El hijo de Dios Vol. ii

Mateo 18:21-22

La hoja de la espada fue levantada y, con ella una ráfaga de aire, mientras el joven ejecutaba un hábil movimiento de pies para aproximarse en zigzag.

Gustavo lanzó su puño cubierto de una intensa energía de muerte, que se desprendía como una aura intangible. La espada se acercó a su cuello, con la energía imponente de la piedra de poder, que abrazaba el contorno de la hoja como una madre abraza a su hijo, sin embargo, el primero en impactar, fue el puñetazo, golpeando con una fuerza destructiva el casco de la general y, como si no fueran nada, destruyó por completo los encantamientos del octavo círculo que poseía, creándole pequeñas grietas y, enviándola a besar el lodo con toda su espalda. Iridia volteó su cuerpo mientras era arrastrada por la inercia, su mano sujetó la suave tierra, parando su deslizamiento y, con una actitud despreocupada se quitó el casco, revelando su hermoso rostro enfurecido.

Gustavo hizo una ligera mueca de malestar, apretó los dientes y salió disparado de vuelta a atacar a la dama. Iridia sujetó la empuñadura de su espada con ambas manos, gritando como lo haría una bestia y, desprendiendo de su cuerpo una intensa energía imponente. Su mirada se volvió solemne repentinamente y, justo cuando el joven estaba en su rango de alcance, ejecutó su movimiento, justo como lo haría alguien con un palo golpeando una fruta. Balanceó su arma hacia el frente, haciendo un corte de media luna, que liberó de su espada una cuchilla roja que se aproximó al cuerpo de su oponente a una velocidad impresionante.

Respiró profundo, miró a ambos lados para conocer sus posibilidades, pero al notar que le era imposible evadir el repentino ataque, optó por hacerle frente. Su cuerpo se cubrió por una extraña armadura de ébano ilusoria, colocó su mano izquierda y derecha juntas, en forma de "X", para cubrirse. La poderosa cuchilla aérea lo golpeó, haciéndolo retroceder de manera agresiva. Gritó y, desató su propia fuerza, haciendo desaparecer aquella filosa hoja roja. Iridia apareció con rapidez por su flanco derecho, haciendo un corte horizontal, que golpeó la armadura ilusoria y, al no soportar la bestialidad del ataque, atravesó hacia su pecho, haciéndole una enorme cortada. Gustavo gimió levemente, retrocedió y, se tocó con su mano izquierda su pecho.

--Sanar. --Dijo como un susurro.

La abundante sangre comenzó a disminuir, mientras la fatal herida se cerraba lentamente.

Gustavo levantó sus palmas, cubiertas de poderosas llamas enegrecidas, las cuales parecían quemar al mismísimo sol. Justo cuando las gotas caían del cielo y estaban a punto de tocar las flamas, desaparecían evaporadas, haciendo su característico sonido. Volvió a hacer una mueca de malestar, apretando el semblante. Iridia cayó de rodillas, con su mano izquierda apretando su pecho y gimiendo de dolor.

--¡General! --Gritaron las magas al unísono, eran estudiantes de lo arcano, por lo que conocían los misterios de la energía, así como sus riesgos y, aunque desconocían sobre el nuevo poder de su superior, se habían percatado que ya estaba comenzando a rechazar su cuerpo, por lo que eran conscientes que era lo que le iba a pasar si eso continuaba.

--¡Protegan a la general! --Gritó una de las magas.

Los soldados y comandantes del Escuadrón de Escorpiones Rojos aulló y golpearon con sus armas sus escudos, mientras avanzaban de manera ordenada.

--Hermanos míos ¡Levántense! --Una voz misteriosa, lúgubre y en un idioma totalmente desconocido llegó a los oídos de los presentes y, como si siempre hubiera existido, apareció a unos pasos de las damas un enorme esqueleto con una aura azul bailando en su cráneo.

El suelo comenzó a retumbar con cánticos lúgubres, pero de una forma extraña, hermosos, como si angeles de la muerte entonaran aquellos tonos. Sombra tras sombra comenzó a emerger al lado y por detrás del esqueleto. Habían muchas cosas extrañas en la línea del frente, desde espectros, jinetes negros, cazadores de sombras, sonrientes, hasta guerreros caídos, silenciosos y, los malditos.

--Siento la presencia de Nuestro Señor en las cercanías. --Dijo un sonriente con un tono oscuro, mientras miraba los alrededores.

--Su excelencia se encuentra aquí, con nosotros, así que sirvan bien.

--Jejeje-jajaja --Un maldito comenzó a reír como lunático, mientras se quitaba su casco en forma de cubo y dejaba presenciar su putrefacto rostro--. Huelo a muerte. --Se lamió los labios y sonrió de manera impaciente.

--¿Pero qué? --Un comandante casi cayó de nalgas al observar al esqueleto gigante, pero luego su duda se tornó en temor al ver el ejército de los vástagos del abismo--. ¿Por qué? ¿Por qué están esas cosas aquí? --No lo entendía y, posiblemente nadie.

--No intervengan. --Dijo Iridia al colocarse de pie, había notado surgir al repentino ejército, pero ante sus ojos, la única amenaza verdadera, era aquel joven de mirada fría.

La general guardó de vuelta su espada en la vaina, había notado que por la fuerza y velocidad de sus nuevos ataques, los movimientos de su arma se habían vuelto menos eficaces, por lo que prefería comenzar a pelear solo con sus puños.

--(Solo si atacan) --Gustavo miró asentir a Guardián al recibir su mensaje.

Se acercó a pasos lentos hacia la dama, algo que imitó Iridia, pero al segundo siguiente ambos corrieron para enfrentarse a puño limpio, con la ventaja del joven, quién tenía los brazos cubiertos de llamas rojas oscurecidas. Sus puños chocaron de manera bestial, creando una ligera onda expansiva, el dolor fue mutuo, pero la adrenalina acalló el sentimiento. Iridia golpeó de vuelta la cara de Gustavo, haciéndolo sangrar, mientras que el joven asestaba una patada en las costillas de la general, forzándola a colocar una expresión de molestia.

--Eres fuerte. --Dijo Iridia, mientras sus cabellos mojados y desordenados cubrían su rostro.

--Tú igual. --Respondió con un tono frío, mientras las venas en el contorno derecho de su ojo se hacían más pronunciadas.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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