Unos ojos rojos la miraron con curiosidad; su cabello negro, tan negro como el ala de un cuervo, brillaba con la luz artificial cálida de la habitación de Eleonore.
Ella había esperado casi cualquier cosa después del ritual. Un monstruo extraño, un animal de peluche moviéndose tranquilamente, incluso a un espíritu humanoide, pero adulto, hermoso o no. Sin embargo, lo que miraron sus ojos negros y asombrados fue a un niño de unos diez años de piel más blanca aún que la de Andrew y de un rostro tan lindo que daban ganas de pellizcarle las mejillas.
—¿Cirilo? —Preguntó ella, todavía dudosa luego de un rato de contemplación hacia el niño silencioso que la miraba con curiosidad.
—Así es, joven dama... —El niño respondió educadamente tras confirmar el nombre que Eleonore le había dado. Un nombre que, a sus ojos, era gracioso debido a su significado. “El señor”, nunca pensó que alguien le daría tal nombre, siendo que él podría ser reconocido como muchas cosas.
Recordó el trato que había tenido con el predecesor de esa humana ignorante que estaba frente a él; Dean había sido una experiencia refrescante luego de miles de años, ¡un humano que supo cómo negociar correctamente con alguien como él! Fue todo un acontecimiento que sacudió al reino al que pertenecía, no sólo al reino, podría decirse que sacudió al universo mismo. Los seres divinos, los espíritus, los demonios, los primigenios... ¡todos habían abierto sus bocas, incapaces de creer lo que un brujo había hecho! Para el actual nombrado Cirilo, fueron años de risas ante la astucia de un simple mortal... ¡Romper las leyes del mundo de esa manera! Fue el mejor espectáculo de toda su existencia; incluso, podría decirse que sintió que el pago que recibió fue demasiado luego de tal exhibición refrescante y divertida. Sin embargo, los tratos son tratos y no podía devolver el pago así lo quisiera.
Por ese mismo contrato había adquirido esa forma, para no asustar a la niña y obtener su simpatía; bien pudo haberse mostrado en su cuerpo humanoide adulto, incluso pudo haberse quedado con esa forma atávica que parecía gustarle tanto hecha de tela, sin embargo, decidió que la mejor manera de ganarse la confianza de su nuevo contratista era aquella.
Los ojos negros de Eleonore se cerraron y abrieron repetidamente, mientras Cirilo observó a su alrededor. El sitio era demasiado pequeño y algo anticuado para su gusto; definitivamente, él tendría que ayudarle un poco a esa nueva compañera suya, por el bien de su propia comodidad.
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Más allá de la noche nublosa de la ciudad, en las afueras llenas de casas antiguas pertenecientes a la época de las plantaciones y la esclavitud, la congregación de líderes de las casas más importantes de brujos franceses se llevaba a cabo por medio de la proyección astral; la casa que lideraba tal acontecimiento era la Sunken, por supuesto.
Seraphim Sunken, de cabellos blancos, lisos y largos cayendo por su espalda, con la apariencia andrógina de quien nació mujer, pero dentro de sí se sentía como un hombre, se sentó en el gran comedor de la antigua mansión que hacía de cuartel general para los miembros de su familia; la decoración antigua de la habitación, con una araña colgando del techo en color plata y las paredes adornadas con cuadros de hombres y mujeres ilustres que habían llevado el apellido mostraba la opulencia que la familia Sunken aún poseía a pesar de estar alejados casi en su totalidad de los negocios humanos.
Los Arnaud, una de las casas de descendientes directos de los Le Blanc, liderados por Anastasia Arnaud, una mujer morena de cabellos grises que tenía poco más de un siglo y medio de vida, tomaron sus tres asientos destinados a la derecha de Seraphim tras aparecer del fino viento gracias a su poder. La noche era peligrosa y la proyección astral, a manos de brujos no experimentados, podría desencadenar la presencia de seres más allá del velo que separaba la vida y la muerte.
A la izquierda, los Rillieux, presentándose sólo con dos miembros, reconocidos ambos como líderes. Bajo sus costumbres de más de cinco siglos, la pareja que lideraba a la familia se le reconocía como uno solo. Así, el hombre pálido y ojeroso de apariencia pulcra que parecía ser de unos cuarenta años, y su esposa joven de cabello rojo sangre y piel de un tono que parecía café con leche, eran quienes mostraban la cara de los Rillieux.
Había otras, muchas más familias allí, la mayoría de tres en tres. Los Carriere, quienes se levantaron entre los esclavos; nombres viejos como los LeFleur, Fusselier, Valmont, Mounier, entre otros. En total eran más de cincuenta personas que representaban a las casas más prominentes de brujos de origen francés en el país.
Si bien, muchos de ellos no habían pisado el país europeo, todavía se identificaban como tales. En el mundo de los brujos, aunque no lo pareciera, las raíces lo eran todo. Y aunque en el mundo sólo pocos como ellos tenían el apoyo de su país, tal como los ingleses, con su pacto con la actual gobernante de Gran Bretaña quien los resguardaba de las manos de la Iglesia Católica, los brujos portaban orgullosos sus nombres y su origen, o al menos los de las casas más antiguas y poderosas.
También, por supuesto, el agruparse bajo esas cláusulas los hacía mantener las tradiciones y su sangre pura; tener a un mitad brujo era una deshonra, aunque bueno, algunas casas como los Carriere habían sido levantadas por un bastardo mestizo.
Seraphim sonrió, con sus labios delgados torcidos levemente, más como si hiciese una mueca; ¡si los Arnaud presentes supieran que Andrew era un mestizo! Lejos de sus pensamientos sardónicos al respecto cuando observó a la orgullosa matriarca Arnaud que incluso expulsó a su nieto más amado por haber incursionado en las ciencias humanas, habló con su voz indeterminada, con el eco asfixiante de una segunda voz baja y distante, como si tuviera las cuerdas vocales dañadas.