El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 7

 

Cambios

 

 

Abrí los ojos violentamente sacando todo el aire que parecía guardar en mis pulmones. No sé en qué momento me había quedado dormida o inconsciente. Posiblemente solo dormía teniendo sueños de recuerdos pasados, posteriores a los momentos donde todo cayó en picada. Como extrañaba mi vida…

Presione mis dientes al sentir el mismo dolor aniquilador en mi espina dorsal. No tenía idea del tiempo que estaba soportando esto; a veces era constante sin dar indicios de terminar, y en ocasiones existía un largo espacio en el que el dolor desaparecía como si nunca hubiera estado ahí. Estaba agotada, demasiado agotada, por ello en los momentos que paraba mis ojos débilmente se cerraban. Mi cuerpo mismo exigía un descanso, solo para ser despertada por el mismo dolor agudo minutos u horas después. Ni yo misma comprendía del como estaba siendo capaz de soportarlo, porque en momentos ese dolor era tan intenso que derramaba lágrimas retorciéndome en un tonto intento de menguar las dolencias. Si seguía así no iba a aguantar.

Mi sufrimiento fue amortiguado por la puerta de la habitación solitaria que contaba con solo una cama y nada más. Incluso la habitación era deprimente.

 

—Pronto acabará —Acompañada de esa voz cálida vino un paño húmedo que recorrió mi rostro quitando las lágrimas secas y el sudor.

Fue inevitable cerrar los ojos sintiendo alivio por el toque frío de este.

—¿Cuánto más, Marck? —escuchaba la clara ronquedad de mi garganta.

—Algunas horas —Escuchar eso no ayudó en nada. Silenciosas lágrimas se desprendieron de mis ojos. Tampoco hice el intento de retenerlas. —Ya lo soportaste más de quince horas. Podrás lograrlo Minerva —sus palabras de apoyo sonaban demasiado confiadas hacia mi capacidad—, lográndolo deberás soportar la transformación y en ese momento debes ser fuerte.

—No quiero —susurré mirando fijamente sus iris ámbar en un suplicio silencioso pidiendo que hiciera algo—. Marck...

—Minerva, no hay nada que pueda hacer en estos instantes —extendió la mano haciendo el mismo movimiento que mi madre hizo aquella noche. Posando sus dedos sobre mi cabeza, dando caricias de afecto. Aquello de alguna forma fue doloroso recordarlo porque ella ya no estaba conmigo—. Pero te aseguro que si lo logras tendrás un futuro maravilloso. Lograras lo que tanto anhelas: ir a lado de tu hermano. Serás capaz de protegerlo y nunca, nunca separarte de él —Eso era lo que tanto quería. ¿Cómo lograba manipularte de esa forma? Tocando mi punto débil. —Además —miro hacia la puerta sonriendo suavemente—, Kaled está afuera esperando por ti. No querrás decepcionarlo —Quisiera verlo pero Marck enfatizó que nadie aparte de él podría ingresar. Tampoco pregunte del porqué. —Ha extrañado a su amiga en todo el día.

Debía de haber adivinado que Kaled le contaba todo a Marck, después de todo desde que lo conocimos ambos hemos llegado ha sentir una confianza única. Que a pesar de intentarlo, sobre todo yo, en no confiar tanto en un Lycan como lo era él, fue inevitable. Sentia ese lazo de confianza fortaleciéndose a su lado.

 

—Dile que yo también extraño a mi amigo —No creía volver a utilizar un término similar a lo posesivo al declararlo mío pero Kaled ya lo era. Mi mejor amigo y el único.

—Así lo haré —paso una última vez su mano por mi cabeza mirándome con confianza—. Lo lograrás.

Finalizó seguro de lo que decía dándome la espalda, marchándose. Dejándome en una inevitable soledad cruda y silenciosa. Una soledad rota solo por los sollozos que deje salir al percibir una nueva oleada de eternos dolores que iban a iniciar. Iniciar sin un final programado.

 

 


Kaled.

Mordí mis dedos de forma ansiosa. Estaba preocupado. Muy, muy, demasiado, excesivamente, preocupado.

Y esa fea preocupación que se sentía atornillar en el pecho volviéndose en miedo eran por dos motivos con títulos y todo. El primero: Minerva. El segundo: falta de uñas.

—Malditos tics ansiosos —hablé solito como siempre lo hacía mirando mis dedos que se estaban quedando sin uñas.

Tenía esa costumbre mala desde que… Nop, la verdad no recuerdo desde cuando, solo sé que cada vez que estaba nervioso, asustado o ansioso mis dedos ya estaban en mis dientes siendo masacrados, como víctimas las uñas. Era un problema que debía solucionar pero no sabía cómo superarlo. De hecho un profesor una vez me dijo que debía ir a terapia o un psicólogo para solucionar esos tics anormales. El problema: yo no tenía, ni tengo dinero para ir con uno de esos trabajadores, además de que traumaría al señor psicólogo con mis problemas y yo no quiero eso.

 

Dejando de pensar en el pobre señor o señora que traumaría con mi mentalidad infle mis mejillas mirando el pasillo fuera de un cuarto que no conocía pero que sabía que ahí se encontraba una persona importante, mucho más desde que me abrazó diciendo palabras muy lindas para ella. Porque Minerva era algo fría con sus sentimientos. No debía ser muy listo para notarlo.

Dejé salir todo el aire pensando que era raro que nadie transitara por aquí. Ninguno de esos soldados con ropa genial y cola... Reí al imaginar a los soldados con una cola de perro, aunque sería de lobo pero cual es la diferencia.

 

Sería divertido ver eso.

 

—Veo que te diviertes estando solo —Esa bonita voz dejo a un lado mi loca imaginación y todas las ideas igual de locas que tenía a veces.

—Hola —No pude evitar sonreír al verla acercarse. —Leila —Me hacía feliz por fin saber su nombre, todavía mejor hacer que me notara y estuviera aquí hablándome.

 

Estando a un solo paso de distancia se fue directo a sentar a mi lado, en el suelo, como yo lo hacía desde hace un par de horas. Evité mucho el mostrar nervios ante su cercanía. No sé que era lo que me sucedía con ella solo mis sentidos reaccionaban un poco alborotados y extrañamente escuchaba el latir de mi corazón… Tal vez estoy enfermo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.