Lo primero que siente Ania al despertarse es el brillo de la luz que la ciega, haciéndole cerrar los ojos con fuerza. El intenso dolor de cabeza que le acompaña segundos después acalla el resto de las sensaciones. Un gemido de dolor se forma en su garganta e intenta incorporarse, pero unas fuertes manos la detienen, empujando su cuerpo contra el colchón.
—Eh… eh… tranquila. Deja que tu cuerpo se adapte. El dolor pasará en unos minutos—dice la voz grave y suave de un hombre.
Ania intenta recordar lo ocurrido, pero lo último que le viene a la cabeza es una sala de paredes metálicas y una voz suave diciéndole que dejara de tomar decisiones. Se pregunta si la voz de sus recuerdos es la misma que le acaba de hablar, pero no es capaz de concentrarse en buscar la diferencia.
La intensidad de la luz parece hacerse más suave y el dolor acaba remitiendo tras unos eternos minutos. Parpadea intentando enfocar la mirada y la silueta del hombre se cierne sobre ella con aire amenazante. Sin embargo, cuando es capaz de verlo con toda claridad se sorprende al comprobar que es joven, quizá un par de años mayor que ella. Su piel oscura y brillante brilla bajo la luz y sus músculos se tensan al inclinarse sobre ella.
—Bienvenida de vuelta a la vida, Ania…—murmura con voz suave.
Ania parpadea confundida, con los ojos fijos en sus labios que parecen cincelados en aquel rostro de mandíbula cuadrada y pómulos marcados.
—¿Puedes hablar o…? —pregunta el joven con la voz teñida de diversión.
—Creo… creo que sí…—balbucea Ania avergonzada.
—Estupendo. Ahora veamos si puedes incorporarte…—El joven se acerca a ella y coloca una de sus manos en su espalda. El olor a jabón y a perfume especiado se mete en sus fosas nasales y la hacen respirar hondo con placer, provocando otra sonrisa ladeada en el joven—. Despacio, ¿de acuerdo?
La ayuda a levantarse de la cama. Un mareo le sobreviene y se aferra a él con fuerza a lo que él responde sujetándola con sus brazos firmes alrededor de la cintura.
—¿Estás bien?
Ania asiente con la cabeza, pero vuelve a apoyarla en su pecho el cual siente como una piedra bajo la camisa. El joven la estrecha contra ella unos segundos antes de acompañarla a una silla de aspecto rústico y desgastado. De hecho, ahora que se fija en la sala, todo parece viejo, antiguo incluso, como sacado de otra época.
—Escúchame, Ania…
—¿Cómo sabes mi nombre? —le interrumpe ella. Su voz suena metálica y rasposa, como si hiciera siglos que no la usa.
—Eso no importa.
—Sí lo hace… Además, ¿quién eres tú y dónde estamos?
—Me llamo Ayoub y estás en la guarida de los desconectados, en lo más profundo de los suburbios.
¡En los suburbios! ¿Cómo ha llegado ella hasta allí? ¿O la habrán raptado? ¡Oh, Dios! Seguro que es eso… Hace meses se escucha historias sobre desapariciones. Gente que de un día a otro dejan de existir… ¿Y si es aquí donde terminan? ¿Y si van a matarla? ¡Oh, Dios! ¿Qué debería hacer?
Se mira el brazo esperando aparecer la pantalla de su Espejo, pero no sucede nada. Sacude el brazo, como si así pudiera hacer que algo cambiase, pero el Espejo sigue en silencio.
—¡Ah! Ese detalle sí que es importante… Te han extraído el sistema… Ya no está.
El pánico le golpea la boca del estómago con una fuerza que la hace doblarse por la mitad con un quejido. Las nauseas le sobrevienen en violentos espasmos y Ayoub se apresura a sujetarla por los hombros y apartarle el pelo.
Y aunque la bilis le recorre la garganta quemándola y haciéndole llorar, su cabeza no puede dejar de pensar en las últimas palabras de Ayoub: “Te han extraído el sistema… Ya no está”… Y siente por primera vez como el mundo se le cae encima.