El hijo de Dios Vol. ii

Un gran trasfondo

  Los gemidos de dolor, desesperación y temor, inundaron la zona, las armaduras negras se tiñeron de sangre, mientras que los sobrevivientes de la ciudad de Tanhel no se atrevieron a mirar de frente aquel joven de aspecto simple, no solo su poder era descomunal, también controlaba un siniestro esqueleto, salido del mismísimo abismo. La única con el valor para seguir de pie, aun sin decir nada, fue la dama con la mano sangrante, nombrada anteriormente como: guerrera roja.

 --Mi señor Gus --Dijo Meriel con falta de aliento, había corrido lo más rápido posible, pero la velocidad de Gustavo era increíblemente rápida, por lo que tardó en encontrar su posición. Apoyó sus manos en sus rodillas, exhaló e inhaló un par de veces aire, antes de continuar con sus palabras, pero antes que logrará hablar, se percató de la terrible escena que estaba sucediendo a unos pasos del joven. Un enorme esqueleto, masacraba a lo que parecía eran soldados del reino de Rodur, algo que no sentía que estaba mal, lo malo era el sentimiento de asco que le causaba aquel terrible paisaje.

Gustavo giró su cuello y notó a su subordinada, no expresó ninguna palabra, solos asintió, estaba más concentrado dibujando los sellos que le había enseñado Guardián para poder ocupar la sangre del felino de rayas y, así poder crear un sello de contención, no estaba muy alegre de hacerlo, pero sabía que aquella bestia de ojos miserables se lo merecía y, las pruebas eran tan claras como observar fuera de los muros de la ciudad, así como ver sus dientes cubiertos de rojo, como en algunas partes de su boca. Wityer saltó, colocándose despreocupadamente en la cabeza del felino, era una manera de reafirmar su posición en la tabla jerárquica de las bestias mágicas, aunque en realidad no era necesario, pues todos sabían que nada se comparaba a un Ancestral. El felino de rayas gruñó al sentir la extraña presencia en su cabeza, pero tan pronto como sintió la abundante energía elemental, se sometió, no atreviéndose a molestar a la entidad que descansaba cómodamente sobre su cráneo con piel.

 --Wityer, regresa a mi hombro. --Dijo Gustavo sin alzar la vista, estaba tan concentrado que no se percató que había hablado en voz alta. El joven no deseaba lastimar a su compañero en el sello que iba a ejecutar, por lo que le ordenó que volviera a su lado. El pequeño lobo asintió y, de un salto se colocó en el hombro del joven, algo que nadie pudo notar.

Las dos guerreras se miraron entre sí, no atreviéndose a preguntar a quien le había hablado.

 --No mates al mago. --Dijo nuevamente en voz alta, pero con la vista apuntando al suelo, justo donde su dedo hacia un pequeño símbolo. El joven debía admitir que el sello que le había enseñado el esqueleto, era muy complicado, con variaciones por todos lados, por lo que debía hacerlo con cuidado, o podría perder su progreso, o peor aún, sufriría un contragolpe de energía.

Cuando el esqueleto recibió la orden asintió y, tiró al suelo al hombre de túnica, quién tenía el miedo dibujado en su cara, siempre había soñado con conocer a las poderosas invocaciones de los grandes maestros oscuros, pero ahora que estaba en presencia de uno, quería cambiar su deseo por uno más agradable y feliz.

 --Tu muerte no será agradable. --Dijo el esqueleto mientras observaba a los ojos al hombre de túnica. Grifat no entendió ni una sola palabra, pero comprendió que no era nada bueno para él. Sabía que debía escapar, pero no sabía cómo, su hechizo de transportación inmediata tardaba una decena de segundos en ser activado, no poseía pergaminos con hechizos de escape rápido, o de un uso similar, ni ningún artefacto mágico de protección, por lo que la única opción que tenía para seguir con vida, era tratar de suplicar para que no lo mataran, algo que no estaba muy a gusto de hacer.

 --Señor Gus... --Meriel habló con respeto, se sentía un poco incómoda con la situación y, no sabía cómo a actuar.

 --Silencio, por favor, esto es más difícil de lo que pensé y necesito concentrarme. --Dijo con un tono calmado, pero al mismo tiempo serio. Meriel asintió, disculpándose con un ademán de cabeza.

 --Disculpa que pregunte, pero ¿Quién son ustedes? --Preguntó la guerrera roja con un tono respetuoso y bajo, pero sin perder la dignidad. Meriel la miró, guardando silencio por un momento.

 --¿A qué te refieres con quienes somos? No es algo obvio, mi señor es un espadachín mágico de los reinos desolados y, yo, bueno --Sonrió-- soy su subordinada. --Mintió como una maestra, no quería revelar la verdadera identidad del joven, pues ni ella la conocía.

 --¿Reinos desolados? --La dama entró en una fuerte confusión--. ¿Dónde es eso?

 --Yo puedo responder esa pregunta. --Dijo un anciano, uno que había estado arrodillado durante mucho tiempo.

 --Herrero Desar. --Dijo la guerrera roja, sorprendida, no se había percatado de su presencia. El anciano sonrió y asintió.

 --Para responder tú pregunta, si la dama me lo permite. --Meriel asintió, había notado las ganas de participar del anciano de rostro acabado.

 --Adelante. --Dijo Meriel con una sonrisa encantadora. El anciano sonrió de manera agradecida.

 --Gracias --Su mirada se volvió hacia la guerrera roja--... Los reinos desolados, o también conocido como la tierra de los gigantes, es un lugar muy alejado de aquí, protegido por dos montañas colosales en forma de humanos. Se dice que en la época que los Dioses caminaban entre nosotros, la raza de gigantes vivía en armonía con los humanos, algo que provocó una alianza entre las especies. Por lo que se cuenta en el libro perdido de Colum, cada cien años, la raza de gigantes y la raza humana, manda a su campeón fuera de su territorio y, quien consiga regresar con riqueza y poder, se convertirá en el heredero para gobernar los reinos desolados, así que, señorita Nira, es posible que estemos ante la presencia del campeón de la raza humana de aquellos antiguos reinos ¿No es así, subordinada del joven? --Meriel miró al anciano con una sonrisa forzada, estaba claro que había inventado toda la historia de que Gustavo provenía de los reinos desolados, por lo que estaba sin palabras, no sabiendo como salir de la mentira sin dañar la reputación de su señor, por lo que no tuvo de otra que asentir. El anciano sonrió al recibir la afirmación de la dama, parecía que tenía razón con su suposición y, estaba más que contento de conocer al campeón que se relataba en los cuentos que su padre le contó de niño, un sueño que nunca pensó que podía hacerse realidad.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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