El Inicio de la Frogeth

CAPITULO 3

Despierta.

No quiero.

¡Hazlo!

¡No!

Es tu culpa ¡A súmela!

Yo no hice nada.

Si lo hiciste.

¡No!

Me levanto de golpe, y tomo un bocado de aire. Mis hombros, brazos y manos temblaban, mi respiración se hacía más lenta, pesada y dolorosa.

Baño.

Baño.

Me levante con torpeza, cayéndome al suelo encontrándome con una hormiga, le sonreí y me levante, apoyándome de la cama. Me apoyo en el barandal subiendo aun con torpeza inalcanzable, chocaba con literalmente todo.

Me odie, al olvidar el celular. ¿Por qué me olvido del celular ahora?

Miro las escaleras, y bufo en caminándome en dirección al baño. Tomo algunas prendas de mi tío tiradas por el suelo, que apestan fuertemente. Me acerco y lo dejo en la canasta de su ropa, claramente separad de la mía.

Abro la puerta del baño, cerrándola con seguro y abro la bañera, tapándola y sentándome, recargo mi cabeza entre mis manos, que se encuentran recargadas en la bañera. Veo en silencio como el agua que cae en la bañera.

¡Tu culpa!

Gritos

¡Corre!

Trago saliva, me levanto.

Acercándome a la canasta que mi abuela me designo, tiene este tipo de orden de poner las cosas de cada uno en diferentes canastas, la mía esta en lo más alto, de hecho, tengo que subirme al retrete con sumo cuidado.

Me acerqué a este y alcé mis manos, hasta esta. La tapa de la taza se movía y mis piernas temblorosas, no ayudaban.

En lo más mínimo.

Tome mi canasta y me baje, de un salto.

Saque de ella, mi toalla, mi cepillo de dientes y mi pasta de dientes.

Si... mi abuela no le agrada eso de compartir la pasta dental, es algo higiénica. De hecho, no tanto, pero con la boca sí, lo es.

Me doy la vuelta, abriendo el agua del grifo y pasando mi cepillo morado por ese, y abro la tapa de la pasta dental. La miro por un momento.

Cierro el agua y empiezo a cepillarme los dientes. Me acerco a la bañera y cierro el agua, también. Veo una sombra por el rabillo de mi ojo derecho.

Mi corazón da un brinco y me doy la vuelta, fruñendo el ceño.

—Fuera —pido con cuidado y luego de sentirlo.

Escupo la pasta, y pasa agua en mi boca, escupiéndola y terminándome de limpiar con la manga de mi suéter. Mi la quito, al igual que la corta camisa de bajo de ella, el short también, quedándome completamente desnuda.

Me adentro a la tina, dejándome sumergir en la caliente agua. Terminado mirando un punto de la pared blanca.

¡Corre!

Gritos.

Abro la boca y suspiro, tranquilizando mis manos, que siento que tiemblan, pero al alzarlas no lo hacen, solo lo siento más no lo veo.

Tapo mi nariz, y me dejo sumergir en el agua, cierro mis ojos, dejo que el agua me abrace por completo, mi cabeza toca el fondo de la tina y sin poder evitarlo, grito.

Es algo que he hecho todo este tiempo, puede decir que me ayuda mucho, pero no le digas a nadie.

Regreso a la superficie, tomando una grande boca de aire para mis pulmones.

—Todo está bien, nada está mal —me repito.

Me acerco a la esquina de la tina, tomando el shampo, jugando con el liquido blanquizco entre mis manos y pasándolo por mi cabello en silencio, en cada esquina de mi cabello.

Me acerco a la esquina de la tina, tomando el shampo, jugando con el liquido blanquizco entre mis manos y pasándolo por mi cabello en silencio, en cada esquina de mi cabello

Me paso la camisa de rayas encima de mi cabeza, me veo por el espejo y me la quito al verme.

Tomo un suéter menos pegado y me lo paso por completo, suspiro. Dejándome el cabello suelto, recordando que tengo que volver a pintarme el cabello.

Es domingo por lo que decido que debo de comprar más pintura, ya que el sábado solo compre el nuevo paquete de brochas y no me alcanzo para la pintura.

Tomo el dinero, escondiéndolo en la funda del celular, tomo la libreta, pequeños marcos, los dos estuches y las pinturas, también la camisa de repuesto.

Subo de nuevo arriba, oliendo el almuerzo. No he comido nada. Me acerco a la cocina y me detengo con rapidez, la abuela aparece.

Doy un paso atrás, y ella se da la vuelta.

Oh...no.

Fruñe el ceño, y lanza la cuchara de plástico directo a mí. Me muevo con rapidez, esquivando la cuchara.

—¿No piezas despertar? ¿Acaso piezas que te llamare para comer? —pregunta molesta.

No limpie, el desastre de mi tío.

Abro la boca para decirle algo, pero la cierro.

—No —escupe y el temblor de la mañana regresa. —¡No Maklien, no comes! ¡No almuerzas!

—Estaba cansada —comento.

—¿De qué? —interroga. —No tienes a nadie, no tienes amigos, no haces nada. De que te cansaste ¡excusas! Siempre te excusas —grita.

Mis manos tiemblan más y siento mi vista nublarse, me paso la manga de mi suéter por mis ojos.

—No grites ¿sí? Lo siento —digo en un hilo de voz.

Claro no me escucho, suspiro tragándome todo el miedo y todo aquello que me da miedo.

Alzo la mirada, mientras ella sigue insultándome diciéndome lo mismo, diciéndome lo inservible que soy para ella. La miro y cierro mis manos en puños, dejando que las uñas de mis dedos toquen la piel de mis palmas.

Doy la vuelta, y me acerco a la puerta que se abre, dejando ver a mi tío.

Sus ojos rojos y uno de ellos morados.

Nos miramos y asentimos.

Esquivo cualquiera otra cosa de él y salgo de la casa.

—Buenos días señorita —saludo a la sombra que se posiciona enfrente mío. —Debo irme —la esquivo y avanzo.




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