El hijo de Dios Vol. ii

El libro blanco

  --¿Se encuentra bien, señor Gus? --Preguntó Meriel con una ligera preocupación, pues la mirada de loco que poseía su señor, la había alarmado. Gustavo giró el cuello para verla, asintiendo con una sonrisa.

  --De maravilla, Meriel, de maravilla. --Al verlo sonreír de placer, su corazón sintió un ligero alivio. Entrecerró repentinamente los ojos al notar algo que había pasado por alto.

  --Su cabello, mi señor, lo ha cortado. --Dijo sorprendida.

  --Así es.

  --Pero ¿Por qué? --No quería decir que el joven lucía apuesto y gallardo de coleta.

  --Me estorbaba en las batallas. --Mintió por supuesto, después de todo, cuando le habló sobre su viaje, omitió todas sus emociones y tormentos que tuvo que pasar, ya que no quería que la dama se preocupara.

  --¿Me permitiría arreglarlo? --Preguntó. Gustavo la observó, extrañado y confundido, no entendía el porqué de su petición, pero al sentir que no había nada malo en su pedido, lo aceptó.

  --Claro. --Meriel sonrió al instante.

  --Por favor, siéntese ahí. --Señaló un tronco acostado, donde Gustavo inmediatamente se sentó.

La tranquilidad invadió su cuerpo, se relajó al suspirar, estirando sus piernas y brazos. La dama sacó de su funda una daga curva, agarró la cabeza de su señor, acercando la filosa arma, sujetó algunos mechones de su cabello y lo comenzó a cortar, disminuyendo su volúmen, poco a poco su peinado fue tomando forma, a uno más estético para su rostro varonil, viéndose más apuesto y enigmático, sin embargo, si Gustavo tuviera la oportunidad para verse en un espejo, negaría con la cabeza repetidas veces y se arrepentiría con mucho fervor, pues su nuevo peinado no estaba catalogado como apropiado en su tierra natal.

  --Tiene muy suave su cabello. --Dijo Meriel al enfundar nuevamente su daga.

  --Gracias --Sonrió cálidamente--. De pequeño mi madre me bañaba y me acariciaba mi cabello con... --Gustavo se colocó de pie al escuchar un ahogado tosido, rápidamente abrazó a su pecho el cuerpo dormido de Wityer, dirigiéndose hacia el orígen del sonido.

  --¿Quién es ella, señor Gus? --Preguntó la dama a espaldas del joven.

  --Xinia, la única sobreviviente aparte de mi del santuario. --Dijo en voz baja. Meriel calló, asintiendo con una mirada complicada.

Recargada sobre un grueso tronco, se encontraba una dama de armadura ligera, cubierta de varias prendas de ropa. La mujer tosía con mucha fuerza, forzando su garganta a destrozarse.

  --Toma, bebe. --Acercó con calma su cantimplora de cuero.

Xinia levantó la mirada con dificultad, aunque no sentía un verdadero dolor físico, estaba más allá de lo exhausta, como si hubiera despertado de un largo y profundo sueño. Volvió a toser y, con calma sujetó la cantimplora, llevándola con un ligero temblor a sus labios secos. Gustavo inmediatamente sujetó su mano, apoyándola para que no se le cayera el recipiente con agua.

  --Gracias. --Dijo con un tono bajo al terminar de beber.

  --¿Cómo te sientes?

  --Me siento muy débil --Revisó su cuerpo--, pero por alguna razón no puedo sentir ninguna de mis heridas, en realidad --Su mirada se tornó confundida--, creo que no poseo ninguna ¿Hizo algo con mi cuerpo? --Preguntó, dudosa, pues sabía que eso le resultaría imposible a alguien como Gustavo, quién había estado a pasos de la muerte días antes.

  --Le pedí el favor a alguien. --Dijo con una sonrisa. Xinia lo miró extrañado, pero al adaptarse un poco a la luz de luna, se percató de una sombra a espaldas del joven.

  --Creo que le debo mi vida, por segunda vez. --Su mirada se tornó complicada al recordar lo sucedido en aquel maldito lugar.

  --Estamos juntos en este viaje, no me debes nada.

  --Pero talvez a él, quién me curo, si. --Gustavo se extrañó por un momento, pero al sentir que la mirada de Xinia miraba detrás suyo, entendió sus palabras.

  --En realidad, fue este amiguito quién te salvó. --Señaló con su ojos al pequeño lobo, quién descansaba en su amada cama: en el hombro derecho del joven.

  --¿Qué amigo? --Preguntó al no ver a nadie.

El joven sonrió al recordar que su lindo y poderoso compañero era invisible hacia aquellos a los que no deseaba revelar su presencia.

  --Lo conocerás en otra ocasión. Ahora dime ¿Tienes hambre? --Xinia negó con la cabeza.

  --No, me siento demasiado débil para comer. --Al terminar de pronunciar su última palabra, cayó dormida de vuelta. --Gustavo suspiró, estaba consciente del estado de Xinia, por lo que no se preocupó en demasía. Se puso erguido, dirigiéndose hacia su seguidora.

  --Creo que también debemos descasar, Meriel. --La dama afirmó con la cabeza.

La mañana siguiente fue completamente tranquila, era como un regalo de Dios en respuesta por los caóticos y tormentosos días anteriores.

  --¿Cómo te sientes?

  --Mucho mejor. --Dijo Xinia, intentando colocarse de pie.

Gustavo la miró y, aunque tuvo ganas de darle una mano, se abstuvo, sabía que era bueno para su orgullo dejarla por su cuenta.

  --Es bueno saber que te recuperas rápido. --Dijo con una sonrisa.

  --Sí --Respondió, su mirada se notaba tranquila, casi solemne, pero tan pronto en qué vio a la dama, quién asaba un pequeño ciervo, recordó a su salvador--. ¿Es ella quién me salvó la vida? --Gustavo negó con la cabeza.

  --(¿Deseas presentarte?) --Le preguntó a su compañero mentalmente, pero al recibir su negativo, tuvo que suspirar--. Por el momento no se encuentra aquí, pero no te preocupes, ya llegará el día que lo conozcas.

  --No sé si te lo hayan dicho, pero te expresas raro. --Dijo ella--, por cierto --Buscó entre las cosas de su bolsa de cuero y, al encontrar lo que estaba buscando, lo extrajo--, toma --Le entregó un libro de pasta blanca--. Es el libro de hechizos y encantamientos de Spyan, me pidió que te lo entregara. --Dijo con seriedad, con una mezcla de emociones en su voz.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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