El hijo de Dios Vol. ii

Palabra de honor

  La horda de bestias negras se abalanzó en contra del pequeño grupo de personas, todas ellas con la única intención de convertirlos en su merienda. Gustavo rápidamente tomó la vanguardia, ocupándose de un gran número de enemigos, mientras que Xinia y Ley blandían sus armas con rapidez y eficacia, olvidando por completo sus terribles heridas, que poco a poco consumían sus vidas.

 --¡Mueran malditas!

Ley rebanó a la mitad a una de esas criaturas cuadrúpedas, cayendo momentáneamente sobre una rodilla al perder el aliento.

 --¡Ley, más despacio, aún no te has recuperado!  --Gritó Xinia.

 --Estoy bien --Dijo ella, limpiando la sangre de su enemigo de su rostro y levantando una vez más su arma--. No caeré sin pelear, ella ganaría si lo hiciera. --Se arrojó a los brazos de la batalla, forcejeando entre la vida y la muerte en los interminables segundos.

Spyan, por otra parte, había agotado sus pócimas de recuperación de energía mágica, así como de vitalidad, por lo que solo movía su varita, lanzando hechizos simples que realentizaban a las bestias, permitiendo que por ese pequeño lapso de tiempo, Gustavo o las otras dos guerreras, acabarán con ellas.

 --Cuida tu flanco Ley --Golpeó con su puño la cabeza de una bestia, arrojándola lejos-- ¡Qué cuides tu maldito flanco! --Gritó y, de inmediato protegió a su compañera de un ataque inminente.

 --Gracias... --Dijo con una sonrisa complicada.

 --No vamos a morir --Frunció el ceño--, al menos no aquí. --Le tocó la mejilla y, con fuerza la hizo regresar al presente con un movimiento brusco.

No había tiempo para charlas, solo para combatir, arriesgando a perder una extremidad en cada movimiento.

Gustavo parecía un rayo por su velocidad, apareciendo y desapareciendo, mientras los enormes cuerpos de las bestias de bajo y medio rango caían inertes al suelo.

 --(No creo durar mucho más) --Pensó, apretando su ojo derecho con dolor, sintiendo como su mente se nublaba.

La oscuridad comenzaba a apoderarse lentamente de su cuerpo y mente, con cada gota de sangre que resbalaba de su sable, la cordura y lucidez desaparecía.

 --¡Aaaahhh!

Gustavo volteó de inmediato al escuchar el ahogado y doloroso gritó, intuyendo lo peor y, como un relámpago, apareció ante Spyan, quién tenía rajado el pecho, manchando su bella túnica de un rojo oscuro.

 --Resista --Se colocó de cuclillas, tomando su mano y mirándolo a los ojos--, por favor... --Sé notaba el dolor en su expresión, no había pasado mucho tiempo en su compañía, pero había llegado a apreciarlo, más que como un conocido, como un amigo, en alguien que podía confiar, por lo que al ver cómo la vida se escapaba de sus ojos, la cruel y fatídica escena del asesinato de su mejor amigo y compañero, impactaba su mente como un tsunami salvaje.

El hombre de mirada amable sonrió, talvez se sentía insatisfecho con algunas decisiones que había tomado en su vida, pero estaba seguro que haber salvado al joven, no era parte de ellas.

 --Mi bolsa...

 --No hable. --Interrumpió Gustavo y, rápidamente atravesó a una bestia que había tenido la osadía de lanzarse en contra suya mientras se suponía estaba distraído.

Spyan dejó escapar un suspiro ligero, acompañado de un jadeo ahogado, el dolor punzante de su herida y el sentimiento de perdida de sangre le dificultaba poder moverse.

 --Toma... mi bolsa...

 --¡Ley o como te llames! --Gritó enfurecido-- ¡Acércate y protege a este hombre! Yo me encargaré de todas esas bestias. --Dijo con una mirada oscura.

Una tenue aura negra comenzó a cubrir su cuerpo como el cobijo de una madre, acompañada de una fuerte opresión de la propia muerte.

Ley frunció el ceño por haber sido nombrada de tal forma, pero al ver el estado de su compañero, deshechó sus pensamientos inútiles y corrió para cumplir con la orden del joven de mirada simple.

 --Estas herida, será mejor que también te quedes atrás. --Le dijo a la dama del escudo con un tono serio y oscuro.

Se colocó de pie, quitando con lentitud su mano de la mano de Spyan, sonrió con calidez, dejando que una lágrima resbalara por su mejilla.

 --Sé recuperará, se lo aseguro. --Sé volteó, desapareciendo del campo de visión del hombre de mirada amable.

Xinia miró la espalda del joven, sintiendo que ya no era la misma persona que tiempo antes había demostrado ser, parecía que su cuerpo había sido tomado por el Dios de la guerra.

 --Yo te ayudaré. --Dijo, determinada a acabar con la horda de bestias.

 --No es necesario. --Su sable se cubrió con aquella energía de muerte, mientras la tela de su brazo era corroída por la misma, mostrando al mundo una extremidad carcomida, con ligeras aberturas que dejaban apreciar sus huesos.

 --¿Qué es eso? --Preguntó Ley en voz baja.

 --La maldición... de la muerte... --Dijo Spyan con un tono bajo, no había logrado ver la escena, pero había sentido la poderosa energía.

Ley miró a su compañero, sorprendida y desconcertada, no conociendo la profundidad de aquellas palabras.

Gustavo se convirtió en una sombra y comenzó a atacar a todas aquellas bestias que se dirigían a Spyan y compañía, asesinandolas en un instante. Poco a poco su mente se fue nublando, su inestabilidad se apoderó de él y, el caos comenzó a dañar su cordura, todo lo que podía ver y oír era la marca de la muerte, que le pedía que asesinara y, que lo siguiera haciendo hasta el final de los tiempos. Comenzó a gemir, a jadear y por último gritó, enloquecido y con dolor, mientras los cadáveres se acumulaban en la sala. Su armadura y sable estaban cubiertos por el rojo de la sangre de sus víctimas, que goteaba de la hoja cuando se detenía, pero que era salpicado cuando volvía a rebanar otro cuerpo.

 --¡Malditos sean! --Gritó, con una voz gruesa, lúgubre y adolorida.

Las venas en el contorno de su ojo se hicieron más grandes y oscuras, mientras un ardor increíble se apoderaba de todo su rostro, provocando que cayera de rodillas, tocándose con su mano libre, gritando y maldiciendo con toda su fuerza.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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