El hurine contra el dios

Capitulo 5

Después de un día agotador de trabajo comunitario, Arnaldo, Pusen y Chort decidieron irse a dormir en la habitación que les habían asignado en Monteblanco. Sin embargo, como la comisaría no tenía suficientes habitaciones disponibles, Chort terminó durmiendo en un cuarto separado, dejando a Arnaldo y Pusen juntos en otra habitación.

El cansancio los venció rápido, y pronto el silencio de la noche se adueñó del lugar. Monteblanco seguía siendo inquietante incluso dormidos, pero el sueño profundo los atrapó sin darles tiempo de preocuparse.

A la mañana siguiente, Arnaldo fue el primero en abrir los ojos, aún adormilado. Se estiró lentamente, sintiendo el aire frío de la habitación. Pero justo cuando intentó moverse, una extraña sensación recorrió su cuerpo.

Algo no estaba bien.

Miró a sus lados, a su alrededor, y en cuestión de segundos, su cerebro procesó lo que estaba ocurriendo.

"¿Qué…?" murmuró, confundido.

Sus ropas habían desaparecido.

Se sentó de golpe, agarrando la sábana con rapidez y cubriéndose como pudo. Buscó en la habitación, pero no había rastro de su ropa ni de la de Pusen.

En ese momento, Pusen se despertó, bostezando y desordenando su cabello con una mano.

"Buenos días…" murmuró, con voz aún ronca.

Pero apenas giró la cabeza y vio la expresión tensa de Arnaldo, frunció el ceño.

"¿Qué pasa contigo?" preguntó.

Arnaldo no dijo nada, solo señaló su propia sábana. Pusen parpadeó varias veces, sin entender. Luego bajó la mirada y, finalmente, se dio cuenta.

Su ropa también había desaparecido.

El silencio se extendió entre los dos durante unos segundos demasiado largos.

"¿Nos acaban de robar mientras dormíamos?" dijo Arnaldo finalmente.

Pusen se llevó una mano a la cara. "Esto es un desastre."

Los dos se quedaron ahí, envueltos en telas viejas, tapándose lo mejor que podían y mirando con cautela cualquier posible salida. No había mucha opción más que esperar a ver si encontraban algo que ponerse.

La incomodidad crecía, y cuanto más intentaban moverse sin que la sábana resbalara, peor se hacía la situación. Pusen trató de acomodarse, pero al hacerlo, la tela que lo cubría cayó un poco. Arnaldo, reflejando el instinto automático, sujetó su sábana con rapidez y le lanzó una mirada de advertencia.

Pusen lo vio y, sin poder evitarlo, soltó una risa.

Arnaldo, confundido, lo miró. "¿De qué te ríes?"

"Es que… míranos," dijo Pusen, tratando de contenerse. "Parecemos parte de una obra de teatro mal ensayada."

Arnaldo observó la escena con más calma. La forma en que ambos intentaban cubrirse mientras hablaban, los movimientos torpes, la situación absurda. Y entonces él también empezó a reírse.

Pusen le pasó una parte de su sábana a Arnaldo, casi en un acto instintivo, asegurándose de que estuviera mejor cubierto. Arnaldo hizo lo mismo, intentando acomodar mejor la tela para Pusen.

El momento seguía siendo incómodo, pero de alguna manera, el ambiente era menos tenso.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió bruscamente.

Chort entró con cara de sueño, rascándose la cabeza. "Buenos días, ¿ya es hora de—?"

Se detuvo.

Parpadeó.

Miró a Arnaldo y Pusen.

Miró la tela que los cubría.

Miró el suelo donde debería estar su ropa.

"…"

Silencio absoluto.

Chort dio un paso atrás como si necesitara procesar lo que estaba viendo.

"¿Por qué están desnudos?" preguntó finalmente, con una expresión entre confusión y horror.

Arnaldo y Pusen se miraron entre sí y, al mismo tiempo, dijeron:

"No es lo que parece."




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