El grupo llegó a la Ciudad Monteblanco esperando cumplir con su servicio comunitario y salir de ahí lo más rápido posible. Sin embargo, al pisar las calles del pueblo, lo que encontraron fue mucho peor de lo que imaginaban. Monteblanco estaba en ruinas, las calles estaban llenas de basura, los edificios apenas se sostenían en pie, y el aire tenía un olor rancio que confirmaba que nadie se preocupaba por mantener el lugar limpio.
Pusen miró a su alrededor con expresión de horror. "Nos va a tomar toda la vida limpiar esto."
Arnaldo suspiró. "Si es parte de nuestra sentencia, tendremos que hacerlo. De todas formas, puede ser que aquí encontremos algo interesante."
Chort, siempre atento, notó que la ciudad estaba casi desierta, como si el tiempo se hubiera detenido ahí. "¿Pero quién gobierna este lugar? No veo ni un solo ciudadano ni autoridad."
Con la intención de entender mejor su situación, los tres se dirigieron a la comisaría más cercana, esperando encontrar a alguien que les explicara cómo proceder con el trabajo comunitario. Al llegar, la comisaría estaba completamente vacía, las luces parpadeaban, y los archivos estaban cubiertos de polvo.
"Esto es cada vez más extraño," murmuró Pusen.
Justo cuando estaban por irse, una puerta chirrió y un hombre salió de una de las oficinas. Vestía un uniforme de policía, aunque no parecía cómodo con él. Se presentó como Juan, y al verlo, Arnaldo y Pusen se detuvieron en seco.
"Espera…" dijo Arnaldo, entrecerrando los ojos. "¿No es ese…?"
Pusen se giró hacia él con sorpresa. "Es el mecánico que conocimos al principio de nuestra aventura."
Juan, al notar que lo reconocían, suspiró y se apoyó contra el marco de la puerta. "Sí… soy yo. Me obligaron a ser policía aquí."
Pusen levantó una ceja. "¿Cómo que te obligaron?"
Juan pasó una mano por su cara con frustración y explicó lo sucedido. Había sido secuestrado por los pocos habitantes de Monteblanco y obligado a asumir el rol de policía porque querían revivir el pueblo. Con una autoridad inexistente y la falta de control, Monteblanco había caído en el abandono total, y los ciudadanos estaban desesperados por traer estabilidad, aunque fuera de la peor manera posible.
"Yo no quería esto," continuó Juan, "pero aquí estoy, haciendo que las reglas funcionen en un lugar donde casi nadie las sigue."
Arnaldo cruzó los brazos, procesando la información. Su servicio comunitario iba a ser mucho más complicado de lo que imaginaban.
Chort, aunque no conocía a Juan como los demás, entendió la gravedad del asunto. "Bueno, si queremos salir de aquí rápido, tenemos que arreglar este desastre. Y si de paso podemos ayudar a Juan a salir de su problema, mejor."
Juan soltó una risa seca. "Buena suerte con eso."
El grupo, sin muchas opciones, aceptó que limpiar Monteblanco y restaurar el orden sería una misión más complicada de lo que esperaban. Pero si algo habían aprendido en su viaje era que siempre podían encontrar una solución, incluso en los peores escenarios.
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Editado: 15.05.2025