El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 1

Quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas.

 

 

 

Que es lo que realmente nos hace humanos ante el resto de las criaturas. Posiblemente, lo primordial de todas las denominaciones existentes y del cuestionario amplio a esta respuesta sea… el miedo.

Esa emoción tan básica con un papel fundamental en nuestras vidas. Un papel desarrollado por la misma llamada supervivencia.

 

Gracias a esa emoción impredecible día a día nos mantenemos vivos. Si dejáramos de sentir temor, la muerte sería inevitable en el próximo segundo. Sin el miedo nos volveríamos temerarios, arriesgando la vida en cada instante, teniendo como salida única el morir antes de lo previsto. Por eso el miedo es más que necesario, y justamente por ello seguimos vivos.

Justamente por ello nuestra vida es la misma forma de sobrellevarla con un solo objetivo al despertar y al cerrar los ojos: el objetivo de supervivencia… o esto era lo que insistía en creer recordándome más de una vez que el miedo es necesario.

 

Es necesario.

 

Lo es…

 

¿Realmente lo es?

 

Sacudí la cabeza aplastando las otras ideas que brotaban en insistencia, aquellas que insistían en decir lo erróneo que era creerlo. Sacando la teoría de que sino existiera el temor, hace tiempo dejaríamos esta vida injusta en el que nos obligaron a permanecer en contra de nuestra voluntad.

Una vida totalmente diferente a la de hace tres años, momento en el que todo el caos se desató. Todo el mundo… nuestro mundo, se vino abajo. Lo que conocíamos se extinguió, surgiendo lo desconocido.

 

Caímos, ellos se levantaron…

 

—Tengo hambre —quite la mirada de la ventana y la atención de mis pensamientos—. ¿Me escuchaste?

—Lo hice —afirme los cordones de las zapatillas desgastadas entrelazando en nudos firmes.

—Y porqué no respondes.

—Acabo de hacerlo —baje el pie de la silla terminando por colocarme una chaqueta tendida al final de la cama de una plaza—. No es mi culpa que estés desesperado.

—No es mi culpa estar desesperado. De verdad tengo mucha hambre —dijo en un lamento bien actuado—. ¿Ves esto? —señaló su estómago con uno de sus dedos— Está vacío. Necesita atención —unió las cejas—. ¡Aliméntame!

Fue inevitable no reír ante su exigencia. No era mi culpa no tomarme en serio sus palabras, él apenas cruzaba los diez, compartíamos la sangre y… era lo único que me quedaba.

 

—No se ve tan vacío —me burle de su leve abultado estómago.

—¡Minerva!

—Solo bromeo —contuve la siguiente risa pasando por su lado atravesando el marco de la puerta abierta—. Sé que tienes hambre, pero lamento decirte que no hay mucha comida.

Baje las pocas escaleras de sonidos chirriantes cada vez que pisaba la superficie de madera.

 

Adentrando mis pasos en la cocina, fui directo a la alacena verificando la existencia de algún alimento. Encontré solo envases vacíos y una porción pequeña de mermelada en el fondo de un recipiente. Lo conseguí hace un mes como el regalo de cumpleaños para mi hermano en sus doce años cumplidos. Valió la pena hacer favores de trabajo por ella.

 

—Tenemos pan, mermelada y agua. ¿Qué tal? —Me gire encontrando ya a mi hermano sentado frente a la pequeña mesa de madera.

—No lo sé, parece demasiado. De hecho… ya no tengo tanta hambre. Puedo tomar solo agua —Debió provocar algo ese cambio repentino.

 

—Hace menos de dos minutos entraste a mi habitación exigiendo alimento, y ahora, ¿ya no tienes hambre? —gire nuevamente sacando las piezas de pan— Deberías aprender a mentir mejor.

—Eso no es mi culpa. Vivo contigo y gracias a que tú tampoco sabes mentir yo no sé hacerlo —Eso no es… cierto. Soy pésima mintiendo. —Y no sé que tiene de malo no hacerlo. Mamá siempre dijo que mentir era malo —deje de cortar las piezas de pan por los recuerdos y su voz decaída al final.

 

Hace tres años el mundo para nosotros dio un giro inesperado. Todo lo que conocíamos se vino cuesta abajo; nuestra vida diaria terminó de un día al otro. Experimentamos tantas emociones y escenarios en veinticuatro horas. La principal de todas fue la muerte de nuestros padres.

 

Yo solo tenía quince, mi hermano nueve, él sufrió más que yo la muerte de ambos. También lo hubiera hecho pero teniendo una nueva responsabilidad, me prometí intentar ser fuerte. Por el único familiar que le daba sentido a levantarme mañana tras mañana, sobreviviendo en este nuevo mundo sin salida para nosotros.

 

—Y tenía razón. Mentir es malo —lleve los platillos con las rebanadas más la mermelada—. A no ser que sea excesivamente necesario, o por una causa superior.

—¿Una mentira blanca? —sus ojos castaños iguales a los de mamá me observaron fijamente.

—Una mentira piadosa para decir algo falso dirigiendo a la verdad. Esas mentiras no son como las crueles que están dichas para perjudicar causando un mal. ¿Comprendes?

—Algo así —apretó los labios—. Por ejemplo: si te digo que no tengo hambre para ahorrar la comida… ¿esa es una mentira piadosa? Porque quiero que no pasemos hambre después.

—No, esa es una mentira perjudicial porque el alimento es necesario —empuje el plato y servir el líquido cristalino en el vaso—. Aliméntate.

 

—Pero ya no tendremos más comida —observo la cocina y los recipientes—. Ya no hay comida.

—Tenemos tubérculos —señale la canasta de mimbre en una de las esquinas—. Iré al mercado de cambio para conseguir otros víveres necesarios. Así que no te preocupes del alimento y mejor come.

Dudo unos segundos pero al final, como una bestia hambrienta empezó a devorar el pan. Realmente tenía hambre. Lo observé masticar mientras le daba algunos sorbos al agua. Esperando su distracción, con cautela coloque la mitad de mi porción en su plato casi vacío.




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