El infierno también abraza

Capítulo 6: Las piezas encajan

“Las historias compartidas nos salvan. Porque nombran lo que parecía innombrable”- Gabriel Rolón

El lunes por la tarde, me fui sola a un café del centro.
Había decidido no contestarle a Juan en todo el día, quería pensar. Respirar, necesitaba volver a mí.

Llevaba mi cuaderno en la mochila y una novela que no leía hacía semanas. Pedí un café con leche y me senté junto a la ventana. Por primera vez en días, me sentí un poco libre, no feliz, pero libre.

Entonces ella apareció.

Primero pensé que era una coincidencia. Una chica de unos veintitantos, jeans rotos, ojos claros, y expresión de alguien que había visto más de lo que podía contar. Se acercó con un gesto amable, pero tenso.

— ¿Sos Iris Smith? — Asentí, confundida.

Perdón por interrumpir, no quiero molestarte. Me llamo Lara. Soy… fui la novia de Juan — Sentí cómo se me helaba la espalda.

—¿Qué?

—No estoy acá para hacer lío, alguien me dijo que estás saliendo con él. Y cuando te vi, te reconocí por una foto, solo… necesitaba hablarte. Cinco minutos

Mi cuerpo entero me pedía que me levantara y me fuera. Pero algo en su mirada —una mezcla de compasión y advertencia— me hizo quedarme.

Sentate — le dije.

Lara respiró profundo.

— Estuve con Juan dos años. Al principio, fue perfecto, dulce, atento, protector. Me decía que yo era especial, que nunca había amado así. ¿Te suena?

No contesté.

—Pero con el tiempo, empezó a mostrar su otra cara, me revisaba el teléfono. Se enojaba si salía con amigas, me hacía sentir culpable por cualquier cosa, lloraba, me rogaba, me gritaba. Me decía que sin mí no podía vivir.

Tuve un impulso de vomitar.
Era como si estuviera escuchando mi propia historia, con otra voz.

—Cuando intenté dejarlo, me persiguió, iba a mi trabajo y a mi casa. Llamaba a mis padres, mis amigos. Les decía que yo estaba mal, que me tenía que internar, me hizo pensar que estaba loca.

Mis manos se aferraron al borde de la mesa.

— ¿Y cómo lograste salir?

— Me fui de la ciudad por seis meses. Cambié de número. Mis padres me ayudaron. Tuve que hacer terapia todo un año, todavía tengo pesadillas.

Lara bajó la voz.

— Iris, no quiero meterte miedo. Pero ese chico no está bien, no cambia, solo se transforma. Y si ya empezó con las amenazas, es solo cuestión de tiempo para que pase a otra cosa.

Las lágrimas me brotaron solas, ella me tendió una servilleta.

— ¿Él te lastimó… físicamente?

Lara dudó.

— Una vez. Me empujó contra la pared, me pidió perdón durante tres días seguidos. Después, ya no necesitó golpearme, con las palabras, hacía lo mismo.

Cuando se fue, quedé en shock.
No podía dejar de temblar.

Todo encajaba, las frases, las actitudes, las contradicciones, las lágrimas manipuladoras. La constante sensación de estar atrapada en algo sin nombre.

No era solo yo.

Él era así.

Con todas.

Volví a casa con un torbellino dentro. Me tiré en la cama, busqué el cuaderno.

“Hoy conocí a Lara. Su historia es la mía, contada desde el futuro, me habló como si ya hubiera vivido todo lo que yo estoy viviendo, me dijo que escapó. Que sobrevivió, que yo también puedo.”

Y entonces, como si el universo quisiera terminar de sacudirme, Juan me mandó un audio. No lo escuché. Lo transcribió mi celular. Decía:

“No entiendo por qué no me contestas, si estás con alguien más, solo decímelo. Te juro que si me mentís, no sé de qué soy capaz, no lo hagas, Iris. No me hagas esto.”

Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí confundida.
Me sentí clara.
Y en peligro.

Llamé a Asia. Le conté todo.
Ella se quedó en silencio.

Iris… — dijo al fin — Tenés que salir de ahí, pero no sola. No ahora.

¿Y si me sigue? ¿Si se lastima? ¿Si me hace algo?

—Entonces necesitamos un plan y ayuda.
—¿Ayuda?

Sí, de un adulto, de alguien que te crea. Que pueda defenderte, vamos a buscarlo vos no estás sola — Colgué.

Y supe que algo había cambiado en mí.

No tenía fuerzas todavía para escapar.
Pero tenía pruebas.
Tenía testigos.
Tenía memoria.
Y tenía una amiga que no se iba.

Por primera vez, me permití imaginar una salida.
No un salto, no una explosión.
Sino un camino, paso a paso.
Hacía algo que quizás, con el tiempo, podría parecer a la libertad.

“El primer paso no es escapar. Es dejar de dudar de tu derecho a hacerlo”- Brené Brown




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