Eleanora sacude la cabeza exasperada y apunta con un dedo acusatorio a ambos hombres antes de decir:
—¿Podéis dejar la filosofía y la política para otro momento, por favor? —Aparta su bandeja y le dedica una suave sonrisa a Ania—. ¿Qué te parece si me acompañas fuera y dejamos a estos dos aquí?
Ania asiente con la cabeza y sigue a la mujer que serpentea entre las mesas de camino a la puerta. El silencio del exterior las recibe como un abrazo y Ania respira hondo intentando apartar la inquietud que le atenaza desde que despertó en aquella habitación.
Caminan en silencio por los pasillos llenos de pintadas hasta alcanzar la calle. Ania se detiene en silencio observando su alrededor con los labios entreabiertos por la impresión. Hay más gente de lo que habría esperado. La ropa que llevan está en su mayor parte remendada y le recuerda a la moda existente hace tres siglos: ropa cosida con tela e hilo en lugar de tejidos de origen artificial que se ajustan de forma automática al cuerpo y al estilo que uno desee.
Pero lo que más le fascina es verlos andar de un lado a otro, sin utilizar medios de transporte rápido como las tablas de suspensión aeróbica. Un coche destartalado de cuatro ruedas se desplaza por el centro de la calle esquivando transeúntes que se atreven a cruzar sin importarle el vehículo. Nunca había visto un aparato similar que no fuera parte de la información histórica de la nube, de hecho no entendía cómo podía circular cuando las energías no renovables hacía mucho que habían desaparecido.
Eleanora se inclina hacia ella y susurra:
—Impresionante, ¿verdad? Cuando yo llegué, me podía pasar horas aquí fuera observando…
—¿Tú también eres una desconectada?
Eleanora sonríe y asiente con la cabeza antes de decir:
—Vengo del distrito C, de los Apartamentos Rubí.
—¿En serio?
—Mi Espejo falló el día de mi trigésimo cumpleaños. Tuve una discusión con mi expareja y las opciones se dispararon… —Eleanora eleva la cabeza al cielo con la mirada perdida, como si lo estuviese reviviendo—. Por aquel entonces, Batista no tenía tanta práctica como ahora. Me desperté gritando cuando me traían hacia aquí. Si hubieses visto el susto que se pegó la persona que venía conmigo…—Eleanora suelta una risita y vuelve a mirar a Ania—. Mira, sé que esto no es fácil. Tomar decisiones sin saber qué ocurrirá es… terrorífico, pero lo mejor que puedes hacer es no darte el tiempo como para pensarlo. Di lo primero que te venga a la cabeza. Te acostumbrarás.
—¿No echas de menos la superficie?
—A veces. A mi familia, a mis amigos… Pero esto… —Eleanora se muerde el labio mientras busca las palabras adecuadas—…rezuma vida. Es como si la tecnología de arriba hubiese anestesiado nuestra capacidad de vivir, de sentir y de amar con intensidad. Arriba sabíamos lo que iba a pasar cada vez, aquí vivir es una aventura, un juego que no sabes cómo ni cuándo va a acabar. Y eso lo hace muy excitante.
Ania mira de nuevo a la calle, mira los rostros de las personas que pasan frente a ella y se pregunta cuántos de ellos serán desconectados como ella.
—¿Hay muchos como nosotras?
—Cada vez más. Según mi marido, nuestro cuerpo no está diseñado para aguantar tanto intrusismo tecnológico e intenta combatirlo desde dentro aunque ha necesitado siglos hasta encontrar la forma de hacerlo de forma satisfactoria.
—¿Habláis de mí? —el Doctor Batista se acerca a ellas con una sonrisa pícara en los labios, abraza a su mujer por la cintura y le besa en la mejilla—. Espero que le hayas dicho que soy el médico más prestigioso de toda la zona este.
—Y el más humilde también— responde Eleanora poniendo los ojos en blanco.
El médico ríe y la vuelve a besar antes de dirigirse a Ania:
—Espero que no te importe que te robe a mi mujer. Tras un turno de treinta y seis horas estoy deseando…
—Ni se te ocurra continuar esa frase—le interrumpe Eleanora poniéndole un dedo sobre los labios, mientras el rubor le tiñe las mejillas.
—Tiene diecinueve años, mujer… No se va a asustar si digo que quiero…
—¡Eres un descarado! —Eleanora suelta una risita y le besa con cariño antes de dirigirse a Ania que los mira mordiéndose los labios—. ¿Te importa si me voy? Ayoub te enseñará el complejo.
La sombra del hombre se cierne sobre ella y siente como su brazo roza el suyo al pasar a su lado. Por un momento, después de haber contemplado aquel momento de Eleanora y su marido, se siente incómoda junto a Ayoub que le dedica una seductora sonrisa antes de indicarle con la cabeza para que lo siga.
—El edificio del que hemos salido es la central. Es un antiguo instituto, por lo que aprovechamos su cafetería para las comidas. También encontrarás la enfermería y las distintas oficinas: quejas, reclamaciones y sugerencias, ayuda al desconectado, organización…
—¿También vivís ahí?
—No. —Ayoub se detiene y se gira hacia ella dedicándole una sonrisa ladeada—. Lamento decirte que aquí no encontrarás esos magníficos apartamentos de dos plantas como en la superficie. Vas a tener que compartir habitación.
—¿Compartir habitación?