El hijo secreto del alfa

Capítulo 13: Una oportunidad más

Me despoja de mis sandalias y se encarga de abrir las sábanas para que me introduzca en la cama, todo sin dejar de fruncir el entrecejo con pura concentración.

—¿Cuántos años tienes? —curioseo de repente.

Deja de golpear la almohada para suavizarla y me mira.

—Treinta y ocho.

«Ay, diez años de diferencia».

Me muerdo los labios y asiento.

—¿Y para cuándo las canas?

Entorna los ojos, resopla y vuelve a darle golpes persistentes a la magullada almohada.

—Mejor ponte a dormir, Eira. —Me empuja con cuidado para que me acomode entre las otras almohadas y reposa la que golpeaba detrás de mi cabeza—. Volveré mañana. Y quizá el fin de semana me mude. Aún no puedo.

—Trae pocas pertenencias —digo con la ceja arqueada—. No quiero que te quedes toda la vida.

Presiona los labios para no reírse y asiente.

—Solo una maleta —me promete, y se inclina para besarme la frente.

Enmudezco.

«¿Cómo puede ser tan… tan…? ¡Ah!».

Dejo de juguetear con mis dedos y observo sus ojos, sin permitirle que se enderece.

—Gracias por acompañarme y por haberte preocupado. —Agarro su muñeca con las cejas casi juntas, y él se tensa—. Gracias por estar tan pendiente de mi embarazo desde que te enteraste. —Mi agarre se afianza y mi respiración se torna concentrada, porque es difícil desenvolverme de esta manera—. Lamento mucho haberme aprovechado de ti —susurro cabizbaja, y Kieran exhala—. Todas las veces que fui a las citas de fertilización y que salí animada, pensando que por fin concebiría, me quitaron todos los ánimos cuando me informaron que todas fueron infructuosas, así que, en mi desesperación, desistí con tantos exámenes, tantas visitas, tantas dietas y me embarqué en este viaje sola, capturando al mejor espécimen. —Trago el nudo y vuelvo a mirarlo a los ojos—. Sé que todo lo que hice fue deshonesto y…

Aparta mi mano de su muñeca, se sienta a mi lado y acaricia mi pómulo derecho con el pulgar, paralizándome.

—Cualquiera comete errores en su desesperación. ¿Cómo no podré entenderlo si yo también he cometido muchos? —Ladea una sonrisa—. Además, si no hubieras hecho lo que hiciste, tú y yo no estaríamos aquí, en este instante, preocupados por nuestro hijo. —Su pulgar se detiene por unos segundos y luego reanuda sus caricias, pero esta vez en el filo de mi barbilla—. He deseado un hijo desde hace trece años. Mi madre me concertó diversas citas para encontrar a la mujer ideal, y cada una me decepcionó de alguna forma, aunque se esforzaran por encandilarme. —Se ríe, chasquea la lengua y sacude la cabeza—. Y después apareciste tú, vestida con ese precioso vestido de encaje verde, con el cabello suelto, poco maquillaje y la mirada determinada, paseándote cerca de mí en esos tacones de punta y suela roja, que aprecié con cada una de tus pisadas. Me tuviste en el momento en que te cruzaste conmigo. Me tuviste desde que nuestras miradas se hallaron. Caí rendido ante ti. —Su risa se vuelve amarga—. Jamás pensé que esto ocurriría, si te soy honesto.

»Cuando me di cuenta de tu engaño, no sentí enfado, sino una leve esperanza aunada a la decepción, porque este proceso debe hacerse con ambos enterados, estando allí, ¿no? —Busca mis ojos, y yo inclino la cabeza para huir de los suyos, mientras presiono los labios—. Solo una noche bastó para que me des lo que tanto he anhelado. —Pone la mano abierta, con los dedos extendidos, en mi vientre, que en cualquier minuto podrá comerme también por lo grande—. En tan poco tiempo, ya me he encariñado y encaprichado contigo, Eira. Y será doloroso apartarme de ti una vez que nuestro hijo nazca. —Sus ojos azul grisáceo resplandecen al dar con los míos, marrón verdoso, que parecen más verdes que marrones, como dice Amara, y mi corazón parece querer detenerse—. Por favor, dame una última oportunidad, aunque no te he pedido ninguna, si lo pienso bien. —Se peina el cabello—. He sido un descortés completo y he demandado…

—No, sí me pediste una oportunidad, y es la de estar presente incluso en el parto. —Sostengo su mano y la apoyo en mi mejilla. Inhala con brusquedad—. También me siento muy bien contigo cerca, como si me calmaras, aquietaras mis ansiedades, y a ratoncito le encanta que estés a pocos pasos, porque lo siento. Siento cómo se contenta, cómo se intranquiliza al no percibirte. —Me muerdo el interior de la mejilla—. Y creo… de verdad creo que debes estar aquí, con nosotros.

Sujeta mi rostro ahora con ambas manos, se reclina y apoya su frente en la mía.

—¿Puedo pedirte otra oportunidad? —murmura.

Su aliento acaricia mis labios.

—¿Robar un banco? —Me río.

Niega y sus pupilas se dilatan.

—Intentemos crear una relación amorosa, Eira —dice con la voz ronca y con ese tono de empresario que pocas veces le oí—, y si no funciona, criaremos a nuestro hijo en hermandad y le daremos todo lo que solicite. Bueno, lo que podamos darle sin que sea tan exigente. Si no, se nos volverá caprichoso. —Se carcajea al sentir a ratoncito revolotear, mientras que yo le pido mentalmente que no dé tantas volteretas porque sigue lastimándome.

Agarro sus manos y las presiono más contra los laterales de mi rostro.

—Nos sentimos bien al lado del otro, ¿a que sí? —inquiero suave, y asiente ensimismado en mis ojos—. Entonces podremos tratar.




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