El hijo de Dios Vol. ii

La armonía de un cuerpo roto

  En medio de un tranquilo bosque, las aves cantaban con sonidos melodiosos, armonizando con el lugar. La fauna correteaba, disfrutando del cálido sol. A los pocos segundos, justo al lado de un par de árboles, un enorme vórtice se fue creando, expulsando en el acto dos siluetas humanoides, que cayeron al pasto de manera brusca y violenta. Una de ellas se colocó de pie con algo de dificultad, yendo en auxilio hacia su compañera de viaje.

 --¿Estás bien? --Preguntó con un tono bajo, mientras de su frente resbalaba una línea de sangre.

Al no haber recibido respuesta por parte de su compañera, acercó su oído para escuchar su respiración y, al asegurarse que aún continuaba con vida, palpó su cuerpo en busca de heridas, lo que lo sorprendió al encontrar demasiadas, teniendo la incógnita en su mente, sobre como había sobrevivido. Rápidamente sujetó su bolsa de cuero y tomó de ella unas cuantas camisas, rompiendo la mayoria para hacerlas tiras y, así tener vendas improvisadas para impedir que su compañera continuara desangrándose, terminando en pocos minutos aquel proceso. Al acabar, miró inconcientemente su brazo derecho, observando la catástrofe de la bendición de la muerte, tomó una de las tiras que aún sobraban y, comenzó a envolverlo, protegiéndolo de la luz de sol.

 --Me tomara un poco más de dos días llegar con ellos. --Dijo en voz baja.
Estiró un poco su cuerpo, colocó la vaina con la espada de Xinia en su bolsa, al igual que su escudo y, al sentir que estaba listo, la cargó, colocándola en su espalda con gentileza.

El camino era largo y peligroso, pero Gustavo confiaba en su voluntad, así como en su suerte, pero si aquello no funcionaba, siempre existían otras formas de sobrevivir, por lo que no estaba muy preocupado.

El primer día pasó en un parpadeo, tomando pequeños descansos para cazar e hidratarse y, colocar un poco de agua en los labios de la dama, quién aún continuaba inconsciente y, con la mala fortuna de ir perdiendo la vida con cada minuto que pasaba.

 --Sé que puedes sentirme amigo mío --Sonrió al mirar la luna--, así que espérame, porque voy en camino.

Acostó con cuidado el cuerpo de la dama al lado de la fogata, ya que era una noche fría, mientras que él se recargó sobre un tronco grueso, con su sable desenvainado, descansando en sus piernas por si un desafortunado se atrevía a molestarlos. Al perder la batalla contra el sueño, se durmió, despertando en la madrugada por pequeños lapsos para verificar que todo se encontrara bien y, así fue. Despertó a la mañana siguiente con un leve dolor de espalda, que no tomó en consideración.

Se levantó y refrescó su cara con un poco de agua, aseando sus brazos y piernas con un paño húmedo, así como limpiar sus dientes con la ayuda de sus dedos. Miró al cielo en busca de inspiración, pensando en su amada en el acto, su corazón se sintió pesado de repente, pero al suspirar recobró su compostura, acomodando sus cosas y, llevando de vuelta a la dama a su espalda.

 --Resiste.

El joven comenzó a caminar, sus pasos eran decididos, pero con pisadas suaves para no incomodar a la bella durmiente. Algunas bestias los comenzaron a acechar, mostrando sus dientes e intenciones hostiles, Gustavo solo tuvo que desatar toda su intención asesina, lo que provocó que las cinco bestias cobardes huyeran en el acto, no durando ni un solo segundo para escapar al sentir aquella escalofriante sensación. Continuó con su camino, silbando por momentos la canción que su madre le cantaba cuando era pequeño, sintiendo su compañía y protección.

La noche había llegado, una noche fría, con el cielo despejado. Acomodó el cuerpo de la dama al lado de un árbol, haciéndole descansar con la máxima comodidad posible, mientras él limpiaba sus heridas y cambiaba las tiras de telas por nuevas, sintiendo una incomodidad al tocar partes que un caballero no debía tocar sin la autorización y, sin estar en sagrado matrimonio, pero se gritó a si mismo que debía hacerlo, al igual que como la primera vez, por lo que respiró y, continuó, dejando de lado su debate moral para otra ocasión. Al terminar, colocó todas sus prendas de ropa sobre el cuerpo de la dama, esperando que soportará así el frío.

 --Su pierna está en un muy mal estado, debo conseguir pócimas lo más rápido posible. --Se dijo en voz baja, como si estuviera escribiendo en su mente una lista de pendientes.

Exhaló por la boca, dejando salir un vapor blanco traslúcido, sus manos y pies estaban tan helados que podían considerarse carámbanos de hielo, pero en realidad él no sentía frío, era como si su cuerpo fuera resistente a cualquier clima. Al encontrar el lugar adecuado, inicio la fogata con las ramas y troncos que había conseguido momentos antes y, con la ayuda de una daga, comenzó a quitarle la piel a uno de los conejos que había cazado. Al terminar el proceso los empaló, colocándolos al fuego, observando y escuchando como caían aquellas gotas de grasa a las furiosas llamas.

 --Otro día extrañando tu sabrosa comida, madre mía. --Dijo al morder la jugosa carne del conejo.

Su mirada se volvió fría al sentir una poderosa presencia en las cercanías, pero al sentir aquella energía familiar, una sonrisa se dibujó en su rostro, por lo que rápidamente dejó de comer y se levantó, volteando al segundo siguiente.

 --Wityer. --Dijo, repleto de alegría y calidez.

Un pequeño y peludo lobo saltó y cayó en los brazos de su fiel compañero. Rápidamente lo llevo a su rostro, frotándolo en su mejilla.

 --Yo también te extrañé, querido amigo. --Dijo.

 --Mi señor, es un gusto verlo a salvo. --Dijo una voz femenina con una sonrisa, acercándose a pasos lentos.

 --Lo mismo digo, Meriel. --Sonrió.

 --El lobo del señor se percató de su presencia hace dos días, por lo que nos acercamos lo más rápido que pudimos. --Explicó. Gustavo la miró y asintió, notando ligeras marcas en su armadura.

 --¿Se encontraron con problemas? --Meriel asintió, con un poco de duda al responder.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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