El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 13

 

La crueldad del destino

 

 

Suavemente pase la palma de mi mano por el brillante pelaje casi dorado de aquel majestuoso animal. Sonreí ante la manera tranquila que se comportaba, otorgando a quien sea a acercarse. A comparación del otro caballo negro muy conocido por esa conducta rebelde que poseía. Este contrario al mismo que acariciaba relinchaba en desagrado, parándose sobre sus patas traseras, obligando a los soldados a apartarse.

Si no fuera por la persona conocido como su dueño se lo podía confundir fácilmente como un salvaje.

 

—¡¡Me voy a caer!! —El grito exagerado se escucho por todo el patio. Ante ese grito exagerado, posiblemente el mismo Demetri debió escucharlo.

 

—¡No te vas a caer! ——Algunos soldados no evitaban el reír por la escena que yo no la veía, pero que podía imaginar lo que ocurría, pese a suceder a mis espaldas. —¡Kaled, ven aquí!

—¡¡Nunca!! —una ventisca paso de largo a mis espaldas— ¡No me subiré a ese animal! ¡Es más grande que yo! ¡Me romperé el cuello!

 

Negando, sonreí también imaginando lo dramático que llegaba a ser… siempre. Lo bueno de esa singular característica suya era que a nadie le molestaba su actitud, muchos reían ante ello.

Kaled sin duda podía agradar hasta a la persona más sanguinaria como Demetri… A Demetri le agradaba bastante Kaled, palabras de Erik en los entrenamientos privados que teníamos, era agradable conversar sobre temas banales y no siempre de los estudios que ofrecía. Claro que tampoco me…

 

—¡¡Cuidado!!

El repentino grito obligó a dejar mis pensamientos e hizo que quitara toda la atención que le estaba dando al caballo.

 

Una inspección rápida fue suficiente para notar a varios metros. En el sector que permanecía distante ese caballo negro relinchaba parándose en alto, dejando apreciar lo espectacular que se veía pero lo terrible que se convertiría la escena si sus patas delanteras tocaban el suelo, o más bien a la persona de espaldas a él arrodillado que sostenía asustado el brazo de una Leila tirada en la tierra con una mueca adolorida.

No note cuando había llegado hasta ellos, interponiéndome entre el golpe de esas patas y el cuerpo de mi amigo que no notaba lo herido que también saldría si seguía ahí.

 

En medio de ambos, estando al tanto de lo que pasaría, cerré los ojos encogiéndome en mi lugar, esperando recibir el golpe.

Si tenía suerte saldría con alguna fractura pero si no la tenia… posiblemente tener parte Lycan ayudaría a no salir tan mal.

 

Aceptando lo que sucedería esperé, esperé y esperé, pero por más que esperaba el duro golpe que debía recibir nunca llego o por lo menos no lo sentí

 

¿Que ha sucedido?

Esa voz me obligó a abrir los ojos descubriendo un distinto escenario al anterior.

No le di relevancia a los soldados a los alrededores con las expresiones de asombro, pasando de manera rápida a una de sumisión por la persona que apareció cuestionando sobre el acontecimiento que tampoco entendía.

El caballo de actitud rebelde estaba delante de mi quieto y sereno, poniendo una inquietante atención en mi dirección.

¿Acaso desistió en golpearme?

 

—Señor, su caballo... —trato de explicar uno de ellos dando un paso por delante, cruzando la vista entre el animal y yo— se precipitó cuando River se acercó demasiado sin querer. Luego Arévalo vino y también pretendió atacarla pero a último segundo su caballo… él… repentinamente retrocedió calmándose.

¿Retrocedió? Lo agradezco pero porqué lo hizo.

 

Negándome a pensar en ello ignoré a todos ante un suave quejido adolorido. Me di la vuelta concentrando mi atención en Leila aún en el suelo, siendo el blanco de los ojos esmeralda que mostraba todo el pánico en el rostro.

—No es nada —Fue un inútil intento de tranquilizar a Kaled pero todo se desbordó por el pequeño movimiento de su brazo y la queja mayor que dejó escapar.

 

Al igual que Kaled me preocupe a su lado, mirando más de cerca el sector purpura que iniciaba a tornarse. 

—Llévenla con Marck —ordenó con la habitual voz plana—. Los demás partimos de inmediato.

Kaled pretendio refutar su decisión pero Leila sujeto su brazo, negando y mencionando que estaría bien. Como alguien razonable sabía que de nada serviría contradecir al Comandante, mucho menos cancelar la expedición lejana que se haría por este percance. No les preocupaba nuestra insignificante presencia de todos modos, ni siquiera sabía entonces porque nos llevaba.

 

—Cuídenla bien —dijo al momento de que uno de los soldados la ayudó a levantarse.

Alejándose volteo momentáneamente dándonos una suave sonrisa para serenarnos.

 

Perdiéndose Kaled suspiro preocupado acercándose al caballo que le asignaron, aún temeroso pero con más valor del que tenia antes, simplemente porque el sentimiento de preocupación debía ser más sobresaliente.

 

El siguiente paso que pretendía dar fue detenido por la persona que menos quería entablar conversación, mucho menos ver.

—¿Te encuentras bien? —Agarrando valor respondí sin mirarlo.

—Sí, Comandante —Suponía que su pregunta se debía a lo sucedido con su malhumorado caballo. —Con permiso...

Queriendo escapar esta vez si logré dar más de dos pasos. Logré hacerlo pero no escapar.

 

—Minerva.

—¿Sí Comandante?

Oír como se acercó a pasar por mi lado y quedarse delante de mi solo hizo que quisiera suicidarme.

—Huyes de mi.

No sabía exactamente si esa era una pregunta o una afirmación.

—Yo… no. ¿Por qué lo haría?

 

Mantuve todo el tiempo mi vista en otros lugares, como la tierra debajo de nosotros, la pared del muro a unos metros… incluso el caballo se me hacia lo más interesante de ver.

—¿Por qué lo harías? —Un nuevo paso hacia mi me obligó a apretar las manos. —¿Por qué tu mirada también lo hace?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.