Ayudo a cortar las espinas de las rosas como si le cortara las extremidades a Kieran, ofuscada, y no dejo que Amara se me acerque para no soltarle algún comentario ácido o crear una pequeña guerra de frases tontas, porque ese es su método de ayudarme a encontrar la tranquilidad.
«Entiendo que me metí en este circo por tonta, pero que me tengan piedad».
Suspiro, presiono los labios y evito pestañear de más.
Amara me mira desde la mesa de decoración y hace muecas de tanto en tanto.
Estoy sentada en la silla que arregló para mí, esperando al beta de Kieran, llamado Aquiles. Mientras tanto, me distraigo con algo útil: ayudarle a mi pobre empleada.
Y sí, ya sé su sistema jerárquico, si es que se le puede llamar así.
Primero está el alfa, al que le sigue el beta, que, por así decirlo, es la mano derecha. Luego se encuentra la luna, la pareja del alfa, algo así como la vicepresidenta de la empresa, o por lo que comprendí, claro. Ya lo demás no lo recuerdo.
«Ni modo».
La cuestión es que los demás integrantes de la manada son solo eso, integrantes. Pueden tener diversas funciones y libertades. No están atados a nada en ese sentido. Claro que tienen reglas, las cuales también no recuerdo porque Kieran se soltó en su discurso y yo, bueno, me cegué en mis pensamientos, como es habitual. Empecé a imaginar lobos saltando vallas y ovejas viéndolos desde la distancia. Pueden ser médicos, policías, bomberos, ingenieros… incluso vivir fuera de la manada, pero sin descuidarla, porque deben informarse o por lo menos mandar señales de humo para dar a entender que siguen con vida.
En conclusión, me acosté con quien los guía y rige.
Y nuestro hijo seguirá su ejemplo.
No tardo en buscar a ratoncito con unas cuantas palmaditas mientras termino la última rosa.
Ha dejado de estar inquieto, y eso me intranquiliza. Sin embargo, sé bien que nada en la pasividad porque su padre ha estado muy cerca. Ya entendí por completo que la presencia de Kieran es muy necesaria para su bienestar, y no le arrebataré eso. No seré tan egoísta. También pensé en mi ratoncito en el momento en que le di la segunda, tercera y cuarta oportunidad a su padre. Si su tranquilidad tiene que ver con nuestra unión, ¿por qué no tomar el riesgo?
Mi palma se detiene sobre mi vientre, donde lo siento moverse un poco, como si buscara la posición correcta para seguir durmiendo.
Cierro los ojos y respiro hondo.
Ahora comprendo mucho mejor su vitalidad y brusquedad, por qué es tosco con su madre. Después de todo, es un hombre lobo. Mestizo, sí, pero hombre lobo al fin y al cabo.
«Espero que en su forma lobuna sea tan hermoso como Kieran».
Sonrío y sigo moviendo mi mano.
Claro que me da miedo saber que mi hijo se convertirá en un lobo y tendrá sus instintos. Tener este conocimiento no me dejó dormir por completo. Estuve acostada de medio lado por cuatro horas, con la mirada puesta en la pared, sin saber qué más pensar para distraerme, ya que el pensamiento sobre los hombros lobo no cesaba con sus arremetidas. No obstante, después de maquinarlo tanto llegué a la conclusión de que nuestro hijo sabrá qué senda acoger para transitar su camino, y todo estará bien, porque sé que sus decisiones serán las acertadas. Kieran sabrá guiarlo en aquello donde yo no sabré darle explicaciones. Si Ophelia no me hubiera montado cacería, mi ratoncito habría crecido ignorante, sin saber que en algún instante dado comenzaría su transformación. ¿Cómo lo habría guiado? ¿Qué le habría dicho? Me habría enloquecido, incluso buscado ayuda celestial para que exorcizaran a mi hijo.
Ahora tengo la tranquilidad de que sabrá manejar su destino, bueno, sus hilos.
Separo los párpados, apoyo las manos en los reposabrazos y me impulso con calma para caminar hacia la mesa de decoración. La golpeo para atraer la atención de Amara y le señalo con la barbilla las rosas ya listas.
—Quedaron preciosas, como siempre —comenta con un brillo nostálgico en sus ojos, pues lo primero que le enseñé al empezar a trabajar aquí fue a cortar las espinas—. La otra tanda me toca a mí, ¿verdad?
Palmeo su hombro y asiento.
—Solo no me obligues a permanecer sentada.
Hace una mueca y se cruza de brazos.
—Son órdenes médicas, Eira —masculla—. Aparte de que tu noviecito casi me amenazó.
Muevo los labios para no reírme.
—Está preocupado, aunque mal de su parte que te hablara mal…
—Mal mal no —me interrumpe con una risita—. Me intimidó con su sola presencia.
Nos reímos.
—Está bien, que siga intimidándote. Hasta que no nazca tu sobrino no se quedará quieto. —Sobo mi vientre y ladeo la cabeza—. ¿Nos ves como una buena pareja? —curioseo vacilante.
Amara me observa fijamente.
—Me dan envidia.
—Ay —exhalo, pero con esas palabras tengo suficiente para que la seguridad me cobije.
Ella suelta una carcajada aniñada y me ayuda a volver a mi asiento, donde me acomoda y me besa la frente.