El hilo de las decisiones

Capítulo 16

Cero no siempre se llamó así. Al nacer le bautizaron como Diwan, un nombre que compartía con su padre, su abuelo y todos los hombres de su familia antes que él. Aunque adoptó el otro al tomar el control de la Agencia. Solo los más privilegiados conocen su verdadera identidad y él se cuida mucho para que nadie las relacione. Cero nunca se deja ver y nadie tiene acceso a su despacho: una puerta cerrada a cal y canto en la última planta del edificio más alto de la ciudad, que da a una sala vacía y llena de polvo. Cero nunca ha estado allí. Cada llamada o mensaje le llega a través de conexiones neurotelefónicas que lleva implantadas y que adquirió en el mercado ilegal.

Cero jamás utiliza tecnología de la Agencia. Muchos no lo saben, pero la Agencia ejerce un control mucho mayor de lo que se cree. El Espejo, su sistema más básico revela el resultado de las elecciones antes de tomarse. Un alivio no equivocarse nunca. A la Agencia, sin embargo le interesa mucho más el control que obtienen a través del implante y los datos que los usuarios se comprometen a compartir antes de instalarlo en el brazo de sus hijos. Lo saben todo sobre todo el mundo.

Por otro lado, la Agencia es poseedora de varias empresas fantasmas que se encargan de crear las mayores innovaciones tecnológicas y que van pasando de una empresa de distribución a otra hasta llegar al usuario, que ya es incapaz de relacionarlo con ellos. Chips de memoria activa, células regenerativas, iris lectofotográficos, neurotransmisores de comunicación…

Las personas adoran estar conectadas unas con otras, compartir sus vivencias, recibir información sobre lo que hacen, siente y piensan los demás en todo momento. Eso es lo que les ofrece cada componente que a su vez se nutre de toda esa información y la vuelca en un servidor con un procesador que se encarga de codificar y controlar cada acción, cada palabra y cada pensamiento.

Esa información llega de forma directa a Cero, que la utiliza para seguir a la cabeza, no solo de la Agencia, sino de cada uno de sus proyectos. Como todo el mundo sabe, la información es poder y esto lleva de forma irremediable al éxito.

Cero no es solo el hombre más importante de la Agencia, sino que también es dueño de la empresa inmobiliaria propietaria de tres cuartas partes del mundo y de una fábrica de Aerodeslizadores que ocupa la tercera posición en el ranking mundial; ambas a nombre de Diwan Johnson, un hombre rico, carismático y padre soltero desde la “muerte” de su esposa seis años atrás.

Eleanora. Cada vez que piensa en ella, no puede evitar que se le crispen los dedos y la mandíbula se tense hasta que sus labios dibujan una mueca de dolor. La muy traidora…

Eleanora es la única persona que lo conoce de antes de que todo aquello llegase a su vida. Vivían ambos en el distrito C, en el edificio Rubí, conocido con ese nombre por el brillante color rojo que adquieren sus ventanas cuando el sol del atardecer se refleja en ellas. Tanto la familia de Johnson como la de Eleanora pertenecían a las altas esferas, no eran de la élite aún, pero estaban a un paso de poder acceder al distrito B.

Ya sabían que iban a contraer matrimonio desde bien jóvenes. Unir ambas familias les aseguraba el ascenso, por lo que nada más cumplir los dieciséis años lo hicieron efectivo. A pesar de que aquel matrimonio había sido una transacción comercial, Cero había amado a su mujer. Joder. Todavía la ama. Y creía que ella lo hacía también.

El día de su trigésimo cumpleaños, ella tomó una decisión sin pedir su opinión. Decidió hacerse pasar por uno de ellos con la intención de recaudar información para que él pudiera acabar con los suburbios. Acudió a su proveedor de confianza e hizo que trucara su Espejo para que ofreciera posibilidades infinitas. Discutieron. La primera pelea en catorce años. El Espejo se disparó y sus propios Agentes vinieron a por ella, sin saber, por supuesto, de quién se trataba.

Eleanora le envió el primer mensaje codificado unos días después. Lo hizo de forma periódica durante el primer año. Después se fue espaciando hasta que, tres años más tarde, dejó de hacerlo. No tardó en descubrir el motivo: el maldito doctor.

Un rugido sale del fondo de su garganta al recordar las imágenes que aún guarda en su nube privada, a cuyo interior se puede acceder solo mediante un complicado análisis celular. Imágenes que aún abre cada noche para recordarse por qué hace lo que hace. Ver cómo la besa, cómo la toca, cómo la hace reír o cómo la hace suya en la oscuridad de una habitación destartalada de los suburbios le da la fuerza necesaria para continuar con su planes.

Dejó entrever sus dudas respecto al médico a su mejor Agente, Jide Olamilekun, y por fin ha dado sus frutos. Va a disfrutar viendo su sufrimiento. Va a recuperar a su mujer cueste lo que cueste, aunque tenga que acabar con todos los desconectados uno a uno.

Batista es solo el primero de ellos. Ha llegado la hora de das paso al segundo acto.




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