Mira la habitación de ratoncito con ojo crítico, ladea la cabeza y se cruza de brazos.
Pongo los ojos en blanco.
Terminé la decoración dos semanas después de haberme enterado del embarazo. Como le comenté a mi bebé, pinté las paredes con bosques y animalitos, colgué en el techo estrellas y una luna, puse diversas luces en la ventana para que se entretenga y le compré muchísimos juegos, así como peluches. No por nada empecé a ahorrar desde muy joven.
Sin embargo, parece que a Kieran no le gusta cómo decoré todo.
«Y no me importa».
—¿Esta será su habitación incluso cuando sea grande? —pregunta mientras agarra un conejito de peluche con sus dedos índice y pulgar.
Suspiro para no lanzarle una puya y me muerdo el interior de las mejillas.
—Claro. Compraré después un escritorio, libreros y demás. Será para cuando comience la secundaria. Tengo todo fríamente calculado.
Se gira para observarme con una ceja arqueada.
«Malditos ojos hermosos».
—¿No planeas comprar una nueva casa? —Ahora sostiene con ambas manos un oso perezoso.
«¿No puede quedarse quieto?».
—Esa es la idea, sí, pero con este piso ya tenemos suficiente. —Sobo mi panza—. Dos en uno: la casa y la floristería.
Asiente comprensivo y sujeta un tablero para que mi bebé garabatee todo lo que quiera.
—Me parece bien que ya tengas todo planeado, pero nuestro hijo merece más. —Se pone de rodillas para acomodar el tablero donde estaba y se endereza segundos después, con la mirada fija en mí—. Tengo varias propiedades. Puedes elegir una y mudarte cuando desees.
Presiono los labios y dejo de mirarlo.
—Esta es la herencia de mis padres. No me iré… todavía.
Se acerca con una mueca y pone su mano derecha en mi hombro.
Elevo la cabeza para poder observarlo a la cara.
«Es tan alto… como me gustan».
Cállate, mente tonta.
—Es mi hijo también. ¿Y si mejor…?
—No viviré contigo —lo interrumpo, e intento alejarme, pero mi cuerpo se resiste.
¿Por qué deseo estar pegada a él a todo rato? ¿Es debido al embarazo?
Me cubro el vientre y desvío la vista de nuevo al verlo sonreír satisfecho.
—¿Y cuando hayas dado a luz? ¿Quién te cuidará? ¿Te mantendrás en el hospital? —Me acerca para abrazarme, y como una estúpida me dejo—. Mi madre estará encantada de cuidarte mientras te recuperas y de ayudarte a criar a nuestro hijo las primeras semanas. Por supuesto, ella intervendrá en lo que sea posible. Claro que no la dejaré inmiscuirse en todo —me dice en cuanto le lanzo una mirada ofuscada—. Igual no lo hará, confía en mí.
Me separo y me dirijo al umbral de la puerta.
La distancia podrá ayudarme contra esta necesidad extraña de buscar su cercanía.
—Ya te permito suficiente —mascullo.
Se pasa la mano por el cabello, apoya la otra en su cadera y exhala.
—Y te lo agradezco muchísimo, pero me gustaría que…
—Es suficiente —escupo, y camino por el pasillo para dirigirme a la floristería.
—Respeto todas tus decisiones —exclama detrás de mí—, pero de verdad me encantará que tengamos más avances. Después de todo, si somos unos padres unidos, nuestro hijo podrá crecer con bien y sabiendo que no tenemos ningún tipo de problema. ¿Me entiendes? —Se apresura a ponerse a mi lado a medida que bajo la escalera que da a la trastienda—. Además, te recuerdo que te embarazaste sin mi permiso.
«¿Permiso?».
Me detengo con los puños apretados y lo miro desde arriba, porque está a tres escalones de mí.
—Te repito que mi idea era utilizarte como un donador de esperma, y logré mi objetivo. No debía enterarte. Pero no, llegó tu madre, supo quién era vete a saber cómo, y espero enterarme en su momento, y te hizo visitar mi floristería. ¡Todo esto es una treta suya! —Me cruzo de brazos y muevo la cabeza, obstinada—. Mi bebé y yo no los necesitamos, pero aun así les permito la entrada, si sabes a lo que me refiero, ¿o voy por el tablero y te lo dibujo?
«Ya cálmate, Eira», me digo al ver su expresión entristecida.
Sus ojos grisáceos brillan con algo parecido al dolor y sus labios están torcidos.
Se peina el cabello de nuevo, trata de acomodarse el traje cuando está impecable y se pasa la mano por su barba incipiente, que tanto me encantó cuando me besaba en todas partes…
«¡Para!».
Carraspeo y reanudo mi objetivo: regresar a la floristería.
Y Kieran me sigue como un cachorrito.
Amara nos mira en cuanto llegamos detrás del mostrador y hace una mueca maquiavélica.
«Ay, no».
—Entonces tú eres el papá de mi sobrino. —Le extiende la mano—. Amaranta, para servirte.
Kieran frunce el ceño y me observa interrogante. Subo los hombros y me detengo enfrente de la mesa de decoración, dándoles la espalda.