El aire de la oficina estaba cargado de tensión. Damian, aún con su piel azul y su cuerpo deformado por la inyección, luchaba contra las manos que Pusen controlaba con precisión absoluta. Pero esta vez no había escapatoria.
Pusen no solo quería derrotarlo. Quería humillarlo.
Sin dejar de controlar el besel, comenzó a arrancarle la ropa con fuerza, dejando a Damian completamente desnudo. Era la misma vergüenza que él les había hecho pasar.
Damian gruñó, intentando teletransportarse fuera de la habitación, pero Pusen era más rápido. Con un movimiento calculado, enredó la misma tela alrededor de su cabeza y cuello, presionando con la fuerza justa para asfixiarlo.
Arnaldo observó la escena sin intervenir, sabiendo que esto no era solo una batalla física. Era justicia.
Mientras Damian luchaba por respirar, Pusen le habló con tono frío.
Durante años te hiciste pasar por alguien que no eras. Manipulaste, asesinaste, engañaste… ¿Te parece justo que ahora todos te vean como realmente eres?
Damian intentó responder, pero sus palabras se ahogaron entre la tela y su desesperación.
Pusen aumentó la presión. Era el final.
Pero entonces, Arnaldo intervino.
Suficiente. No podemos perder tiempo aquí.
Pusen miró a Arnaldo con frustración, pero soltó la tela lo suficiente para dejar a Damian inconsciente. Humillado.
Tomaron la ropa y se la entregaron a Chort, quien había estado observando todo en silencio.
Si eres el descendiente del diablo, entonces se supone que puedes cambiar tu cara, dijo Arnaldo, directo al punto. Necesitamos escondernos. Si logramos infiltrarnos, podremos destruir el clan de las Sombras Eternas desde adentro.
Chort miró la tela en sus manos, luego a sus compañeros, y finalmente al cuerpo inmóvil de Damian.
Si quieren acabar con ellos, entonces necesitaremos más que disfraces.
Arnaldo y Pusen intercambiaron una mirada.
La batalla no había terminado. Solo estaba comenzando.
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Editado: 05.06.2025