“Cuando alguien que amas está inconsciente, aprendes a vivir con el alma en pausa”
Los días en el hospital no se miden en horas.
Se miden en respiraciones, en latidos, en los sonidos de las máquinas.
Asia seguía inconsciente ya habían pasado 24 horas.
Los médicos decían que la cirugía había sido un éxito, pero que el daño neurológico era delicado.
Había sufrido un traumatismo craneal grave, el impacto había causado una hemorragia interna en el cerebro. Había riesgo de secuelas, pero lo más peligroso era que no despertaba.
Yo no me movía de la sala de espera.
Dormía en las sillas, comía apenas y me bañaba en casa sólo cuando mi hermana me obligaba.
Los padres de Asia me aceptaban en silencio, sabían que yo no tenía la culpa.
Y aún así, yo me sentía culpable, por todo.
Fue allí, en uno de esos pasillos fríos del hospital, donde lo vi por primera vez.
— ¿Iris Smith?
Levanté la vista, un joven de unos veinticinco años, alto, de ojos claros, uniforme celeste.
En el pecho, su credencial: Bruno A. Gaitán – Psicólogo Clínico.
— Sí… soy yo — dije, confundida.
— Me pidieron que hablara con vos, tu hermana me contactó. Y también el equipo de contención del hospital, me ofrecí voluntariamente para acompañarte. No estás obligada, por supuesto, pero estoy acá.
Lo miré.
No había condescendencia en sus ojos.
No había lástima.
Solo presencia y paciencia.
— No sé si puedo hablar ahora —susurré.
— Entonces no hablemos, solo sentate conmigo.
Nos sentamos en el pasillo, en silencio.
Y por primera vez, sentí que alguien podía quedarse sin exigir que hablara.
Solo estar y en medio del dolor, eso fue un alivio.
Más tarde, Bruno volvió a buscarme.
— Sé que no confías en nadie ahora, lo entiendo. Pero si en algún momento querés empezar a reconstruir, podemos hacerlo de a poco, paso a paso.
Lo miré con lágrimas en los ojos.
— ¿Reconstruir qué? todo está roto.
— Vos no.
— ¿Cómo sabés?
—Porque estás acá, porque sigues de pie. Y porque cuando un alma está rota de verdad, no lucha por los otros. Y vos estás luchando por ella, por Asia. Eso habla de vos, Iris no de lo que viviste, sino de lo que sos.
Mientras tanto, el caso avanzaba.
La denuncia formal contra Juan fue elevada a la fiscalía.
El ataque a Asia, sumado a los antecedentes de amenazas y hostigamiento, configuraba una causa penal.
Un juez dio una orden de captura.
Los medios empezaron a hablar del tema.
No dieron nombres, pero hablaron de una joven internada tras ser golpeada por el ex novio obsesivo de su amiga.
La noticia se volvió viral.
Y con ella, muchas chicas comenzaron a contar historias parecidas, historias que siempre se ocultaban, hasta que alguien casi muere.
Bruno empezó a visitarme todos los días.
Nunca presionaba.
A veces hablábamos de Asia.
A veces me contaba cosas simples: qué música le gustaba, qué hacía cuando no trabajaba.
Yo escuchaba y me sorprendía sintiéndome… segura.
Algo que no recordaba desde hacía mucho.
Una tarde, Bruno apareció con algo entre las manos.
— Te traje esto —dijo, extendiéndome.
Era un cuaderno de tapas blandas, con hojas gruesas y lisas. No tenía líneas, era un cuaderno de dibujo.
— No hace falta que escribas si no querés, podés dibujar, garabatear, rayar o no hacer nada. Pero si algún día necesitás sacar algo que no se puede decir con palabras, tal vez esto te ayude.
Le sonreí, con los ojos llenos de algo que no sabía si era alivio o ternura.
—Gracias…
A la noche, cuando todos dormían en casa, me senté con el cuaderno y un lápiz.
Lo abrí.
Y dibujé.
Una línea ondulada y un círculo roto. Una figura que parecía un corazón latiendo en medio del caos.
Y abajo, escribí mi nombre.
Iris.
Era poco.
Pero era mío.
Un trazo entre el dolor y la esperanza.
Al día siguiente, nada cambió.
Asia seguía inconsciente.
Los médicos dijeron que la inflamación en su cerebro estaba bajando lentamente, que eso era una buena señal. Pero no había garantías, no había tiempos claros.
Me senté a su lado, como siempre.
Le hablé en voz baja, le conté lo que había soñado. Leí un fragmento del libro que estábamos leyendo juntas semanas atrás.
Le tomé la mano.
Estaba tibia.
Firme.
Y por un instante, me pareció que sus dedos se movían.
No estaba segura, podía ser un reflejo, algo involuntario.
Pero me aferré a eso como si fuera un milagro.
Porque aunque su cuerpo estuviera quieto, yo sentía que ella seguía ahí.
Peleando, desde algún lugar al que yo no podía llegar.
Y si ella peleaba…
yo también lo haría.
Por las dos.
Porque seguíamos vivas.
Aunque el mundo estuviera en pausa.
Aunque el después aún no comenzará.
#144 en Joven Adulto
#293 en Thriller
#106 en Suspenso
novela comtepornea, amor dolor y celos posesivos, suspense psicolgico
Editado: 16.05.2025