El hijo de Llarión

18. Obispo

El obispo de Laon era el encargado de manejar toda la ciudad, la iglesia, imponer las reglas, celebraciones y claro “justicia”. Últimamente el obispo y el gran Conde el viñedo de Laon, no era extraño dado que eran cenas en el gran salón celebraciones, pero era más que obvio que algo planeaban, todo esto mientras Orión podía escuchar desde un lugar oculto de la habitación.

—Aurelien, ¿Qué propones para perdonar las pobres almas que fueron quemadas?— Dijo el obispo refiriéndose a los que fueron considerados brujos, herejes, ocultistas y demás sospechosos de ir en contra de las reglas de la iglesia.

<<¿El nombre del Conde era Aurelien?>> Pensaba Orión.

—Un sacrificio es lo más justo… ¿No lo ordenó el mismo Dios, obispo?— Dijo el Conde riendo y bebiendo su conocida copa de vino y le extendió una al obispo empujándola con su bastón.

—Pero Conde…—

—Pero nada— El Conde se levantó y caminó por la habitación después de soltar aire sonoramente. —Génesis 22: 1-2— Dijo con una sonrisa en el rostro.

—Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré— Complementó el obispo, en su mente algo se comenzaba a retorcer.—Usted no tiene hijos Conde, ¿o me equivoco?—

—Claro que no, pero pronto lo haré… Que bueno que podemos entendernos ahora, Obispo— Tomó el vino de un sorbo. —Pero en esta humilde villa—

El Conde mandó a llamar a Adelaide, una críada más.

—Querida toma asiento, se educada, saluda al obispo— La joven con un poco de miedo en sus ojos lo hizo, la joven no tenía más de 25 años, era sonado en la gran mansión que tenía al hijo menor de toda la mansión, un pequeño de apenas 4 años. Adelaide besó el anillo del dedo anular del obispo y este aprovechó para tomarla de la cadera antes de que ella se separe.

Adelaide al notar esto se paró un poco lejos, como debía estar la servidumbre.

—¿Cuántos años tiene el pequeño Luka?— Dijo en Conde con esa sonrisa de siempre.

—Cuatro, señor— Dijo muy bajito, como si quisiera que no la escuchara

—Un pequeño angelito— Dijo el obispo uniéndose a la sonrisa del Conde.

—Puedes retirarte, preciosa— Adelaide salió rápidamente.

—Gaspard vete con el niño— Dijo Adelaide corriendo a donde estaba su esposo con los caballos.
—¿Qué pasó?—

—¿El COnde planea hacer algo con el pqueño—

—Estpa con el obispo, pkanean hacer algo con el yo lo se— Dijo comenzando a llorar

No tuvieron tiempo ni siquiera de recoger algo para llevarse, ya que el obispo y el conde llegaron a la diminuta cabaña con solo una cama rellena de heno a tocar la puerta

—Adelaine, querida, acreme— Se escuchó la voz espeluznante del conde

—Por favor, haz algo— Rogó a su esposo, aunque el Conde sin más ya había entrado a la pequeña casita

—Adelaine, si el obispo quiere ver a nuestro hijo quienes somos para negarnos, tal vez se haga un obispo el también ¿no crees? Podría dejar de trabajar en esta mansión, nosotros y nuestras familias llevan años siendo la servidumbre, debemos darle a nuestro hijo la oportunidad— Dijo su esposo.

—No, ¡es que no lo entiendes!—

—Ya cállate mujer, me tienes harto— Dijo dándo una bofetada que le volteó el rostro

—Escucha a tu esposo mujer, ¿no es así el mandato de nuestro señor?— Dijo el obispo entrando y un poco más serio. —Queremos hablar con el pequeño ¿Cómo se llama?—

—Obispo, pase. Mi pequeño se llama Maxence— Dijo Gaspard dando un beso al anillo de su dedo anular.

Gaspard los guió hacia su hijo de cuatro años, que estaba en una habitación muy pequeña.

Adelaide solo pensaba en todos los momentos que pasó con su pequeño, su embarazo, el nacimiento, verlo crecer ¿Por qué parecía que todo quería esfumarse? No era tan malo trabajar para el Conde ¿o sí? Pero si algo era cierto, su instinto de madre no mentía, algo tenían planeado ambos hombres y no era algo que beneficiaría al pequeño.

Ambos hombres salieron, sin dañar al pequeño.

—Ya deja de ser histérica, mujer, mejor agradece al patrón por invitarnos a la cena de hoy y por dejarnos descansar hoy—

—¿Qué? No, no esto esta muy raro, mi pequeño…—

—¡Cállate ya! Me tienes harto— Dijo volviendo a darle una bofetada. —Eres una mal agradecida, tu madre tenía razón, debí escoger a tu hermana para casarme y no una loca histerica como tú— El hombre estaba furioso y paciencia no tenía. —Ya que el obispo está aquí debería decirle para que te encierre en un convento—

La mujer de rodillas en el suelo se incorporó y tomó la pierna de su marido.

—Por favor no, haré lo que digas de ahora en adelante, pero no me lleves a un convento— Rogó llorando.

—Ya sueltáme y vete antes de que me arrepienta, eres una cualquiera sin clase. Solo mírate, esas ropas viejas que llevas. Largo y no te quiero ver, espero que para la noche te pongas, por mínimo, presentable.—



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En el texto hay: cuatro elementos, agua, orion

Editado: 03.10.2024

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