La pantalla de su Espejo sigue parpadeando y mostrando una opción detrás de otra sin cambiar las consecuencias de sus actos y Ania lo mira con la confusión reflejada en el rostro. Si todo le lleva al mismo final, ¿qué es lo que debe elegir? ¿qué debe hacer? La indecisión la paraliza y no puede hacer más que pasear su mirada asustada de un hombre a otro, rezando para que su maldito Espejo deje de fallar.
La mano de Diwan la toma del hombro y se lo aprieta con fuerza mientras suelta una carcajada al sentirla temblar. La retiene contra él y, esbozando una sonrisa sarcástica, dice en dirección a Royce que los mira con la cabeza ladeada y la curiosidad brillando en sus ojos:
—Me debes tres millones de Mundis, Royce. Te dije que nuestra querida Ania no cedería a tus encantos con tanta facilidad. Es un hueso más duro de roer de lo que tú recuerdas.
Royce cierra los ojos un segundo con un suspiro y, al volver a abrirlos dice:
—La transferencia te llegará en unos segundos.
Ania carraspea y, con la voz temblorosa, dice:
—Muy gracioso, chicos… Gracias por humillarme de nuevo, de verdad… Me alegra saber que os habéis divertido… Si no os importa, me vuelvo a la fiesta…
Diwan niega con la cabeza y la abraza por los hombros.
—Aún falta el premio final, preciosa. Estoy seguro de que sabes a qué me refiero.
—Será mejor que os deje solos—murmura Royce—. Tengo una novia a la que atender.
—¿Ahora te vas a echar atrás, Royce? ¿No decías que la echabas de menos?
El Espejo del hombre se enciende demostrando que duda sobre qué hacer. Un suspiro se escapa de su boca, se pasa la mano por la cara y niega con la cabeza.
—No, por supuesto que no.
Ania palidece y se ve arrastrada hacia las escaleras que llevan al ático, al dormitorio. Patalea bajo el agarre de Diwan y está a punto de darle un codazo en las costillas cuando una serie de figuras vestidas de negro se materializan a su alrededor apuntándolos con armas paralizantes.
—¡Ni un solo movimiento! —grita una de las figuras. Se acerca con cautela a Ania y con un gesto le indica al hombre que la suelte—. Agencia de Anomalías. Usted, señorita, se viene con nosotros.