El hilo de las decisiones

Capítulo 20

Ayoub ni siquiera mira atrás cuando se aleja de la consulta. Louis es enfermero en la clínica del sector, pero no tiene ningún tipo de experiencia con la tecnología de las zonas superiores y mucho menos con la del Espejo. Sin embargo, en estas circunstancias, no hay nadie más a quien acudir.

Los barrios bajos están divididos por sectores, cada uno dispone de su propio sistema organizativo que trabajan de manera independiente unos de otros. Cada sector dispone de un médico especializado en el Espejo, de los cuales algunos trabajan también para la Agencia tal y como hacía Batista. No son muchos, porque entrar en la Agencia requiere superar una serie de pruebas físicas y cognitivas que la mayoría no consigue, pero es suficiente para tener cubierta la ciudad.

Ayoub tuerce el gesto al recordar lo ocurrido. Aquello los deja en una posición de desventaja frente a la Agencia. Batista era el mejor de todos y actuaba como coordinador del área de la salud de cada sector, por lo que su pérdida conlleva cambios importantes también para su propio gobierno central. Solo espera que el puesto no se lo lleve el sector G, cuyo médico especialista es un arrogante y un déspota.

Se acerca a los soldados de su escuadrón y comprueba que el control de daños ha terminado. Han perdido ciento veintitrés personas, de los cuales más de la mitad son hombres jóvenes. Aprieta los puños con fuerza, les da las gracias y les ordena que ayuden en la limpieza hasta la reunión del consejo antes de bajar la calle sorteando a los ciudadanos y dirigirse a los barracones.

Aunque el nombre indique lo contrario, es un edificio anodino de color gris y paredes desconchadas que sirve de vivienda para los soldados, que duermen en grandes salas llenas de literas. Ayoub tiene la ventaja de compartir una habitación con tres jóvenes más debido a su rango superior. Sacude la cabeza al recordar a Ania y su horror antes la posibilidad de dormir con otras personas como ella. A él le hace sentir seguro saberse rodeado de otras personas, aunque a veces eche de menos tener privacidad.

La sala de estudio está iluminada por luces fluorescentes que emiten un zumbido apenas perceptible, contribuyendo a la sensación de frialdad. Las paredes, desnudas y grises, reflejan el estado de ánimo de Ayoub: áridas y carentes de vida. El mobiliario, compuesto por mesas largas y sillas de materiales desiguales, parecen tan cansado como él, añadiendo un aire de abandono al espacio. El silencio es abrumador, roto solo por el susurro ocasional de sus movimientos. No hay libros ni ordenadores, pero está vacía y eso es lo que necesita ahora mismo.

Saca los papeles impresos de su bolsillo y los extiende sobre una de las mesas en el extremo más alejado de la puerta. Sus ojos se desplazan por las líneas intentando encontrarle un sentido. Es un código sencillo de números y letras que combinadas de una manera determinada sustituyen un carácter en concreto. El problema es descubrir la combinación correcta para cada grafema, por lo que le lleva varias horas el conseguir descifrarlo sin la ayuda de un decodificador.

Cuando por fin es capaz de leer la información, la rabia se apodera de él como si de un volcán a punto de estallar se tratara. Barre los papeles de la mesa desperdigándolos por el suelo. Su respiración agitada resuena en la sala vacía y sus ojos se desplazan de forma errática por las paredes como si buscara una explicación entre sus desconchones. Sisea una maldición y su mandíbula se tensa como una cuerda a punto de romperse. Recoge los papeles del suelo y sale de allí dando un portazo.

Mientras recorre las calles, Ayoub siente su corazón acelerarse y sus pensamientos girar en una espiral incontrolable. Cada paso lo acerca a una decisión irrevocable. Por un lado, su instinto de soldado lo impulsa a actuar con justicia y rapidez; por otro, la imagen de Eleanora, con quien comparte tantos recuerdos, lo atormenta. ¿Cómo puede alguien a quien considera familia traicionarlos así?

Tarda más de media hora en dar con ella. Se encuentra al final de la calle, cerca de la residencia, ayudando con la limpieza de la zona de los comerciantes. A pesar de su mirada de confusión, la toma con fuerza del brazo y la arrastra hasta el interior del edificio que ahora vuelve a permanecer en silencio, como si lo ocurrido horas atrás hubiera agotado sus energías y ahora permaneciera dormido, a la espera de la próxima aventura. La habitación a la que la lleva está envuelta en una penumbra que contrasta con la claridad de la sala de estudio. Es un espacio cargado de una atmósfera pesada, como si las paredes hubieran absorbido el estrés y la ansiedad de quienes habían pasado por allí antes. Cada sonido, desde el roce de sus pies hasta el golpe de la puerta, parecen amplificarse en el silencio, haciendo que el espacio se sienta más claustrofóbico. Cierra la puerta con tanta fuerza que los goznes tiemblan y se forma un rastro de serrín en el suelo.

Eleanora lo observa con los ojos tan abiertos que parecen querer salírsele de las cuencas. Su cuerpo tiembla, como si anticipara lo que está a punto de ocurrir. Sin embargo, permanece en silencio, esperando que Ayoub rompa el silencio, tan frágil como el cristal.

—¿Qué has hecho? ¡Maldita sea, Eleanora! ¿Qué cojones has hecho?

—No sé de qué hablas…

Ayoub la mira, su rabia se mezcla con un dolor profundo. El volcán en su interior ruge, pero es la decepción la que lo ahoga. Las palabras brotan de su boca con la fuerza de una ola de ira, pero sus ojos revelan el sufrimiento de quien se siente traicionado por alguien querido.




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