La lluvia caía con una cadencia perfecta sobre la ciudad suspendida. Las gotas no golpeaban con fuerza, sino con elegancia, como si cada una tuviera un propósito ceremonial. Bajo esa lluvia, la gente caminaba con paraguas transparentes, sin saber que el mundo comenzaba a fracturarse por dentro.
Bruma no se movía. De pie en la azotea de un edificio en el sector cultural, con su abrigo oscuro y los ojos fijos en la pantalla de su guante, leía un hilo de mensajes que no deberían existir.
“¿Por qué agradecemos a los héroes por salvarnos, si ellos eligieron dejar que otros murieran?”
“No es odio. Es madurez. Yo ya no necesito un padre con capa.”
Frases como esas no habían nacido de la rabia, sino de la reflexión. Eran peligrosas porque no eran viscerales. Eran frías. Lógicas.
Eso era nuevo. Eso era… orquestado.
Bruma alzó la vista. En el cielo, más allá de las cúpulas, un dron de vigilancia flotaba en modo pasivo. Ella lo ignoró.
Sabía que ya no bastaba con mirar. Tenía que sentir la mentira.
Y la mentira estaba silente, perfecta, imposible de rastrear. Pero real.
Elias Vólcras tomaba café en una sala sin ventanas, sin logos, sin arquitectura reconocible. La decoración era la nada. Paredes grises, piso gris, una mesa, una silla.
No necesitaba más.
En la pantalla frente a él, seis columnas de datos se desplazaban. No mostraban rostros. Mostraban emociones: confusión, resignación, hartazgo.
La séptima columna parpadeaba en blanco. Umbra.
—Aún no se decide —murmuró Elias.
No con desprecio. Con genuino interés.
—Los indecisos son la materia prima del futuro.
Giró su rostro hacia una mujer sentada al otro lado del cristal, con un auricular pegado al oído.
—¿La campaña de ambivalencia está lista?
Ella asintió.
—Videos, entrevistas, testimonios truncados. Héroes ignorando peticiones menores. Gente que pide ayuda y recibe silencio.
Elias asintió.
—No necesitamos mentir. Solo mostrar las partes que nunca mostraron.
Y entonces sonrió, como quien sabe que el viento ya sopla a su favor.
En la sala de entrenamiento, Kael Orin —Umbra— sostenía una esfera oscura en la palma de su mano. Dentro, se movía una sombra viva, un fragmento de vacío puro. Su poder. Su reflejo.
Él podía ocultarse de todos. Podía atravesar muros, perderse entre dimensiones tangenciales.
Y, sin embargo, no podía escapar de su propia duda.
Bruma lo había mirado distinto en la última reunión. Como si supiera algo. Como si ya no confiara.
—¿Por qué no confías en mí? —murmuró Kael al aire.
Pero sabía la respuesta.
Porque él mismo ya no lo hacía.
En su tablet, aún abierta en segundo plano, quedaba la captura del ensayo de Elias. Había una frase subrayada, con su propio dedo.
“Nadie traiciona lo que nunca eligió servir.”
Kael apagó la pantalla. Sus ojos, usualmente opacos, brillaron apenas por un segundo. No de poder. De conciencia.
Bruma descendía por las escaleras del Archivo Secreto, una zona a la que solo ella tenía acceso. Desde allí, podía revisar todos los registros de comportamiento social que la Asamblea recolectaba para monitorear tendencias, amenazas, anomalías.
Pero había algo que no cuadraba.
—¿Por qué los informes muestran caída en confianza… pero el índice de aprobación sigue alto? —preguntó en voz alta.
No hubo respuesta.
—¿Quién controla los metadatos? —insistió.
Un nombre surgió en su mente.
Kael.
No porque lo creyera culpable.
Sino porque era el único que no respondía con palabras.
Y eso, en un mundo donde todos opinaban… era un signo.
Elias cruzaba el puente del Distrito Azul. A su alrededor, nadie lo reconocía. Era invisible sin disfraz. Un hombre cualquiera con un abrigo oscuro y pasos silenciosos. Pero cada pantalla que pasaba junto a él… reproducía un fragmento de su influencia.
Una entrevista donde una mujer lloraba porque Atlas Prime no pudo salvar a su hijo.
Un podcast donde un joven hablaba de cómo la Asamblea “infantilizaba” a la humanidad.
Una noticia donde Aeon se negaba a intervenir en un robo “porque era menor”.
Todo era verdad.
Todo era cierto.
Pero el contexto… estaba ausente.
Y la verdad sin contexto es una bomba con forma de flor.
Esa noche, en su habitación, Bruma grabó un mensaje para uso interno:
—Nombre: Sibel Kova. Alias: Bruma.
—Estado emocional: alerta.
—Informe: Se detecta una manipulación progresiva de la narrativa pública.
—Hipótesis: Existe un actor externo que no busca dañar la imagen heroica, sino debilitar su necesidad.
Silencio.
—El objetivo no es destruirnos. Es… hacernos irrelevantes.
En otro rincón de la ciudad, Elias contemplaba una transmisión en vivo.
Valeria —Luz Divina— hablaba con una niña enferma en un hospital. Las cámaras captaban el momento. La luz que emanaba de sus manos sanaba la carne. El rostro de la niña se iluminaba.
Elias observaba en silencio.
No porque despreciara la escena.
Sino porque sabía que, al día siguiente, miles dirían: “¿Y por qué no salva a todos?”
Y tendrían razón.
La compasión visible se transforma en obligación moral.
Y la obligación… en resentimiento.
Esa era la semilla.
Y ya estaba plantada.