Sentada detrás del mostrador, Ophelia, la madre de Kieran, me observa con ojo de águila, y yo estoy que le arranco el cabello por verme tanto.
«¡Ya me tiene harta! ¡Que se la lleve la chusma!».
Respiro profundo para aquietar a mi corazón y continúo regando los girasoles.
Amara está a mi lado. Supervisa los retoños de cactus que separamos de los que están afuera y les susurra qué sé yo para que crezcan sanos y fuertes. Es una bruja de las plantas, ya te lo digo yo. Cada que les habla ellas resplandecen y parecen bailarle. Ha resucitado a muchas.
Al darse cuenta de que la miro, me sonríe como un gato travieso.
—¿Y si llamamos al loquero para que se la lleven? —susurra.
—He pensado mucho en esa posibilidad —le contesto en un cuchicheo—, pero es condenarme más.
Oímos un carraspeo.
Me giro para contemplar a Ophelia, y ella me enarca una ceja.
—Callémonos —murmura Amara nerviosa, y se fija en los cactus.
Ceñuda, vuelvo a mirar a Ophelia. Sus ojos grisáceos están fijos en mí. Profundizo el ceño y estoy a punto de preguntarle qué le ocurre cuando la campanilla repica. Me giro para darle la bienvenida al nuevo cliente y me enserio al ver a un hombre vestido con un mono azul rey. Sostiene una carpeta y un bolígrafo. Su rostro sonriente alivia mis cejas. Me acerco a él y lo saludo con un asentimiento.
—Buen día. ¿La señorita Eira Zephyr?
—Con ella hablas. —Ladeo la cabeza y observo su papeleo.
Su sonrisa se ensancha.
—Es para entregarle un pedido. ¿Puede firmar aquí —señala la línea bajo un «recibido—, por favor?
Asiento y, mientras sostiene la carpeta, firmo donde señaló.
—Muchas gracias. —Acomoda el bolígrafo en el bolsillo delantero de la parte superior del mono y se gira para empezar a ordenarles a otros dos—. ¿Está bien que dejemos los paquetes? —me pregunta sobre el hombro.
Ladeo la cabeza para mirar más allá de él.
—No, mejor en la trastienda —le contesto al hacer un conteo rápido.
Son más de cinco cajas, y pesadas, por lo visto.
Los guío hasta donde les pedí bajo la atenta mirada de Ophelia y Amara, y los despido de nuevo a pocos pasos de la puerta principal. Presiono los labios al verlos marcharse por completo y me giro hacia Amara, que camina en mi dirección con un brillo curioso en sus ojos oscuros.
—¿Pediste más objetos para la floristería?
Sacudo la cabeza y me dirijo a la trastienda con ella detrás, mientras que Ophelia respira profundo y bufa. Parece que no tiene la necesidad de seguirnos, y se lo agradezco.
Con cuidado, me arrodillo frente a la primera caja y le agradezco a Amara con un gemido que me ayude a abrirla, ya que ha sido muy bien empaquetada. Despegamos la cinta, abrimos el cartón y le lanzamos una ojeada al interior, intrigadas. El rostro se me contrae como si hubiera chupado un limón y mis cejas están por abrazarse de lo juntas que están.
—¿Compraste todo el almacén o cómo? —inquiere asombrada, y comienza a sacar los pañales empaquetados.
«Y son de la marca más lujosa», noto al verles el logo.
Mis labios se fruncen y mi lengua se ve encarcelada por mis dientes.
—¿Me ves cara de millonaria o cómo? —respondo jadeante, y la ayudo a sacar los otros pañales—. Son de todas las tallas —susurro.
—¡Y hasta para prematuros! —comenta Amara aún en su impresión.
Sacudo la cabeza y me dispongo a abrir la segunda caja, donde hallo ropitas de todas las tallas, biberones, baberos, guantes, gorros, zapatitos… Estupefacta, ahora me empeño en abrir la tercera caja, donde esta vez nos encontramos diversos juguetes para agilizar la mente. En la cuarta, en cambio, hay un cochecito de lujo.
Me echo hacia atrás, reposando mi peso en los brazos, y le permito a Amara que abra las demás cajas. De ellas saca asientos para comer, otros juegos, pañaleras, ropa incluso para mí…
—Te has vuelto loco, Kieran —exhalo mientras me golpeo la frente.
No pensé que se tomaría mi solicitud tan literal.
Amara se ríe y me muestra un bello vestido floreado para una madre que esté a punto de reventar.
Me incorporo y paso los dedos por la tela, hipnotizada.
—Veo que mi hijo sí ha seguido todos mis consejos.
Giro la cabeza para mirar a Ophelia, que se apoya en el marco de la puerta.
Amara no le hace caso y vuelve a su búsqueda del tesoro.
—Tendrás pañales para otros hijos —comenta orgullosa, y se acerca para ayudarme a ponerme en pie.
—¿Más hijos? —Me río y chasqueo la lengua—. ¿Acaso piensas que tu hijo y yo formalizaremos una relación?
Arquea una ceja y se cruza de brazos.
—Por supuesto. Eres la indicada para él. Tanto que ha buscado a la madre ideal para sus cachorros… —«¿Cachorros? ¿Desde cuándo tengo hocico? Esta gente está loca»— y ahora que la ha encontrado obviamente no la soltará. —Se acerca para posar la mano en mi vientre, y me congelo—. El primogénito merece hermanitos —dice con dulzura, y me mira a los ojos—. Una niña, una hermanita que cuidar.