran parte de esa pequeña élite que vivía en esa parte tan cara e histórica de la ciudad. Eleonore se quitó el cinturón de seguridad y se desperezó un poco, estirándose como un gatito somnoliento sobre el asiento mientras Andrew bajaba del auto para abrir la puerta de Eleonore; no es que ella lo esperara, en realidad creyó que Andrew la esperaría mientras tomaba sus cosas para salir juntos hacia el elevador que daba a la primera planta del edificio.  

En otras circunstancias, Andrew estaría tenso y preocupado por el silencio y la tranquilidad del lugar, pero se había encargado de colocar runas ocultas por todos lados; no es que creyera que el perro de la iglesia atacaría a plena luz del día y en un sitio hecho por manos humanas, sin embargo, nunca estaba de más ser precavido. Por el momento, quería enfocarse en Eleonore, a quien no había visto en mucho tiempo, por quien estaba hambriento.  

—Extrañaba este ritmo de vida... —Suspiró mientras cruzaba el umbral del elevador cuando al fin se abrió, pensando en lo confortante que era actuar como un humano normal, sin preocuparse por otro tipo de cosas más que el bienestar de la chica que le gustaba o las calificaciones de los exámenes. Ella lo miró con esos ojos grandes y negros como si estuviera preocupada, y tal vez lo estaba. Andrew pensó que tal vez ella, sabiendo lo poco que sabía de los brujos, de verdad estaba temerosa por su seguridad. 



#27322 en Novela romántica
#1585 en Paranormal

En el texto hay: vampiros, abuso, brujas

Editado: 27.10.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.