El regreso de Eleanora a los barrios superiores junto a Yun y Ayoub es un viaje cargado de tensión, un silencio denso que parece envolverlos, casi tangible. Eleanora intenta romper esa barrera invisible con palabras, pero sus esfuerzos se encuentran con respuestas cortantes, monosílabos que se clavan en el aire como cuchillos.
Cuando cruzan los límites de la ciudad, cambian el todoterreno por un aerodeslizador, y la silueta de los altos edificios se desdibuja en el horizonte, recordándole un paisaje que había relegado al olvido. Se detienen cerca de los edificios Rubí, su antiguo hogar. Un suspiro largo y pesado se escapa de sus labios, y por un breve instante, se da cuenta de que una parte de ella, una muy oculta, lo ha echado de menos.
Ayoub la toma del brazo con una fuerza innecesaria, casi dolorosa, y la empuja para que abandone el aerodeslizador.
—Supongo que esto es un adiós…—murmura Eleanora, con la voz quebrada.
Ayoub tensa la mandíbula, sus ojos destellan con una furia contenida mientras la suelta.
—Lo es. No vuelvas, ¿me oyes?
—Lo siento mucho, Ayoub…
—¿Lo sientes? —Ayoub ríe con amargura, una risa que carece de humor—. Batista es como un padre para mí. No te importó destrozar vidas ajenas cuando llegaste a los suburbios.
—Yo... creía que era lo mejor.
—Lo mejor… —repite Ayoub, la palabra gotea veneno—. Lo mejor es que desaparezcas. Vuelve a ese agujero de donde saliste. Adiós, Eleanora.
Ella lo observa mientras se aleja, su figura se mezcla con los aerodeslizadores que vuelan en formación, y el sonido de sus motores resuena como un eco de su decisión final. Con un suspiro pesado, se da la vuelta. Ha llegado el momento de enfrentarse a lo que dejó atrás.
En el ascensor de paredes de cristal, el mundo se eleva a su alrededor, llevándola a la última planta donde se encuentra la pista de aterrizaje. Se acerca a un aerodeslizador de uso libre, e introduce la dirección de su antiguo hogar, donde vivía con Diwan y Junior antes de marcharse. El trayecto es breve, pero el peso del pasado la oprime. El edificio Diamante en el sector A es tan imponente como lo recordaba, sus muros cubiertos de cristales que resplandecen bajo la luz del sol, un brillo que casi la ciega tras tanto tiempo en las sombras.
Desciende del aerodeslizador y se cubre el rostro para protegerse de la intensa luz. Con el corazón acelerado, se aproxima a la cápsula de entrada y teclea el código de acceso, rezando en silencio para que no lo hayan cambiado. La luz roja parpadea, negándole la entrada. Maldice en voz baja y lo intenta de nuevo, obteniendo el mismo resultado. El sonido de otro aerodeslizador aterrizando la sobresalta; se da la vuelta para ver la figura de un hombre en traje que se acerca con paso decidido, una sonrisa ladeada en su rostro.
—Hola, Eleanora. Bienvenida a casa—dice Cero, tomándola por los hombros con una firmeza que ella no recuerda.
—Hola, Diwan… —murmura Eleanora, observando el rostro que una vez le fue tan familiar. Sigue siendo tan atractivo como siempre, pero hay algo en su mirada, una frialdad que no reconoce.
Cero asiente con la cabeza, la gira hacia la cápsula y extiende la mano hacia el escáner de ADN.
—Eliminé tu acceso cuando supe que no volverías.
—Yo…
—No. No digas nada. Guarda tus excusas para tu hijo. Conmigo no van a funcionar.
La puerta del apartamento se abre, y Eleanora siente que el aire abandona sus pulmones. Todo sigue igual. La imagen holográfica de los tres aún cuelga en la pared del salón, dominando la sala con su presencia, y los muebles permanecen en el mismo lugar, como si el tiempo no hubiera pasado. Cero la observa con ojos fríos mientras ella recorre el lugar, acariciando con la yema de los dedos superficies que una vez fueron parte de su vida. Se siente como si despertara de un largo sueño, y el dolor del pasado la golpea con fuerza, el dolor de lo que perdió y lo que dejó atrás.
Se gira hacia Cero, su rostro muestra una mezcla de arrepentimiento y desesperación, pero él no muestra ni un ápice de compasión.
—Dúchate y arréglate. Pareces una pordiosera con esos trapos.
—Diwan…
—Mira, Eleanora —la interrumpe, ajustando los puños de su traje con una precisión meticulosa—. Estás aquí y no permitiré que te vayas de nuevo. Pero no creas que he olvidado lo que has hecho. Has destrozado esta familia.
—Lo entiendo, pero…
—¿Qué? ¿Vas a decirme que me echaste de menos? —Cero suelta una risa seca, carente de humor—. ¿Cuándo exactamente? ¿Mientras te acostabas con ese médico en vuestro agujero inmundo?
El comentario la golpea con fuerza, y el rubor sube a sus mejillas.
—Lo siento.
—¿Ah, sí? —Cero se acerca, levantando su rostro con suavidad, obligándola a mirarlo—. ¿Y qué estás dispuesta a hacer para que olvide todo esto?
—¿Qué… quieres?
—Cuéntame todo lo que necesito saber sobre los suburbios.
Apenas abre la boca cuando un dolor punzante se apodera de su cabeza, nublando su visión. Jadea, llevándose las manos a las sienes, tratando de contener el dolor. Cero suspira, se agacha junto a ella y niega con la cabeza.