Ania se ve arrastrada en una vorágine de luces centelleantes, sin que su mente fuera capaz de registrar la abrupta transición. En un instante se encontraba lidiando con Diwan y Royce en un ático en el edificio más selecto de la ciudad, y al siguiente, se encuentra en una sala ecléctica de un color gris sucio. La cabeza le da vueltas , un mareo intenso la invade y su cuerpo se tambalea, como si estuviera a bordo de un barco en medio de una tormenta. Pero antes de que pueda caer, unas fuertes manos, firmes y seguras, procedente de uno de los Agentes la sujetan con delicadeza.
—Tu cuerpo necesita reajustarse después de realizar la transcorporación—le explica con suavidad—. Cierra los ojos. Eso te ayudará a sentirte mejor.
Ania obedece y, al instante, su cuerpo comienza a estabilizarse. La sensación es extraña, como si todo estuviera fuera de lugar, como si cada una de las células de su cuerpo se estuvieran desplazando para ocupar su posición original. Aunque el proceso dura tan solo unos segundos, para Ania, esos momentos se estiran hasta convertirse en los segundos más largos y angustiantes de su existencia.
La conducen por un pasillo largo y bien iluminado, cuya claridad es tan intensa que le daña las pupilas, forzándola a entrecerrar los ojos como si intentara mirar al sol. Se detienen frente a una puerta metálica, imponente y fría, que se abre sin hacer ruido después de que uno de los Agentes acercara su huella dactilar a una pantalla táctil integrada en la pared. Con un gesto cortés pero firme, la invitan a entrar, y la puerta se cierra tras ella con un chasquido que resuena en la pequeña estancia.
Se encuentra sola, en una sala que parece despojada de humanidad, con un par de sillas de plástico biodegradable que son la única concesión a la comodidad en aquel lugar sin adornos. Al otro extremo hay otra puerta cerrada. No tiene tiempo de plantearse qué hacer a continuación cuando la puerta se abre de golpe y entra un hombre alto y delgado, vestido con una bata blanca que le confiere un aire de autoridad reminiscente de las películas antiguas sobre médicos. Su sonrisa, aunque tranquilizadora, no logra ocultar del todo la seriedad de la situación.
—Esto debe ser caótico para ti, así que déjame explicarte lo que está sucediendo, ¿de acuerdo? —el doctor Batista toma asiento en una de las sillas y le indica a Ania que haga lo mismo—. Te encuentras en la Agencia de Detección de Anomalías de Decisiones. Según nuestros registros, tu Espejo ha experimentado un fallo crítico dentro del Sistema y es imperativo solucionarlo. Vendrás conmigo al interior de esa sala—señala hacia la puerta por la que ha entrado— y te someterás a una cirugía de Desconexión.
—¿Ci… cirugía? ¿Desconexión? —balbucea Ania sintiendo como el miedo se apodera de ella.
—Sé cómo suena, pero te aseguro que no hay motivo para la alarma. La finalidad de este procedimiento es eliminar los fallos. Será un proceso rápido y no sentirás nada; te sedaré antes de comenzar.
—No… no estoy segura de querer… —la voz de Ania se quiebra, interrumpida por el parpadeo insistente de la pantalla integradas en su brazo.
El Espejo le muestra diferentes opciones, todas conduciéndola a un mismo final ineludible, opciones que ella ni siquiera había considerado posibles. El doctor, con una paciencia infinita, le pone la mano sobre el brazo, captando su atención.
—No mires la pantalla y no digas nada. Concéntrate en mí, ¿de acuerdo? Voy a proceder a pausar tu capacidad de decisión de forma temporal o corremos el riesgo de sobrecargar el Sistema.
Con un movimiento preciso, el doctor lleva su otra mano a la nuca de la joven y localiza el punto exacto de conexión. Coloca su dedo índice sobre este y activa el vínculo con un susurro apenas audible. Ante sus ojos, se despliegan las funciones cerebrales de la muchacha como si fueran las de un ordenador avanzado. Localiza el corte prefrontal y, con un gesto, introduce el código que paralizará el chip durante el tiempo necesario.
Sonríe y retira las manos de Ania, que lo observa con los ojos bien abiertos, algo desorientada. El doctor la toma de la mano, la ayuda a ponerse en pie y sin mediar palabra, la guía hasta la sala contigua, el quirófano de Desconexión, donde el destino de Ania tomará un nuevo rumbo.