Ash.
No, no, no.
Esto no puede estar pasando.
¿Verdad?
Herk está... está...
—Cre-creo que murió... —escuché decir a Mary de pronto—. No respira, no reacciona... Nada.
Y con eso, fue suficiente como para que me dejara caer sobre la nieve.
Herk no puede estar muerto. ¿Quién nos cuidará ahora? ¿Qué será de nosotros? ¿Y el bosque? ¿Que será de él?
¿Nos... nos matarán?
Noté mis mejillas húmedas.
¡Herk no puede morir!
Apreté tan fuerte los dientes que dolía.
¡Herk debe cuidarnos! ¡Apenas había llegado! ¡Sólo tenía unos meses aquí! ¿Como puede estar pasando esto?
¡¿Por qué está pasando esto?!
Una risa amarga me saco de mis pensamientos, haciendo que me gire de golpe.
—Soldados, nuestro trabajo aquí a terminado.
—Pero Coronel, y usted... —comentó un soldado, señalándolo.
—Hasta aquí llega mi historia —lo interrumpió, sonriente—, así como la de él —señaló a Herk con la cabeza.
En serio no sabía que podía tener tanta rabia hasta hoy.
Me limpié las lágrimas de golpe yendo directamente hacia el coronel.
Me paré frente a él, con mi mejor cara amarga.
—¿Y tu qué, niñita? —expresó en tono burlón—. ¿Vienes a escupirme la cara e insultarme?
Hice de todo menos eso.
Me sostuve de sus piernas tirando de ellas, haciendo que por el peso se fuera hacia abajo y la rama lo lastimara más. Rasgando su enorme herida.
Seguí haciéndolo bruscamente durante unos segundos, en los que el estúpido gritaba y le exigía a sus soldados que lo ayudarán.
Nadie se movió.
Y lo agradecí muchísimo.
Tenía que desquitarme.
¡Hasta los soldados sabían que esto estaba mal!
¿No?
Porque nadie se movió para quitarme de éste ser llamado humano.
El cual seguía gritando y suplicando ayuda.
Un buen rato después, en el cual pude notar que su cuerpo bajo notoriamente, me quité de sus piernas para agarrar el cuchillo con el que había herido a Herk hace un rato, que estaba en el piso.
Lo sostuve firmemente acercándome a su otra mano, y, con todas las fuerzas que pude reunir, le corté todos los dedos al igual como había hecho Herk.
Lágrimas no paraban de salir de mis ojos. Estaba dolida. Había querido a Herk incluso sin conocerlo. Todos nosotros queríamos a Herk mucho antes de haberlo conocido.
Y nos lo habían quitado así como así... y no les importó.
—¡ERES LA PEOR ESCORIA DEL MUNDO! ¡AGH! —ya ni sabía que decía, sólo quería desquitarme.
Clavé el cuchillo en medio de sus manos y tire hacia abajo cuando termine con sus dedos. Grito aún más fuerte.
Aún así, sin dedos y con una línea en medio de sus manos. Seguía sonriendo.
¡¿Qué no podía dejar de sonreír?!
—¡¿ERES MASOQUISTA O QUE?! —chillé. El rio con fuerza.
Como odiaba a este sujeto.
—He pasado cosas peores, niñita.
No lo soporte más, tenía que hacerlo sufrir de una forma u otra.
Hasta que recordé un libro de medicina que leí hace unas semanas.
Sonreí maliciosamente, acercándome hasta su pierna y viéndola antes de hacer lo que tenía planeado.
Sólo espero hacerlo bien...
Apunté justo donde había leído que estaba la vena, aunque no recordaba como se llamaba, sí donde estaba.
Su rostro expresó terror absoluto cuando vio lo que quería hacer.
—Ni se te ocu... —tarde, ya había pasado el cuchillo tan profundamente por su pierna que la sangre me salpicó rápidamente sin previo aviso. Sonreí, complacida.
Y para completar mi obra, le clavé el cuchillo en el doblez de su brazo derecho. Gritó.
Mientras que él se retorcía del dolor, yo me fui tranquilamente a donde se encontraba el cuerpo de Herk.
En el camino pude escuchar a alguien hablándole a una radio o algo así, pero ahora sólo tenía en mente una cosa; Herk.
Los demás chicos me miraban mientras me agachaba al lado de su cuerpo, volví a llorar.
Me dolía la garganta. Quería gritar.
Sentí unas manos en mi espalda y hombros, al girarme me encontré con Georgia, Mary y Claudia. Les sonreí, borrándola casi al instante.
Todos nos abrazamos, incluso los adultos. Aunque ningún abrazo se podrá comparar con los de Herk...
Lo miré, su cara estaba hacia arriba, mientas que sus enormes ojos estaban cerrados, su cuerpo perfectamente recto... ¿cómo incluso... así, puede estar recto? Dios...
Te voy a extrañar mucho Herk.
Te vamos a extrañar mucho...
No pude pensar mucho más porque oí ruidos de llantas atrás de nosotros. Nos giramos.
Eran más militares.
Y traían muchas camionetas, y muchas más armas.
¿Que más había por matar?
¡¿Que más querían matar?!
—¿Donde está? —le preguntó un hombre a uno de los soldados después de bajarse de una de las camionetas. Señaló hacia nosotros.
Le pasó por un lado al Coronel, el cuál seguía agonizando pero ya casi sin vida.
Merecía mucho más que eso la verdad, pero ya no podía hacer nada.
Se paró justo detrás de nosotros, lo repasé con los ojos.
Era calvo, piel oscura, con barba canosa. Muy alto. Su uniforme era mucho más formal que el del Coronel, con miles de medallas en su pecho izquierdo.
Se quitó las gafas de sol dejando ver sus ojos negros como la noche. Y nos miró como si le estuviéramos estorbando.
—¿Se podrían quitar? Tengo que ver al monstruo —efectivamente, le estábamos estorbando. Y su voz era... muy grave.
Ninguno nos movimos. No nos iremos del lado de Herk por nada. Pero eso pareció enfurecerlo más.
Chasqueó los dedos, dos hombres rápidamente vinieron apuntándonos con sus armas. Peper suspiró haciéndose a un lado, igual los demás.
Y nos tuvieron que obligar a hacer lo mismo.
Ese hombre raro se acercó a Herk con todo el asco del mundo. ¿Por qué le daba asco? ¿Por qué lo miraba así?
Lo escaneó con los ojos unos pocos segundos hasta que por fin habló. Aunque hubiera preferido que no lo hiciera al oír lo que salió de su boca:
Editado: 07.07.2023