El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 21

 

 

Entre bestias

 

 

Hice más presión en mi mano que tenía formado un puño detrás de mi espalda, reteniendo todas las emociones que deseaba expulsar, ante un nuevo escenario en un ambiente diferente al de esta mañana.

 

El salón del trono, al que regularmente me mantenía el mayor tiempo del día de una semana completa en mi nuevo puesto como Escolta del Rey Demetri.

Era difícil lo admito, aun no podía llevar bien el ritmo de muchas cosas y tampoco lograba acostumbrarme a los actos que se cometían aquí. No sabía que tan sádico podía ser Demetri.

No lo supe hasta una interrogación que hizo el primer día que llevaba como Escolta. No lo imaginé hasta ver como a la persona interrogada que decía no saber nada, se arrodillada en medio del salón suplicando piedad. No lo asimilé bien cuando la sangre inició a salir de su boca, nariz, oídos y ojos, seguido de sus gritos de miedo y su pronta muerte por un desangramiento espantoso.

Fue horrible. Fue más horrible saber al final del día que toda esa sangre fue producto de una simple mirada infernada que Demetri manejaba. Sus ojos, sus ojos habían causado lo sucedido. Él lo mató…

 

—Si sigues temblando, harás que falle —advirtió en burla recordando la escena trágica que se desataba ahora—. Y no será mi culpa si por accidente atravieso tu cráneo.

Demetri estaba a poca distancia del final de los escalones que subían a la silla del trono. Vestía habitualmente elegante y magnífico con los típicos colores oscuros y metálicos, luciendo asombroso con una postura perfecta de un arquero experimentado como ahora lo era al tener un arco metálico en posición y una flecha brillante en tiro, tensándose por una fina cuerda resistente.

Esa era la imagen que un artista lo nombraría como: el poder del infierno y al otro lado del salón, a varios metros alejados, al condenado en la miseria.

 

—Suelo ser un buen arquero pero ahora es una tarea complicada llevar a cabo —levantó la comisura de sus labios, estiró más sus brazos—; tiemblas demasiado, linda.

Manteniendo su sonrisa liberó la flecha dejando que recorra una distancia de ocho metros, donde al final, la punta atravesó una manzana posicionada sobre la cabeza de una mujer joven que cerraba los ojos con fuerza, mientras lágrimas gruesas recorrían sus mejillas.

 

Dejé salir un suspiro por la nariz. Un suspiro que no sabía que retenía por la expectativa de que el tiro pudo haber fallado y realmente atravesado su cabeza. Gracias a la habilidad de Demetri no fue así; la flecha se clavó directo en las puertas principales en un sonido seco.

 

—Vamos, deberías alegrarte en lugar de lamentarte. Continúas con vida —extendió los brazos alentando de una psicópata manera a la mujer que había caído de rodillas presa del pánico—. Por favor. Haces que no sea muy divertido esto —Aún me era impresionante escuchar de alguien decir que esto era divertido. Realmente… —Mejor traigan a alguien más. Alguien que pueda mantenerse en pie.

Aburrido, extendió la mano a un lado, pidiendo otra flecha a un soldado que sostenía varias de ellas, en una funda de cuero blanco con un estampado de un lobo muy diferente a la insignia que representaba a Demetri.

Curioso.

 

—¿Saben? Siempre he tenido un buen control en armas con mi mano derecha, pero la izquierda… —observó sus dedos libres de protectores en el dedo índice y pulgar que sí tenía en la otra mano— podría ser un buen momento para practicar.

Controlé aún más todos los nervios y pánico que querían salir a la luz desde mi interior. No podía, no podía hacer nada, ni siquiera moverme mucho. Debía mantener la misma postura que los otros nuevos escoltas tenían o como los soldados en el salón, incluso la General Aragón que solo desviaba la miraba pensando supongo que ver al otro lado de las ventanas eran mejor que ver todo esto dentro de las cuatro paredes de piedra.

 

Trajeron a una nueva víctima, un hombre maduro de altura y una mirada nula. Contrario a la anterior, él no temblaba ni mostraba temor alguno, solo su aspecto se veía más deteriorado.

 

—Ésta es una adecuada presa —felicitó sin mirar al sujeto—. Puedo sentir bastante fortaleza, aparte de… —giró el rostro a un lado levantando el mentón pensando— odio y enojo —Ahora le otorgó una mirada típica de burla. —Por qué será. ¿Las instalaciones en las que te mantienen no son de tu agrado, para albergar sentimientos tan negativos?

Es obvia su burla e ironía.

 

Ninguno esperó que respondiera, así como fue, ninguno realmente creyó que respondería.

—¿Qué me dice usted? ¿Sus sentimientos negativos no fueron acaso los que lo llevaron hasta aquí… Alteza?

El salón quedó en silencio. Un silencio de un trágico desenlace, por lo que se veía.

 

—Pareces estar algo confundido en como dirigirte a tus superiores —Podía escucharse como una simple llamada de atención, pero era peligroso como expresiones serias endurecieron su rostro.

—Me dirijo a usted como lo que es, Alteza. Porque usted no es un Gobernante, no tiene porque ser llamado Majestad. Ese título le pertenece al verdadero Rey.

La fortaleza de su palabra y la convicción en sus ojos, terminó al segundo de que una flecha se clavo directo en su pecho atravesándolo, justo en su corazón.

 

Apreté aún más el puño tras mi espalda, desviando la mirada de la sangre que empapó sus ropas, igual que de sus ojos perdiendo el brillo de la vida, hasta solo oírse un cuerpo cayendo en otro sonido seco.

Era aterrador oír como su corazón fue cortado en un instante. Era terrible sentir como la sangre dejó de bombear en sus venas, volviendo todo su cuerpo en algo frío. En algo no vivo.

 

—Sí, necesito practicar realmente —suspiro como si fuera una desgracia—, quería dar en medio de sus cejas pero… fallé —La decepción en su tono era… —Minerva —Ante el llamado de mi nombre levanté la cabeza viendo parte de su perfil y espalda. No quise ver más allá de su posición. No deseaba ver el cadáver en el salón. —acércate.




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