Apoya su frente en la mía, exhala tembloroso y se pega más a mí para esta vez sostener mi vientre con ambas manos. Asombrada, lo permito, y siquiera sé por qué. De algún modo, me siento tan tranquila, tan dócil, como si su cercanía me hubiese faltado todo este tiempo.
—Será todo un Beckett —afirma con una risita al sentir a ratoncito revolotear.
Tiemblo.
—Un Zephyr —lo corrijo, y agarro sus manos para apartarlas, pero mis dedos siguen trémulos y mis fuerzas se rehúsan a cooperar.
No pelea conmigo, solo se concentra en las sensaciones.
—¿Cuántos meses tienes? —Se encorva más y anida el rostro entre mi hombro y mi cuello.
Me tenso.
—Estoy por cumplir los cinco —respondo con un hilo de voz.
—Me he perdido tanto —susurra lastimero, y se aleja para caer de rodillas.
Con los ojos abiertos de par en par, lo veo acercar el rostro a mi vientre y besarlo sobre mi ombligo. Entretanto, lo masajea y mueve la cabeza con sonidos extraños.
«¿Ronroneos? ¿Ahora se cree gato?».
Se ríe, pasea la punta de la nariz por donde ratoncito se mueve y vuelve a cerrar los ojos, olisqueando.
—Maldita lavanda —masculla.
Mi entrecejo se frunce.
—¿Qué tiene que ver…? —Me silencio en cuanto reparte besos a los lados de mi ombligo.
Salto hacia la izquierda, apartándome de su toque.
Kieran me mira ceñudo y se pone en pie.
—No te reprocharé nada… por ahora. Tu condición no me lo permite. —Se pasa los dedos por la frente para liberar la tensión en ella y vuelve a comprimir la mandíbula—. Lo que has hecho está mal, y lo sabes muy bien. Me utilizaste.
Desvío la mirada e intento alejarme más.
Él me sigue.
—Como dije, no te reprocharé. Ahora lo más importante es que nuestro hijo —oír ese «nuestro» me retuerce el estómago— siga desarrollándose en un entorno que solo le brinda amor y atención, y ahora conmigo en él. No puedes arrebatarme ese derecho.
Soy muy tranquila, bastante sumisa, si es el término correcto, pero cuando la ira burbujea en mí me destapo como una cañería y despilfarro palabras que no todos deben escuchar, menos mi ratoncito. Me muerdo la lengua y lo miro a los ojos. Sé que estoy enrojecida, que incluso las puntas de mis orejas lo están, que mi rubor compite con el tono de mi cabello.
Kieran enarca una ceja y se cruza de brazos.
Ahora me siento como un chihuahua delante del gran danés, el cual lo mira con condescendencia porque tiembla enojado y no puede hacer más que ladrar y retorcerse.
Lo señalo como un dictador a sus tropas.
—Es mi hijo. Lo busqué yo sola. Tú solo fuiste parte de la ecuación porque eras necesario. Si no fuera por tu madre, que no sé cómo nos asoció ni me importa, mi ratoncito y yo estaríamos en paz.
Su ceño se aprieta.
—¿Ratoncito? —Sacude la cabeza y ríe—. Mi hijo no es un ratón —sisea.
Me carcajeo con ironía para apacentar mi ira.
—¡Que no te importe solo eso! —Me desinflo y trato de rellenar mis pulmones para proseguir—. ¡No te necesito! ¡No te necesitamos! —Me acerco y le pincho el pecho con el dedo índice—. Puedes estar informado, sí, ahora que ya lo sabes, pero no presente. No te quiero cerca. Déjanos solos. Mi hijo y yo no… —Me muerdo la lengua y me quejo al sentir un gran dolor debajo de mis costillas.
Kieran, preocupado, me sujeta de los codos y me estabiliza al verme tambalear.
El sonrojo se pierde en mi palidez.
El sudor perla mi frente y mis dientes se rastrillan entre sí como una distracción.
Busco a mi ratoncito y acaricio en círculos mi vientre.
—No debes pasar por emociones fuertes —murmura, y me apoya en su pecho—. Lo siento. No es buen momento para discutir. —Me arrulla entre sus brazos, y, sorprendentemente, el dolor cesa—. Por favor, déjame estar presente. Como dije, es mi derecho. —Besa mi sien, y me dejo porque ya no tengo fuerzas—. Entiendo que hayas decidido concebir de esta forma, sin informarle a la otra parte, y no tengo por qué reprocharte, pero… —Niega con la cabeza y pone el mentón en la cima de mi cabeza—. Solo déjame estar. Nuestro hijo lo necesita. Ahora que ya percibió a su padre lo buscará. Te hará sufrir si no estoy cerca.
Entierro las uñas en sus bíceps y le doy la razón con un asentimiento.
Es la primera vez que el ratoncito se calma de esta manera. Ya no está ansioso, siquiera deseoso de dar volteretas. Retoza tranquilo.
«Qué curioso».
Intento alejarme, mas no me lo permite.
—Está bien, puedes estar presente —concedo con la voz amortiguada porque aún me tiene presionada contra su pecho.
—Gracias. —Nos mueve para pegarse más a mí—. ¿Te hace falta algo?
Su forma de cambiar de tema es asombrosa.
Me río por esto y respiro su aroma. No sé cómo, pero hasta ayuda a aliviar el escozor en las plantas de mis pies, así que me aferro más a él y muevo la nariz entre sus pectorales. Sus músculos se tensan y destensan al instante.