Eleanora respira hondo varias veces y se separa de Ania, aunque en seguida siente la falta de unos brazos que la rodeen. Una sensación de vacío se instala en su pecho comprimiéndolo hasta que le cuesta respirar. Siente el estómago revuelto y un regusto a amarga bilis se instala en su garganta. Respira despacio, dejando que el aire inunde sus pulmones. No sabe qué le duele más, si la pérdida de Batista o el saber que es culpa suya.
Debería haberse imaginado que algo así iba a ocurrir. Nunca planeó que su vida cambiase de forma tan radical. Vivía bien. Tenía una hermosa familia a la que quería con locura. Pero le faltaba algo.
Eleanora siempre se había sentido diferente a sus seres queridos. Tenía una personalidad alegre y soñadora que contrastaba con la rigidez del resto de su familia. Si hubiera tenido hermanos, quizá hubiera sido distinto. Pero era hija única, heredera de la empresa de Aerodeslizadores más exitosa de la zona Oeste. La séptima en el ranking mundial.
Aquello marcó cada paso, cada decisión en su vida, desde lo más trivial como la ropa hasta los estudios sobre gestión empresarial y, por último, con quién compartir su vida.
Diwan Johnson no es que fuera un mal hombre, al menos en lo que respecta a su círculo privado. Ambicioso y letal en lo que se refiere a los negocios, con una actitud y una convicción férreas.
Se conocían desde siempre, puede que su unión estuviera pactada desde la cuna, pero sus padres de las apañaron lo suficiente como para que pareciera natural. Desde pequeños se veían una vez en semana, los martes, durante dos horas. A veces, cuando sus padres tenían veladas en común, se quedaban ambos con una misma niñera. Obligados a jugar juntos, ella aprendió sus gustos, a reconocer lo que le molestaba y lo que le hacía sonreír.
Diwan Johmson tiene una bonita sonrisa, amplia y brillante, que suele reflejarse en sus ojos azules cuando se permite dejarla ver. A Eleanora le encantaba hacerlo sonreír porque hacía que los colores fueran más brillantes y el aire se endulzara con la suavidad del algodón de azúcar. Por ese motivo, Eleanora adaptó sus gustos a los suyos, aprendió a guardar sus opiniones cuando no coincidían con las de él y aceptó la imposición de su familia sin rechistar.
Pero en su interior siempre quiso más. Cuando tomó la decisión de introducirse entre los desconectados, su intención era la misma de siempre: ser de utilidad para Diwan, ayudarle a conseguir sus metas sabiendo que nadie la relacionaría con “Cero”.
Aún recuerda el día que consiguió el puesto como director general de la Agencia. El proceso de selección es cerrado y solo unos pocos privilegiados son capaces de formar parte de los elegidos. Solo una persona puede optar al puesto y este es adjudicado de por vida. El primer requisito es formar parte de la élite.
Desde que Eleanora se unió a Diwan, ambas empresas comenzaron a despegar. La inmobiliaria de la familia Johnson se benefició de la imagen de la joven pareja como embajadora de la misma y del servicio adicional de Aerodeslizadores privados que incorporaron con la colaboración de la familia de Eleanora. El negocio de su padre se hizo con los contactos de Johnson, consiguiendo más inversores y mejorando la calidad de sus vehículos. Pasaron de la séptima posición a la tercera en poco menos de un año.
La élite los acogió con los brazos abiertos y, en cuanto Diwan tomó las riendas de ambas empresas al quedar ella embarazada, mostró su verdadero potencial: implacable, carismático, listo para tomar los riesgos necesarios y sin piedad por sus adversarios.
La muerte del Agente Cero anterior se llevó en secreto. No es algo que incumba al pueblo, ajeno como siempre a los tejemanejes de los altos cargos de la sociedad.
Solicitaron la asistencia de su marido en un escueto mensaje. Un aerodeslizador pasaría a recogerlo y lo llevaría al lugar de reunión, cuya ubicación todavía es un incógnito para ella. Estuvieron allí durante cuatro días y cuatro noches. A la mañana del quinto día, el nuevo “Cero” tomaba posesión del puesto.
Los asuntos de la Agencia le parecían una locura. Por primera vez supo la verdadera utilidad del Espejo y no pudo evitar sentirse indignada. Cuando Cero volvía a casa tras largas jornadas de trabajo, donde se encargaba de la Agencia y de sus dos exitosos negocios, mientras jugaba con su hijo, Diwan Junior, o mientras se acurrucaba en el sofá en el silencio de la noche, aprovechaba para relatarle el funcionamiento de la red creada por la Agencia y la instaba a utilizar menos innovaciones tecnológicas o a adquirirlas por otros medios como manera de evitar que la información llegara a ellos.
A pesar de saberlo todo, nunca en esos seis años ha revelado una sola palabra de ellos. A nadie. Ni siquiera Bautista conoce su verdadera identidad.
Pensar en él la desgarra por dentro. Fue él quien cambió sus planes. Estaba nerviosa cuando los Agentes la llevaron a su despacho. Le pareció serio y autoritario hasta que los Agentes se fueron y él esbozó una amplia sonrisa. Le habló con suavidad, tranquilizándola y no se apartó de ella ni un segundo hasta que cerró los ojos.
También fue el primero en buscarla en los suburbios. Se encargó de su adaptación y le asignó las tareas de organización lo que la ayudó en el cometido que tenía entre manos: pasar información.
Echaba de menos a su familia y así lo dejaba entrever en sus mensajes, pero se fue adaptando a los barrios bajos, al ritmo de vida, a la gente y a sus problemas, entonces el dolor fue mitigándose hasta parecer que su antigua vida formaba parte de un sueño.