El lunes por la mañana le dieron el alta se había recuperado muy rápido, y ella estaba feliz de poder salir de la muerte, pero nadie sabía lo que pasaría esa misma noche, ni Asia, ni Iris, ni Bruno.
Todos estaban tan felices que no se dieron cuenta quien los estaba observando desde las sombras, y analizaba cada uno de sus pasos.
Empezó a llover, no era una tormenta fuerte, solo un goteo persistente. De esos que se meten en los huesos.
Asia dormía en el sillón, Bruno se había quedado también, como desde hacía varios días. Era su forma de cuidar, de estar y aunque la puerta estaba cerrada con doble traba y el edificio tenía seguridad, yo no lograba sentirme del todo a salvo.
—¿Te fijaste si cerramos bien la ventana del baño? — le pregunté en voz baja.
Bruno asintió, con esa mezcla de paciencia y cansancio que solo tienen los que eligen quedarse.
—Sí, revisé todo. Más de una vez
Quise creerle, me senté a su lado en el suelo del living, en silencio. No hablamos mucho. No hacía falta.
A las 3:14 AM, el timbre sonó.
Una, dos, tres veces.
Demasiado rápido, demasiado fuerte.
El corazón me subió a la garganta.
Bruno se levantó de inmediato, miró por la mirilla. Su cara cambió.
Se puso tensa, sería
— Es él.
—¿Qué? — Mi voz salió apenas.
—Juan, está abajo. No sé cómo, pero entró al edificio — Corrí al cuarto, desperté a Asia. Le dije que no hiciera ruido y llamé al 911.
—Ya enviamos un patrullero, llegará en 10 minutos. No salgan por nada quédense encerradas en un cuarto — me dijo una voz del otro lado. Pero una eternidad puede caber en diez minutos.
El sonido del vidrio estallando nos atravesó el pecho.
La ventana de la cocina, rota.
Una figura encapuchada, un salto.
Juan estaba adentro, empapado. Pero sus ojos seguían ardiendo, no era agua lo que lo mojaba, era rabia.
—¿Pensaste que podías escaparte de mí?
Bruno se interpuso en segundos.
Juan sacó un cuchillo, ni siquiera lo pensó.
Fue todo rápido, un forcejeo, un golpe y de pronto, Bruno cayó.
La sangre empezó a extenderse como si no tuviera fin.
—¡NO! — corrí hacia él.
Asia gritó, Juan la empujó con tanta fuerza que su cabeza golpeó contra la pared. Fue un golpe tan fuerte que se desmayó, la vi tirada ahí, no quería que le pasara nada malo, no quería volver a verla en un hospital con ojos cerrados.
Tan solo hoy en la mañana estábamos muy felices de que Asia salió del hospital, pero ahora estaba ahí en el piso tirada, solo pasaron unas horas de felicidad.
Yo no podía dejar de mirar a Bruno.
Su camisa empapada de rojo, su pecho subía y bajaba, con dificultad.
—Corré, Iris — me dijo, con apenas un hilo de voz.
Pero no podía.
No podía moverme.
Fue entonces que escuchamos el ruido.
Puertas abriéndose, gritos.
Policías entrando.
Juan intentó correr, pero no llegó lejos. Lo tiraron al piso, le gritaron que soltara el cuchillo. Y por primera vez… vi miedo en su cara. No fue un arrepentimiento, solo miedo de perder el control, que todo se le estaba yendo de las manos.
Me arrodillé al lado de Bruno. Le sostenía la cara, las manos, todo lo que podía.
—Quédate — le dije — No te vayas.
Él me miró, parpadeó lento.
— Me duele… pero estoy.
No fue una frase perfecta, no fue una declaración de amor.
Fue real.
Y eso fue suficiente.
Días después
Bruno seguía en terapia intensiva, no había despertado, pero los médicos dijeron que tenía posibilidades.
Asia estaba en observación por el golpe, pero lúcida. No hablaba mucho, a veces me tomaba la mano. A veces solo lloraba sin lágrimas.
Yo no sabía qué sentir.
Estoy viva, sí. Pero también vacía, como si hubiera sobrevivido a algo que todavía no entendía del todo.
Juan fue trasladado a un penal de máxima seguridad, las pruebas eran contundentes.
Violación de la orden, tentativa de homicidio, lesiones graves.
Y entonces, sucedió algo inesperado.
Una mujer pidió hablar conmigo, yo no sabia quien era. Pero cuando la vi, me di cuenta que es Lara exnovia de juan. La que me contó la historia cuando estuvieron juntos, que ella me dio el valor para darme cuenta que no estaba viviendo mi historia de amor como yo pensaba que era.
Nos encontramos en la oficina de la fiscal. Ella estaba nerviosa, pero decidida, tenía los ojos cansados de quien ya había vivido algo similar.
— Quiero testificar, lo que él hizo con ustedes no es nuevo. Me lo hizo a mí, no con un cuchillo, pero… psicológicamente me arrasó.
Contó su historia, tal como me lo contó, en esa cafetería.
La manipulación, el aislamiento, las amenazas.
Un patrón repetido, solo que antes no había llegado tan lejos.
La fiscal escuchó todo, tomó nota en cada palabra que ella decía. El caso se volvió más sólido ya no era solo nuestra palabra contra él, había un historial.
La familia de Juan, mientras tanto, salió en los medios.
Su madre dijo que él estaba “pasando por un mal momento” y que “la culpa la tenían las malas influencias”.
Su padre contrató abogados caros y dijo que todo era “una exageración mediática”.
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Editado: 28.05.2025