Vanesa sintió un escalofrío.
—Vaya, al fin llegaste —dijo la mujer con una voz baja y segura, sin molestarse en presentarse ni en pedir permiso para estar allí. Cruzó una pierna sobre la otra y le dedicó a Vanesa una sonrisa a medio camino entre la amabilidad y la amenaza.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó Vanesa, recobrando un poco de su propio aplomo y manteniendo la voz firme, aunque su mente corría para comprender lo que estaba pasando.
La mujer se acomodó la falda sin dejar de evaluar a Vanesa, como si aquella reacción le pareciera entretenida se motivó hablar:
—Soy Natalia —respondió con una voz relajada—. Una vieja amiga de Alejandro. Estuve viajando por Europa un tiempo, y no hace mucho regresé, su madre me insistió en que lo visitara… incluso me dio una copia de las llaves para que entrara si no estaba.
Vanesa sintió cómo una punzada de sorpresa y rabia le recorría el pecho. Ella sabía que Alejandro tenía amigas, pero no estaba preparada para que una de ellas apareciera en su sala como si tuviera todo el derecho.
—Sino estoy entendiendo mal, entraste a mi casa sin que nadie te invitará y te sentaste en mi sofá a esperar a mi marido —hizo mucho énfasis en la última frase. Aunque Alejandro y ella no estuvieran en su mejor momento, le resultaba humillante que su suegra se atreviera a esto.
—Creo que ha quedado claro que esta no es tu casa —continuó Vanesa, eligiendo cada palabra con precisión—. Y no quiero que vuelvas a entrar sin que Alejandro o yo te hayamos invitado.
La expresión de Natalia cambió ligeramente. Su sonrisa se desdibujó apenas, y por un momento, pareció desconcertada.
—Perdón, no era mi intención incomodarte, Vanesa —respondió, con una dulzura que sonaba exagerada—. Sólo quería ver a mi amigo después de tanto tiempo.
—Eso lo entiendo —replicó Vanesa, sin bajar la guardia—. Pero esta es nuestra casa, no la de su madre. Así que te voy a pedir que te vaya.
Natalia se levantó casi en el acto y se detuvo, observando a Vanesa con un interés calculador. Debía reconocer que esperaba una mujer con menos carácter y menos presencia. Habían sobre valorado a Vanesa según sus conclusiones después de haber escuchado a Andrea. Aún así conocía algunos acontecimientos recientes de su vida con Alejandro gracias a los periodistas y sabía de sobra que ellos no estaban bien matrimonialmente hablando.
—No era mi intensión incomodarte —dijo finalmente Natalia con una cordialidad dudosa—. Pero gracias por ser tan clara.
Y, sin darle oportunidad de responder, Natalia se encaminó con pasos firmes y exagerados hacia la puerta como si aquel momento fuese una especie de pasarela. Y salió de la casa, dejándola en un silencio inquietante, como si hubiera dejado una sombra detrás de ella.
Vanesa había tomando una ducha para cuando cayó la noche, mientras terminaba algunos pendientes de teletrabajo en la soledad de su hogar. Miró la hora y recordando su cita con Alejandro se incorporó. Cerró su computadora y fue hacia el armario, en busca de algo bonito. Se decidió por el elegante vestido azul que había comprado: ese resaltaba su figura, sutil pero elegante. Se recogió el cabello en un moño bajo, dejando algunos mechones sueltos que enmarcaban su rostro.
Con un último vistazo al espejo, respiró hondo y se preparó para la noche que le esperaba. Alejandro no iba a entrar con ella, pero era precisamente esa razón por la que quería demostrar su confianza y determinación.
Roger, el chófer de Alejandro, tocó el timbre. Vanesa tomó su abrigo y bajó por el ascensor, donde lo encontró esperando junto al auto con una sonrisa respetuosa.
—Señora Vanesa —dijo Roger, abriendo la puerta del coche—. Está lista para deslumbrar esta noche.
Vanesa le mostró una sonrisa agradecida. Aunque Roger era el chófer de Alejandro, siempre había sido muy atento con ella, y esta noche le alegraba contar con su presencia.
—Gracias, Roger.
El trayecto hacia los rascacielos King transcurrió en un cómodo silencio. Vanesa miraba por la ventana mientras las luces de la ciudad desfilaban a su lado. Había algo liberador en el brillo nocturno, como si esta salida la llevara lejos de todas las tensiones recientes.
Al llegar, el edificio se alzaba imponente frente a ellos, sus luces doradas y plateadas brillando con elegancia. Apenas puso un pie fuera del coche, sintió cómo todas las miradas se posaban en ella. Los flashes de las cámaras comenzaron a destellar, y algunos periodistas se agolparon para capturar el momento. Sorprendida por la atención, pero manteniendo una postura serena, Vanesa avanzó con la cabeza en alto.
Roger le sonrió con aprobación, en un gesto de ánimo silencioso, antes de regresar al coche. Vanesa ascendió, como agradeciéndole el apoyo. Sabía que, aunque no la acompañara dentro, Roger siempre la miraba con el respeto de quien sabe guardar un secreto y protegerla en silencio.
Dentro de los rascacielos, el ambiente era aún más impresionante. Varios socios de la empresa y figuras destacadas del mundo empresarial iban llegando. Muchos se detuvieron a mirarla, sorprendidos e intrigados. Ella mantenía su postura firme y confiada, respondiendo a los saludos y aceptando las sonrisas de bienvenida.
Entre las miradas, percibió un par de ojos que la seguían, como si alguien tratara de descubrir quién era esta mujer elegante y segura que se adentraba en la estancia. Mientras buscaba a su esposo entre los presentes sus ojos chocaron con una figura masculina que no había visto antes, pero que aquel hombre parecía decidido hablarle.
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Editado: 25.11.2024