El Hijo del Rey

CAPÍTULO 2.1- El camino prohibido

Tardamos unos días en llegar a Caura, la ciudad donde se realizaría el torneo. Al llegar nos saludaron con alguna mirada fría o calculadora. A excepción del rey de Olite, el cual nos tendió la mano a ambos.

 

-Buenos días, rey y futuro rey -saludó amablemente mientras me guiñaba un ojo –Mi nombre es Álvaro, y como te repito todos los años, te ganaré en el torneo.

-Ya podrías hacer todos los pactos que quieras, que jamás lo conseguirás -dijo otro rey.

-Es un fastidio este torneo, nadie puede vencer al rey de Creciria -cuchicheaba otro.

-Dejar de hablar tanto -rugió mi padre con una mirada asesina -Si tan seguros estáis de que soy invencible, pues entrenar mucho más para intentar detenerme. No olvidéis que en el campo de batalla seríais presas fáciles.

-Sí, lo sentimos -contestaron unos cuantos al unísono.

 

Apareció “el jefe real”, era un antiguo rey que controlaba los torneos y cualquier problema relacionada con la guerra. Su voluntad era absoluta y se decía de él que era inmortal puesto que nunca parecía envejecer. Comenzaron pasando lista de todos los reyes antes de decidir quienes se irían enfrentando en el torneo, empezando por el rey James de Teluna, el rey Ignacio de Breifne, el rey Florian de Soions… y finalmente el rey Joaquín de Creciria.

 

Todas estas alianzas pertenecían al mundo del sur, puesto que la parte norte nunca se había visto implicada, además de que teníamos estrictamente prohibido atacarles. El rey me contó que hace años ambas zonas hicieron un pacto de dividirlo de esa forma para evitar pelear entre ellas, puesto que sí se estaba permitido ir a explorarlo, aunque con mucho papeleo de por medio.

 

Un poco más tarde, cada rey se colocó en el cuerpo unas cintas donde tenían unos globos. Era bastante sencillo la forma de proceder. Con unas espadas falsas, el rey debía explotar esos globos que hacían referencia a cada parte del cuerpo, si se explotaba el que ponía “cabeza” o “corazón” se les declaraba “muerto en combate” y era descalificado. Y de esta forma se decidía al ganador, que era el primero en elegir donde le interesaba atacar y, así sucesivamente hasta llegar al último que se elegía lo restante. Cada alianza podía declarar hasta cuatro veces, pero no había límite en cuanto a un territorio que se pueda declarar de una alianza, a excepción de la capital, que solo se podía cuando solo quedaba eso o por cometer una falta en la guerra grave.

 

Cada combate fue único, algunos perdían demasiado rápido mientras que otros estaban muy igualados hasta el final, aunque cabía destacar que todos los que se enfrentaban al rey de Creciria apenas se podían disfrutar del combate por la velocidad en la que fracasaban los demás. Debía observar todo lo que pudiera las técnicas y movimientos para intentar entenderlos o incluirlos en mi estilo de combate.

 

 

Aprender técnicas ajenas interesantes era algo clave a la hora de perfeccionarse. Así era como cada año, el rey invencible se volvía más poderoso. De hecho, cuando le gustaba alguna la usaba contra mí hasta aprenderla correctamente. En cierto modo yo también obtenía beneficio puesto que de golpearme tantas veces aprendía a cómo defenderme de cualquiera que me atacara en serio esa habilidad.

 

Cuando creciera un poco más, la mayoría de mi tiempo lo invertiría en aprender cada técnica. Odiaba admitirlo, pero todo esto me gustaba tanto o puede que incluso más que al rey de Creciria. El aprender el manejo de la espada, esquivarlos, defenderlos y contraatacar (evidentemente algo muy básico porque era aún pequeño).

 

Finalmente inició la final entre el rey Álvaro de Olite y el rey Joaquín de Creciria. Estaba un poco más equilibrado que los otros combates, sin embargo, tampoco era rival para él. Para ser más exacto, parecía estar jugando con él, dedicándose únicamente a esquivar y a defender. Hasta que se aburrió y me miró, haciéndome una señal para que me fijara bien ahora y, un momento después, utilizó el ataque final propio de él que desarmó automáticamente al pobre rey Álvaro y provocado un estallido debido a que se habían roto todos los globos, ofreciéndole una inevitable victoria.

 

Todos aplaudieron hipócritamente con comentarios del tipo “qué raro, ha ganado el rey Joaquín” o “es que estaba claro, vaya pérdida de tiempo”. En ese momento, se acercó al jefe real que de forma imparcial agarró el papel del rey donde estaban escritas todas sus declaraciones.

 

-Vámonos ya, Theo -me dijo de pronto.

-Ha sido genial rey -le felicité orgulloso -Aunque, ¿no deberíamos quedarnos un poco más? Parece que estén reuniéndose para hablar ahora.

-No te enteras mucho, ¿eh? -respondió sarcásticamente -Como he ganado yo, no hace falta que perdamos aquí el tiempo. Mis declaraciones no pueden ser ni rechazadas ni modificadas por el bien ajeno. Para el resto de las alianzas si existe esa posibilidad y se quedan a intentarlo.

-Entiendo, pues vámonos si es lo que deseas -me encaminé para irme.

-Espero que hayas estado atento a la técnica final. Cuando cumplas siete años, te enseñaré a usarla -me advirtió.



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En el texto hay: pacto, dragones, medieval

Editado: 01.04.2024

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