Mientras Arnaldo y Pusen seguían forjando su camino hacia Arcana, en una remota zona olvidada por el tiempo, se gestaba un enfrentamiento que pasaría a ser leyenda. Chort, quien ya era adulto tras años de infortunios y de aprendizaje en lucha, decidió que su orgullo y su sed de demostrar su valentía lo empujarían a enfrentarse a Carlos Andrés. Aquel hombre, con piel de un azul intenso y rodeado de rumores sobre sus poderes divinos, era considerado por muchos como el dios de la nueva religión. Nadie imaginaba que aquel reto tendría consecuencias graves, pues a pesar de la adultez de Chort, se sabía que su indomable espíritu había cruzado límites que pocos se atreven a desafiar.
La escena se desarrolló en el interior de un antiguo templo abandonado, un lugar donde las viejas columnas de piedra y muros desgastados contaban historias de dioses y héroes de antaño. La tenue luz de algunas antorchas parpadeantes apenas iluminaba el recinto, creando sombras danzantes que parecían presagiar el destino. En el centro de la sala, Chort apareció entre la penumbra con el rostro decidido, sus ojos brillaban con la pasión de un guerrero que no se doblega ante el peligro. Sabía que enfrentarse a Carlos Andrés implicaba arriesgarlo todo, pero el deseo de probar su valía era más fuerte que el temor.
Carlos Andrés apareció por otro lado de la sala, imponente y sereno. Su piel azul, casi luminosa en la oscuridad, reflejaba una fuerza y autoridad que parecían inmutables. Con voz firme y sin vacilar, el líder declaró: "Chort, tu insolencia ha llegado al límite. Nadie desafía mi mandato sin pagar un precio." Sin necesidad de más palabras, el ambiente se cargó de una tensión palpable, y ambos combatientes se colocaron en posición, sabiendo que lo que estaba a punto de suceder decidiría su destino.
La pelea comenzó de inmediato. Chort se lanzó al ataque con movimientos rápidos y decididos, combinando golpes y patadas con una técnica adquirida a fuerza de años de entrenamiento autodidacta. Cada embestida era un intento de desestabilizar la postura de Carlos Andrés, pero este respondió con una sorprendente agilidad; esquivando, bloqueando y contrarrestando cada movimiento con una precisión casi sobrenatural. A medida que se sucedían los intercambios, el retumbar de los puñetazos contra las paredes y el eco de las patadas resonaban en el templo, creando una sinfonía de violencia y determinación.
Durante varios minutos, la batalla se desarrolló en un torbellino de acción. Chort, impulsado por su orgullo y su deseo de demostrar que era más que un simple seguidor rebelde, lanzó un ataque tras otro, intentando perforar la defensa de su rival. Sus golpes, aunque consistentes, parecían no tener el impacto que él esperaba, como si la fuerza que guiaba a Carlos Andrés estuviera en un plano diferente. Con cada intento fallido, el rostro de Chort se marcaba un poco más con el dolor, pero su espíritu se negaba a ceder. La lucha se volvía cada vez más encarnizada, con ambos combatientes mostrando señales de fatiga mientras intercambiaban ráfagas de fuerza y energía.
Carlos Andrés, manteniendo una calma desbordante, utilizó no solo su impresionante fuerza física sino también lo que muchos decían eran poderes casi divinos. Con un gesto y un murmullo en un idioma antiguo, pudo convocar cortinas de energía azul que se interponían entre él y los ataques de Chort. En un momento dado, cuando Chort concentró todas sus fuerzas en un último y fiero embate, Carlos Andrés movió su brazo con una velocidad asombrosa y ejecutó un golpe devastador. El impacto hizo que Chort cayera de rodillas, y el eco del golpe se expandió por todo el templo, haciendo temblar las columnas y moviendo las frías sombras a su alrededor.
Aunque Chort no llegó a morir, la derrota fue clara. Con los nervios en el límite y la respiración agitada, apenas pudo mantenerse en pie mientras la figura de Carlos Andrés se acercaba lentamente, imponente y victoriosa. Con voz solemne, el dios de la piel azul declaró: "Tu desafío ha sido juzgado y la justicia divina ha hablado.” Fue entonces cuando los seguidores, que hasta ese momento se habían mantenido ocultos y en silencio, emergieron de las sombras. Con una rapidez coordinada, rodearon a Chort, inmovilizándolo y asegurándose de que no tuviera oportunidad de levantarse nuevamente.
Los murmullos comenzaron a crecer entre los presentes, y se notó que entre los seguidores ya se hilvanaban planes y ritos antiguos. La tradición dictaba que aquellos que se atrevían a cuestionar la autoridad de Carlos Andrés debían ser ofrecidos en sacrificio, un acto que no solo sellaba la victoria del dios, sino que también servía de advertencia para otros insurgentes. Con voz fría, uno de los encargados del rito explicó que Chort, por desafiar a un ser tan poderoso, debía ser sacrificado en un ritual que se llevaría a cabo dentro de medio mes. Esa fecha, aunque lejana, sellaba el destino de Chort, y en el ambiente se percibía una mezcla de venganza y solemnidad mientras se preparaban los detalles del inminente sacrificio.
Aun herido y con la mente tambaleándose por el dolor, Chort apenas comprendía la magnitud de lo que acababa de ocurrir. La lucha, que había sido intensa y llena de coraje, se transformó en el preludio de su castigo. Los seguidores de Carlos Andrés, con la seguridad de quienes defienden a un dios, tomaron a Chort y lo condujeron a un lugar apartado dentro del templo, apartado del público, para iniciar los preparativos del ritual. Aunque en su interior aún ardía el deseo de revancha y la esperanza de algún milagro, sus fuerzas estaban menguando y su resistencia era insuficiente contra la determinación de aquellos que lo habían vencido.
En lo profundo, el destino de Chort ya estaba sellado. Sabía, aunque sin poder detenerlo, que su sacrificio sería el cierre de aquella osadía, el fin de la rebelión que había osado enfrentar a Carlos Andrés. La sangre que corría por sus venas y el dolor que le marcaba cada músculo eran el precio de su desafío. Los murmullos hablando del sacrificio se iban multiplicando en la oscuridad, y la idea de que en medio de medio mes se llevaría a cabo el ritual se asentaba, convirtiendo el ambiente en un lugar de expectación sombría y sin escape.
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Editado: 05.06.2025