El hurine contra el dios

Capitulo 8

Arnaldo y Pusen se dirigieron a la oficina de Juan mientras Chort seguía dormido en la habitación. Habían decidido aprovechar el tiempo para hablar con él sobre el avance del servicio comunitario, pero justo cuando llegaron a la puerta, escucharon algo inesperado.

Desde el interior de la oficina, la voz de Juan sonaba tensa, casi forzada, mientras hablaba por un aparato llamado Aurex, una tecnología de comunicación avanzada en el mundo que funcionaba de manera similar a un teléfono.

"Sí, todo está bajo control," decía Juan en un tono cauteloso. "No sospechan nada. La prueba fue exitosa."

Pusen levantó una ceja y miró a Arnaldo, quien ya estaba en alerta.

"¿Prueba?" susurró Arnaldo, intentando escuchar mejor.

"La próxima fase debe ejecutarse con precisión," continuó Juan. "No podemos arriesgarnos a que descubran lo que ocurre aquí. Si alguien sospecha, elimínenlos."

El Aurex emitió un leve zumbido antes de que la llamada terminara.

Sin esperar un segundo más, Arnaldo empujó la puerta y entró de golpe, con Pusen pisándole los talones. Juan, sorprendido por la interrupción, intentó disimular, pero el nerviosismo en su rostro lo delataba.

Arnaldo fue directo al punto. "Juan, sabemos que algo raro está pasando aquí. No eres quien dices ser, ¿verdad?"

Juan cerró los ojos por un segundo, como si supiera que este momento llegaría tarde o temprano.

Finalmente, soltó un suspiro y confesó.

"Mi verdadero nombre es Damian Vesper," dijo en voz baja. "Yo fui el dueño de la funeraria El Umbral Eterno."

El aire en la oficina pareció volverse más pesado. Pusen se cruzó de brazos, expectante.

"Eso explica muchas cosas," murmuró Arnaldo. "Sobrevivir a una enfermedad mortal como el SDR-7… cambiar tu identidad… hacerte pasar por mecánico… y luego regresar como policía."

Juan—o mejor dicho, Damian—se apoyó contra su escritorio. "Después de lo que hice, supe que nadie jamás confiaría en mí. Cambié mi nombre, traté de ocultar mi pasado, pero Monteblanco nunca me dejó ir."

Arnaldo se acercó un paso más. "Entonces, el policía que nos envió aquí… también está involucrado, ¿no?"

Juan asintió lentamente. "Es miembro del clan Sombras Eternas. Fueron ellos quienes le ordenaron traerlos aquí."

Pusen se tensó. "¿Por qué nosotros?"

Juan pasó una mano por su cara, frustrado. "La noche en que amanecieron sin ropa… fue una prueba. Querían saber si ustedes eran hurines o si Pusen tenía sangre de un omsua."

Arnaldo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. "¿Y por qué eso les interesa?"

"Porque el clan busca personas con habilidades especiales," explicó Juan. "Les hicieron pruebas, observaron sus reacciones… y ahora saben quiénes son."

Pusen tragó saliva. "Entonces, ¿mi grano azul fue lo que los hizo sospechar?"

Juan asintió. "Sí. Y en tu caso, Arnaldo, la orina que colorea el papel fue la confirmación de que eres un hurine."

Arnaldo y Pusen intercambiaron una mirada. Los habían enviado aquí por lo que hicieron en Ciudad Axila. Todo había sido una trampa desde el principio.

Chort, en ese momento, entró a la oficina aún medio dormido, frotándose los ojos con una expresión de cansancio.

"¿Por qué tienen cara de haber descubierto el peor secreto del mundo?"

Arnaldo apretó los puños. "Porque creo que lo hicimos."

Chort miró a Juan con el ceño fruncido, luego a Arnaldo y Pusen, y finalmente al Aurex sobre el escritorio.

"¿Me pueden explicar qué está pasando?"

Juan cerró los ojos un momento, su expresión de derrota lo decía todo. El pasado que tanto había intentado esconder había salido a la luz. Y ahora, el grupo se encontraba en el centro de un juego mucho más peligroso de lo que jamás habían imaginado.




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