El consejo del sector C de la Resistencia está formado por veinte personas, dos de cada sección. En ocasiones como esta, se suman un representante de cada sector y un portavoz neutral, sumando un total de treinta y una personas. Eleanora, representante de Organización, se sienta junto a un hombre menudo de mirada nerviosa y bigote gris, que lleva encargándose de aquello desde hace al menos veinte años.
En la mesa, también se encuentran Ayoub y su superiora, Yun, una mujer alta de ojos rasgados y mirada dura, representando el área de Seguridad. En ausencia de Batista, dos personas reemplazan a Salud: un ingeniero especializado en el Espejo y un enfermero general, cubriendo tanto la tecnología como la parte sanitaria.
Eleanora tiembla en su asiento, sintiendo la mirada penetrante de Ayoub clavada en su rostro. El corazón le late a toda velocidad, anticipando al momento en que Ayoub la delate ante el consejo. Tiene la boca seca y los nudillos blancos de sujetarse con fuerza a la silla. Una gota de sudor le recorre el cuello y se siente sofocada a pesar de que la temperatura en la sala es más fría que los veinticinco grados del exterior.
Sergii, el portavoz, pide calma, y el murmullo que llenaba la sala se desvanece como una nube de moscas dispersándose. El silencio opresivo no hace más que aumentar su ansiedad.
—Señores, como sabrán, ha habido un ataque de la Agencia en el sector C—dice Sergii con una voz profunda que parece llenar cada rincón de la habitación.
—Buscaban a Batista—interviene Pietro, el ingeniero del Espejo.
—Eso he oído. Seguridad, ¿cuántas bajas?
—Ciento veintitrés—resoinde Yun con voz firme—. Sesenta y siete hombres y cincuenta y seis mujeres.
—Más del doble de lo normal. Organización, ¿cómo va la limpieza?
Eleanora carraspea antes de responder.
—A pesar de las pérdidas, los daños materiales han sido mínimos. El listado de reparaciones ya está en manos de Provisiones.
Turuk, un hombre de espalda ancha, musculoso y de mandíbula cuadrada, asiente con seriedad.
—Calculo que en un par de días podremos volver a la normalidad.
—Bien. Tenemos un problema con la pérdida de Batista. Nos reuniremos la próxima semana para discutir un reemplazo. ¿Sector C, tienen a alguien en formación?
—No, por desgracia, no—responde el enfermero con un suspiro.
— Entonces veremos si otros sectores pueden aportar alguien —añade Sergii—. Lo discutiremos en la próxima sesión.
Haike, una mujer bajita y rechoncha del sector A, levanta la mano.
—Disculpa que te interrumpa, Sergii. Este ataque no se parece a los anteriores. Sabían dónde y a quién buscar. ¿Cómo es posible?
—A mí me preocupa que esto se vuelva una rutina, afectando a otros sectores —agrega Nnandi, representante del sector K, con rostro grave.
Oula, una joven de voz suave y ojos claros, interviene con preocupación.
—¿Podemos garantizar la seguridad del pueblo, o vamos a ser cazados por la Agencia de ahora en adelante?
Los murmullos inquietos aumentan como una ola chocando con las rocas, apoderándose de la sala. Eleanora se estremece y el pánico le atenaza cuando el portavoz le cede el turno a Seguridad. Ayoub intercambia una mirada con Yun antes de intervenir.
— Señores, hemos detectado una brecha en la Seguridad. Hay filtraciones de información. Estoy seguro de que les interesará saber que...
—He sido yo—interrumpe Eleanora, levantándose de forma abrupta. Se queda sin aliento unos instantes al percatarse de lo que está haciendo y las siguientes palabras salen atropelladas de su boca—. Yo... soy la culpable. Pasé información a la Agencia. —El rugido de desaprobación que se eleva por encima de sus cabezas le proporciona unos minutos para respirar—. Saben dónde están los refugios, conocen nuestro sistema organizativo y la existencia de médicos encubiertos.
Yun se inclina hacia delante y con voz cortante, pregunta:
—¿Le diste nombres, Eleanora?
La sala queda en silencio de nuevo, como si hubieran apagado el sonido con un control remoto.
—Les di el nombre de Batista, los responsables del sector C y el portavoz.
Eleanora es capaz de sentir la violencia en las voces que se levantan indignadas contra ella, lo que hace que se encoja en su asiento.
—¡Enciérrenla!—dice Haike en un chillido—. ¡O torturémosla! Lo mismo podemos sacarle información también.
—Nuestro sector se sentiría más seguro si la fusilamos—añade Nnandi lanzándole una mirada grave.
Eleanora se encoge en su asiento, sintiendo el peso de las miradas de odio.
—No será necesario. Abandono la resistencia—dice con voz trémula.
Oula frunce el ceño.
—¿Y qué nos garantiza que no volverás a traicionarnos una vez fuera? ¿O que no reveles más información?
Ousman, el portavoz de Tecnología, interviene con calma.
—Podemos instalarle un bloqueo mental. En el mercado ilegal hay dispositivos indetectables—sugiere Ousman, el portavoz de Tecnología, haciendo repiquetear las uñas contra la mesa—. Por lo que tengo entendido, los primeros prototipos los utilizaban en el ejército...
—Correcto—asiente Yun con una inclinación de cabeza—. Pero dejaron de usarse porque eran peligrosos. Bajo tortura, el bloqueo puede matarla.
—¿Y qué?—responde Haike con desprecio—. Mejor ella que nosotros.
—Acepto el bloquel—dice Eleanora levantando la mirada—. Llevo años sin pasar información y no voy a empezar a hacerlo ahora que os habéis convertido en mi familia.
Ayoub suelta un gruñido bajo en respuesta que a Eleanora no le pasa desapercibido. La vergüenza le tiñe las mejillas y el cuello. La garganta le quema por la necesidad de dar explicaciones, de hacer ver que nunca ha sido su intención llegar a esto, que ahora está renunciando a todo lo que la hace feliz, a personas a las que quiere. Pero en su lugar, permanece en silencio sin apenas prestar atención a la discusión que se lleva a cabo a su alrededor.