El día amaneció denso, como si el aire supiera lo que iba a pasar.
Asia había insistido en ir a la facultad conmigo, a pesar de todo.
“No quiero dejarte sola”, me había dicho con una sonrisa que trataba de esconder el miedo.
Los pasillos estaban llenos de gente, pero yo solo podía pensar en ese mensaje, en esa amenaza. Juan ya había roto todos los límites y lo peor… era que nadie parecía capaz de detenerlo.
Después de clase, fuimos a la cafetería de la esquina, era un lugar chiquito, con luces cálidas, donde siempre nos sentábamos a estudiar o hablar de cualquier cosa. Esa tarde, Asia me hablaba de un viaje que quería hacer algún día con sus hermanas, su voz me calmaba.
Hasta que sentí esa energía.
Fría, cortante, como si el mundo se hubiera detenido.
— No te muevas — dijo Asia, de pronto — Está acá.
Mi cuerpo entero se paralizó
Me giré lentamente
Y ahí estaba él
Juan
Caminaba hacia nosotras con una expresión completamente ajena al hombre dulce que alguna vez conocí. Los ojos rojos, la mandíbula tensa y en sus manos… algo metálico.
Asia se paró.
— No te acerques, Juan ya hicimos la denuncia.
— ¿Vos pensás que esto es para vos? —escupió él, con una sonrisa distorsionada — Esto es entre ella y yo, pero vos te metiste y arruinaste todo.
Me agarró el pánico.
—¡Juan, basta! ¡Estás enfermo!
— ¡Vos lo hiciste! —gritó— Vos la alejaste de mí, vos hiciste que ella me tenga miedo, es tu culpa
Asia dio un paso adelante, interponiéndose.
— Si querés golpear a alguien, golpeame a mí, pero no vas a tocarla a ella.
El siguiente segundo se sintió eterno.
Un destello, un grito, un golpe seco.
Y luego…
Sangre
Sangre en el piso
Sangre en las manos de Asia
Sangre en mis zapatos
— ¡ASIA! — grité, arrodillándome junto a ella.
Juan soltó el objeto, era una herramienta de metal, una llave inglesa, lo sacó de algún lugar.
— No era a vos —susurró, temblando— No era a vos…
Y entonces corrió.
La gente gritaba, alguien llamó a una ambulancia y temblaba sin parar. Asia apenas podía respirar.
— Vas a estar bien —le decía— Te lo juro vas a estar bien.
Ella me miró.
— No dejes… que gane… —susurró, antes de cerrar los ojos.
El hospital era un túnel sin tiempo.
Las luces, las camillas, las voces distorsionadas.
Yo estaba sentada en el pasillo, con la ropa manchada de sangre, cuando los padres de Asia llegaron.
Su madre gritó, su padre se cayó de rodillas
Yo solo podía repetir
— Lo siento, lo siento, lo siento…
La policía llegó poco después, tomaron mi declaración, mostré todo: los mensajes, las amenazas, las denuncias, ahora sí, todo tenía un peso legal. Ahora sí, reaccionaban.
Pero Asia…
Asia estaba en cirugía.
El golpe había sido en la cabeza, un traumatismo grave. Un posible edema cerebral, su estabilidad incierta.
Mi hermana mayor vino a verme.
— Ahora sí, papá está furioso —me dijo— Pero no con vos, con el sistema, con la policía. Con él, por fin lo entendió.
No me importaba.
Yo solo quería que Asia viviera.
Quería que mi mejor amiga despertara
Quería verla reírse otra vez
Quería volver el tiempo atrás y pararme delante de él
Pero ya era tarde.
Y lo peor… era que Juan seguía libre.
Prófugo.
Fuera del radar.
Y yo sabía que aún no había terminado.
“Y ahora, el silencio ya no era una opción. Es una sentencia”
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Editado: 16.05.2025