Ania se despierta con una profundo bostezo. Se siente descansada, como si hubiera dormido un día entero. Observa la habitación blanca, mal iluminada y sin ventanas preguntándose dónde está. Pero los recuerdos anteriores aparecen desvaídos en su mente, como si fuesen sueños. Mira su muñeca intentando que el Espejo aparezca, pero no lo hace. Al menos, sabe que aquello era real.
De repente, la puerta se abre con un chirrido y un hombre pequeño al que no reconoce, entra empujando un carrito lleno de utensilios médicos. Se sobresalta al verla despierta pero enseguida esboza una sonrisa.
—¡Qué alegría que hayas despertado! ¡Eso es una señal estupenda!
—¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?
El hombre carraspea, evitando su mirada.
—Ah, sí. Lo siento. Olvidé que la amnesia puede ser uno de los efectos secundarios. —Se retuerce las manos antes de continuar—: Sufriste un rechazo por la ausencia del Espejo. No es algo común, pero a veces el cuerpo… reacciona como si estuviera enfermo al dejar de depender de la tecnología.
Con manos temblorosas, el hombre palpa su frente y su cráneo.
—La fiebre ha desaparecido y no hay señales de inflamación. Diría que has superado lo peor, pero sería mejor que un especialista lo confirmara.
Ania se muerde el labio escuchando la diatriba del hombre que trastea con los utensilios sobre el carrito, sintiéndose cada vez más confundida.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?—le interrumpe, buscando algo más concreto a lo que aferrarse.
—Ah, sí. Tres días—responde él, distraído—. Ayoub debería llegar pronto. Él te trajo aquí y podrá responder a todas tus preguntas. Yo… tengo que atender a otros pacientes. Puedes marcharte cuando te sientas lista.
Ania espera a que se marche antes de intentar incorporarse. Al ponerse de pie, el mundo a su alrededor gira por unos segundos, pero enseguida recupera el equilibrio. El suelo frío la hace estremecerse y se encoje sobre sí misma, buscando su ropa por toda la habitación. No hay ningún armario a la vista, tan solo el vacío impersonal del lugar. Se pregunta dónde habrá ido el hombre, pero no está segura de querer perseguirlo por el edificio en busca de la ropa que, seguro, ha perdido.
Un carraspeo en la puerta la hace girarse, sobresaltada. Ayoub aparece en el umbral, con una sonrisa que pretende ser seductora, aunque su mirada brilla con una tristeza inusual. ¿Qué ha ocurrido mientras ella dormía?
—Me alegro de verte levantada, trencitas. —Ayoub le alarga un paquete envuelto en tela—. Supongo que esto te vendrá bien si no quieres salir con esa bata de hospital…
Ania siente el calor subiéndole a las mejillas al darse cuenta de lo expuesta que está, la bata medio abierta por la espalda, dejando muy poco a la imaginación… y ella estaba de espaldas a Ayoub.
—Gracias.
Ania toma el paquete y le lanza una mirada asesina al ver que él no se mueve, mirándola con los ojos entornados y oscuros. Tras unos segundos carraspea, se da la vuelta y vuelve a dejarla sola en la habitación, momento que Ania aprovecha para vestirse con lo que Ayoub le ha traído: una simple camiseta blanca de tirantes y unos pantalones cargo de color beige. Unas botas de cuero, estilo militar lo acompaña.
Al salir, Ayoub la espera con los brazos cruzados, apoyado contra la pared gris desvaída. El exterior de la clínica es un hervidero de personas. Pequeños tenderetes improvisados ocupan las aceras y parte de la calzada. Ayoub le toma la mano con firmeza, guiándola a través de la multitud hasta una calle más tranquila.
—El mercado semanal se desplaza de sector en sector. Vienen de todos los rincones de la ciudad—explica Ayoub sin soltarle la mano, a pesar de que ya no es necesario.
—¿A dónde vamos?
—A la escuela. Es hora de asignarte un trabajo, trencitas.
—¿Crees que podría trabajar con Eleanora? La organización de… — Ania se interrumpe al ver la mueca de dolor que cruza de forma fugaz el rostro de Ayoub. Se detiene, obligándolo a mirarla —. ¿Qué ha pasado? ¿Qué me he perdido mientras me recuperaba?
—Eleanora ha…
—¿Muerto? —Ania lo interrumpe, con el corazón encogido.
—No. —La voz de Ayoub es dura, casi cruel—. Ha sido desterrada por alta traición. No volverá. Jamás.
Ania se queda en silencio, tratando de asimilar lo que oye. No la conocía lo suficiente como para sentir su pérdida, pero le había parecido una mujer amable, preocupada por los ciudadanos de los suburbios La idea de que hubiera cometido traición es difícil de asimilar.
— Necesito más detalles para entender lo que ha pasado.
Ayoub suspira, rasándose la nuca.
—Ven. Te lo explicaré por el camino.
Mientras caminan, Ayoub le narra la historia de Eleanora, Cero y Batista. Ania queda impactada por la tragedia de la situación: tener que elegir entre traicionar a su familia o a las personas que la han acogido debe ser insoportable. En especial después de haber visto el amor que compartían Batista y Eleanora.
—La verdad, creo que el destierro es excesivo—opina Ania con suavidad.
Ayoub se detiene en seco, el rostro crispado de ira.