El hijo de Llarión

9. El raro conde

Escuché al señor Damien bajar por las escaleras.

—Vamos muchacho—

—¿A dónde?—

—Como te dije, necesitan personas—

Estábamos por llegar y se volteó.

—Escuchame bien, el conde ya debió haber leído la carta, recuerda que se supone que eres mi sobrino, y te va a parecer extraño, pero primero te van a llevar donde el señor D'Arpagon y él te va a revisar los dientes y ver si tienes cicatrices, tú ya tienes un pie dentro de la mansión, si pasas ese "examen" con suerte no te mandarán a los campos u otro tipo de trabajo forzado—

—¿Por qué me va a revisar?—

—Si vas a atender a la casa y los invitados debes ser... como decirlo... Mira muchacho esto va a sonar mal, pero ellos prefieren personas "agradables a la vista" si tiene cicatrices que no sean visibles, estas personas juzgan demasiado. ¿Por qué crees que revisan a los esclavos antes de comprarlos?—

—¿Esclavos?—

—La mayoría que trabaja aquí, fueron comprados, y deben trabajar aquí, prácticamente hacer todo lo que les ordenen sin excepciones— Todo lo que hacían era injusto, les quitan su libertad.

—¿Usted fue comprado?—

—No, estoy aquí por una crisis y mi padre quebró, enfermó y lamentablemente falleció y me toco ver algún sustento y ya me quedé aquí y...— Una voz nos interrumpió.

—Rápido papá, al señor D'Arpagon no le gusta esperar— Era Agathe.

—Ya vamos, mira muchacho, te respondo lo que quieras cuando estemos en la cabaña, por ahora, hazme caso y haz todo lo que el conde te diga, suerte—

Caminamos hasta un costado de la gran mansión y al entrar era una cocina, donde solo estaban mujeres y recordé algo; Uiara, mi madre, y varías mujeres con las que conversaba mientras me soltaba y decía"Ve a jugar pequeño". Debe ser de mi infancia.

—Llegamos— Dijo Damien y dio dos golpes en la gran puerta de madera, nos abrió una joven, se veía de unos catorce años.

—Pasen— Por dentro era grande, con un ventanal, una mesa demasiado grande de madera con figuras en ella y brillante; a un lado un sillón cubierto de tela roja, que se veía demasiado suave.

—¡Damien! Mi empleado favorito—

—Conde D'Arpagon, amaneció de buen humor— Hasta Damien se sentía incómodo con la presencia del gran llamado "conde".

—Pues si, pero estos incompetentes a veces me colman la paciencia— Dijo refiriéndose a los trabajadores.

—¿Y el muchacho no habla?— Dijo mirándome con una sonrisa que asustaba.

—Buen día Conde D'Arpagon— Dije con un tono neutral.

—Eh... Conde, él es mi sobrino Orión, ¿Recuerda?—

—Oh claro, leí su carta y si puede trabajar aquí, solo que primero veremos si pasa la prueba, aunque de vista no está mal, ¿eh?— Vi que Limnátides se posó en el hombro de D'Arpagon y vi como fruncía el seño, como en desaprobación, y como no, este hombre trataba y hablaba de las personas como si fueran una diminuta e inservible piedra.

—Cuidado— Me dijo Limnátides y esta vez se quedó en mi hombro.

—Bueno, yo voy a esperar afuera, con su permiso— Dijo Damien y salió dejándome con este sujeto.

—Así que tú eres Orión— Dijo mientras daba una vuelta a mi al rededor.

—Si señor— Luego subió sus manos a mi rostro y lo volteó bruscamente a los lados.

—Abre— Dijo refiriéndose a mi boca, movió mi rostro hacía todas las direcciones existentes.

—¿Tienes cicatrices?—

—No señor— Recordé la marca en forma de cinturón, pero es mejor no mencionarlo.

—Espero que no me mientas, si lo haces va a haber consecuencias muy serias— Dijo volviendo a su escritorio.

—Hay una serie de reglas, si las sigues tu estancia trabajando aquí va a ser... más cómoda—

Y mostró sus dientes descuidados



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En el texto hay: cuatro elementos, agua, orion

Editado: 03.10.2024

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