El enfrentamiento había terminado en un instante. Pusen, sin esfuerzo, se transformó en fuego y redujo a cenizas a Carlos Andrés. La amenaza que había representado durante tanto tiempo desapareció en un solo movimiento, dejando tras de sí el aire impregnado con el olor del fuego y la historia de una batalla que no llegó a desarrollarse del todo.
Con la victoria asegurada y el peligro disipado, Arnaldo, Pusen y Chort escaparon del santuario, huyendo antes de que los Cartanos pudieran reaccionar ante la desaparición de su supuesto dios. El alivio y el agotamiento estaban escritos en sus rostros, pero lo que más resaltaba era la sensación de haber conseguido lo imposible. Chort estaba a salvo.
Horas más tarde, después de asegurarse de que no los perseguían, Pusen y Arnaldo encontraron un sitio donde podían descansar. El viaje había sido agotador, y ambos necesitaban recuperar fuerzas. El lugar tenía una pequeña área con agua caliente, un lujo inesperado después de tantos días de huida y enfrentamientos.
Mientras el vapor subía y cubría el ambiente con una bruma ligera, las miradas entre ellos se volvieron más profundas, más sinceras.
Sin necesidad de palabras, el agua los envolvió en una cercanía que ya no necesitaba excusas.
Y fue en ese momento cuando se besaron.
El beso entre Pusen y Arnaldo fue intenso y cargado de emoción. Sus labios se encontraron con una urgencia que reflejaba el peligro reciente y la incertidumbre del futuro. El vapor que los rodeaba parecía crear un escudo protector, aislando su mundo en ese instante, haciendo que todo lo demás careciera de importancia. Sus cuerpos, agotados pero vivos, se encontraron en un abrazo que hablaba de alivio, gratitud y un deseo profundo y sincero.
Las manos de Pusen, aún calientes por su transformación en fuego, recorrieron la espalda de Arnaldo, sintiendo cada curva y cada músculo tenso por la tensión y el esfuerzo. Arnaldo respondió con un gemido suave, sus labios se separaron para permitir que el beso se profundizara, sus lenguas se encontraran en un baile lento y deliberado. El agua caliente los envolvió, relajando sus músculos y aumentando su deseo mutuo.
Pusen, con una mezcla de ternura y urgencia, comenzó a explorar el cuerpo de Arnaldo, sus manos deslizándose por su pecho, sus abdominales marcados, hasta llegar a su miembro erecto. Arnaldo jadeó, su respiración se volvió más rápida y superficial, sus ojos cerrados con fuerza mientras se entregaba por completo a las sensaciones. Sus manos también encontraron el camino hacia el cuerpo de Pusen, trazando cada línea de sus músculos, sintiendo el latido de su corazón bajo su palma.
Arnaldo, con una sonrisa pícara, se arrodilló lentamente frente a Pusen, sus manos aún explorando el cuerpo de su amante. Tomó el miembro erecto de Pusen en su mano, sintiendo su calor y su dureza, y comenzó a acariciarlo lentamente, provocando gemidos de placer de Pusen. Luego, sin romper el contacto visual, se lo llevó a la boca, su lengua recorriendo la punta sensible antes de tomarlo completamente, sus labios deslizándose por el miembro duro y palpitante. Pusen echó la cabeza hacia atrás, gimiendo de placer, sus manos enredándose en el cabello de Arnaldo, guiando sus movimientos.
Arnaldo chupó y lamió con dedicación, disfrutando de cada gemido y cada temblor de Pusen. El agua caía a su alrededor, creando un ambiente cálido y húmedo que intensificaba sus sensaciones. Pusen, incapaz de contenerse, comenzó a mover sus caderas, follándose la boca de Arnaldo con embestidas suaves pero firmes. El sonido del agua y los gemidos de placer llenaban el aire, creando una sinfonía erótica.
Después de unos minutos de deliciosa tortura, Pusen retiró su miembro de la boca de Arnaldo y lo ayudó a levantarse. Con un movimiento rápido y seguro, levantó a Arnaldo, permitiendo que sus cuerpos se alinearan perfectamente, y con una embestida profunda, se enterró completamente en él. Arnaldo gritó de placer, sus uñas clavándose en la espalda de Pusen mientras se aferraba a él, sus piernas envolviendo la cintura de Pusen para recibir cada embestida con igual fervor.
Pusen comenzó a moverse con un ritmo constante, cada embestida profunda y deliberada, haciendo que Arnaldo gimiera y se aferrara a él con más fuerza. El agua salpicaba a su alrededor, creando una sinfonía líquida que acompañaba sus movimientos. Pusen podía sentir cada reacción de Arnaldo, cada temblor de placer, y eso solo lo incitaba a continuar, a darle todo el placer que pudiera.
El clímax los alcanzó al mismo tiempo, sus cuerpos tensos y luego relajados, sus gritos de éxtasis resonando en la pequeña área, mezclándose con el vapor y creando una sinfonía de liberación y satisfacción. Pusen se la chipó, llenándolo por completo, y Arnaldo lo recibió con un gemido profundo, sintiendo cómo se la enterraban, marcando ese momento como algo único e irrepetible.
Después, se quedaron en silencio, disfrutando de la presencia del otro, sabiendo que habían encontrado algo valioso en medio del caos. La noche los envolvió, pero el calor de su conexión mantuvo a raya cualquier rastro de frío o miedo.
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Editado: 05.06.2025