"La violencia es el miedo a las ideas de los demas"- Gandhi
Algo en mí se apaga
Al principio, no lo noté.
No sabría decir exactamente cuándo pasó. No fue una escena dramática. No hubo gritos, ni lágrimas, ni puertas cerrándose de golpe. Fue más sutil, como cuando una flor se marchita, pero tarda días en notarse del todo.
Fue de a poco
Como si alguien bajara una perilla dentro de mí. Y la luz que yo solía tener, esa que me hacía reír fuerte, bromear con los compañeros de clase, cantar sola en el auto… se fuera apagando sin que yo pudiera hacer nada.
Juan no era violento, no todavía. Pero ya me estaba destruyendo.
Todo comenzó con comentarios sueltos. Pequeñas observaciones disfrazadas de ternura.
— Esa pollera te queda divina… pero no te da cosa que todos te miren así?
— ¿No creés que Asia habla demasiado? A veces parece que quiere llamar la atención.
— ¿Vas a seguir saliendo con esas “amigas” que te critican a escondidas?
Era como si su voz estuviera todo el tiempo en mi cabeza. No con tono de enojo, sino con esa dulzura tóxica que me hacía dudar de mi propio juicio.
Un viernes, le dije que iba a salir a tomar algo con mis compañeras de la facultad después de clases. Juan me contestó con un emoji sonriente. No dijo nada más, pensé que estaba de acuerdo.
Esa noche, mientras brindaba con las chicas, me empezaron a llegar los mensajes:
—¿Divertida?
—Supongo que conmigo no te divertís tanto, ¿no?
—No pasa nada, igual. Ya me acostumbré.
Sentí que el estómago se me cerraba. Dejé el vaso sobre la mesa, apagué la pantalla y mentí:
— Tengo un dolor de cabeza terrible. Me voy a casa.
Me despedí con una sonrisa falsa y una excusa ensayada.
De camino a mi departamento, pensé: ¿esto es amor? ¿O es miedo disfrazado de amor?
Pero me obligué a creer que era solo una etapa, que estaba estresado, que todo mejoraría.
Al día siguiente, él apareció en mi casa con una caja de bombones y una disculpa que parecía salida de una película.
— Perdoname, mi amor… No sé qué me pasa. Me siento inseguro, tengo miedo de perderte. Sos lo mejor que me pasó en la vida.
Y lloró.
Lloró en mi pecho como un niño roto.
Yo lo abracé.
Porque así soy.
Porque así me enseñaron a ser: comprensiva, contenedora, responsable del dolor ajeno.
Asia empezó a notar que algo no estaba bien.
Me veía más callada, más distante. Me preguntaba si estaba todo bien, y yo siempre respondía lo mismo:
— Sí, solo estoy un poco cansada.
Pero una noche, después de clases, me acompañó hasta casa y no se fue. Me miró fijo y me dijo:
— Iris… ¿él te deja ser vos?
Me reí. No supe qué contestar.
— ¿Por qué lo decís?
—Porque no sos la misma. No hablás como antes, no reís como antes. Y yo… sé lo que es eso. Lo viví.
La miré en silencio. Sabía que Asia venía de una familia complicada, pero nunca me había contado demasiado.
—¿Te acordás de ese profesor que teníamos en secundaria, el que siempre me llamaba para hablar a solas?
Asentí. No me gustaba ese tipo.
—Me tocaba, Iris. Me decía que si hablaba, nadie me iba a creer. Tenía doce años, nunca se lo conté a nadie.
Mi garganta se cerró. No sabía qué decir, ella desvió la vista.
— Lo que quiero decir es… cuando alguien empieza a quitarte la voz, aunque no levante la mano, también te está lastimando.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
— No sé cómo salir de esto —susurré.
Asia me abrazó.
— Entonces quedate cerca de quienes sí te quieren. Porque cuando querés salir… necesitás una red que te sostenga.
Unos días después, Juan me acompañó a la facultad. Me esperaba en la puerta, como si yo fuera una niña en jardín de infantes. Cuando salí, me abrazó exageradamente delante de todos. Me apretó la mano con fuerza al ver que uno de mis compañeros, Matías, me saludaba.
— ¿Quién es ese?
— Un compañero. Nada más.
— ¿Te habla seguido?
— Sí, como a todos. Es buena onda.
Juan no dijo nada. Caminó en silencio hasta el auto, apenas arrancó, subió el volumen de la música y no habló en todo el camino.
Esa noche, me revisó el celular mientras yo dormía.
A la mañana siguiente, me dijo:
—No me gusta que hables con tipos, no confío en ellos. Y no quiero que termines haciéndome daño como todas las demás.
—¿Todas las demás?
— Nada. Olvidalo.
Lo busqué en redes sociales. Revisé comentarios antiguos, no encontré ninguna expareja, ni una mención, ni una señal.
Solo una mujer que le había dejado un mensaje hacía dos años: “Espero que esta vez no arruines todo, Juan. A mí me dejaste hecha pedazos.”
No supe qué hacer con esa información.
Así que no hice nada.
Días después, Juan me dijo algo nuevo:
— ¿Y si vivís conmigo un tiempo? Para no estar tan separados.
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Editado: 16.05.2025