El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 25

 

 

Imponiendo decisiones

 

 

—¿Quieres algo más? Tal vez agua, un licuado, limonada, batido, helado —ofreció varias opciones—. Pide cualquier cosa y lo conseguiré para ti.

A su amplia disponibilidad, sonrió con calidez y un brillo pequeño que aparecía siempre en sus ojos plateados. Solo para Kaled.

 

—Estoy bien con esto, gracias —continuó ingiriendo una especie de pasta marfil que Marck le obligó a comer antes de retirarse e informar a Demetri de su estado.

Estábamos más aliviados por verla despierta; sentada con un par de almohadas blancas tras su espalda y menos vendajes de los que tenía el primer día. Iba recuperándose bien. Eso fue un alivio.

 

—Es bueno que estés consciente, Leila. Estábamos preocupados. No entendíamos mucho porqué no despertaste luego del estado delicado del que saliste.

Pronuncié en alto un poco de lo sucedido estos días. Del hecho preocupante de su continuo descanso y su tez pálida y demacrada manteniéndose… todavía.

 

Ingirió la última porción del plato, siendo rápidamente apartado de sus manos por un Kaled excesivamente servicial, teniendo como recompensa otra sonrisa que lo hizo más feliz.

—Hasta es extraño para mi que no haya despertado en casi una semana —extendió los brazos, recogiendo su cabellera castaña oscura a un lado—. Lamento haberlos preocupado —se disculpó dándonos una mirada cálida. Las cuales se reservaban para momentos.

 

Negué a su disculpa. —Lo importante es que estás bien —De reojo observé a Kaled, acuclillándose a un lado de la cama. —Kaled era el más preocupado de todos. Se quedó aquí todos los momentos libres que tenía —fingí ignorar la mirada de iris esmeralda entrando en pánico—. Incluso te leyó un libro.

Ante este gesto real último que revelé, Leila volteó a mirar a mi amigo que volvió sus mejillas en tonos rosados con una mirada tímida y baja.

 

—¿En serio me leíste un libro cuando los detestas?

—Sí… Bueno, más o menos —El tono pequeño de su voz y el desvió de su mirada, fue dulce. —A ti te gustan, así que creí que sería bueno… para ti… y para Minerva, porque ella también se quedó a cuidarte…

Dejó todo titubeo, al instante de que la mano que descansaba a la orilla del colchón, tomó la suya.

Lo que no terminó, fue el sonrojo más pronunciado, extendiéndose hasta su cuello.

 

—Había olvidado lo que era cuando alguien se preocupaba por mi —suspiró—. Gracias, a los tres —Referirse a Marck también fue lo más sensato, porque él estaba igual que nosotros dos.

Aunque, ahora que lo recuerdo… —Silvia... ella también preguntó por tu estado un tanto de veces —frunció rápidamente el seño.

—¿Silvia? ¿La Barbie? —asentí aún no estando de acuerdo con ese apodo que ella le puso— Es más raro que sorprendente que ella esté preocupada por mi. O tal vez esperaba que le dieran la feliz noticia de mi muerte.

Volví a estar en desacuerdo a sus palabras, pero estaba también animada ante el retorno de su característica personalidad fila.

 

—De hecho ha estado rara estos días —informé—. Parece preocupada y asustada. Apenas molesta a otras chicas y dejó de hablar mal a las espaldas de otros. En resumen: pasa algo con ella. Ómar no los confirmo hace…

Silencié de golpe al recordar algo importante que Kaled también recordó. Anunciándolo con su mirada en la mía. Saliendo de su aturdimiento por ser tomado de la mano por la chica que le gusta.

 

—Mierda —se levantó de golpe con los ojos mas abiertos de lo usual—. Acabo de recordar algo importante que olvidé —retrocedió unos pasos, entrando en crisis, mal disimulada—. Minerva… ¿me ayudas?

—No creo que pueda. Además, tú lo ataste y tú tienes que desatarlo ahora.

—¡Y tú lo dejaste! —chilló tan pronto a mi negativa de auxilio.

—No lo dejé… —desvíe la mirada, murmurando— solo me olvidé de él.

Técnicamente si lo había dejado, porque fui la última en salir de ese lugar, pero… ¡Pero Marck y Kaled se olvidaron de Ómar primero!

 

—Si me mata, tú te harás responsable de juntar mi cuerpo mutilado —exageró, como siempre—. Y deberás llevarme rosas todos los días. No olvides los feriados ni los fines de semana. Tampoco llorarme por haber perdido a tu gran mejor amigo —también hizo un drama demás.

Como un animal yendo al matadero, se dirigió a la puerta con cierto dramatismo, abriéndola y volteando en el último instante. —Recuérdenme como a un héroe. Un héroe que… —decidí por acercarme y empujar la puerta, dejándolo afuera— ¡Voy a volver del más allá por ti, Minerva!

 

Sin perder el sentido de gracia, retorne a la parte final de la cama, encontrando a Leila confundida y curiosa.

Respondí a su curiosidad caminando a un lado, sentándome en la orilla con un suspiro. —Kaled creé aún que Ómar fue el autor del ataque de esa noche —sacudí la cabeza—. Lo encadenó y quiso que confesara lo que había hecho, pero no tenía sentido que él fuera el atacante, ni el que te lastimo.

—Ciertamente estás en lo correcto —Lo sé. —Es ilógico que un Convertido de entrenamiento bajo, fuera capaz de moverse tan rápido y acabar con varios en un parpadeo —observó a través de una ventana en lo alto de la pared. Ida en sus pensamientos.

Siendo ésta no la única vez en notar algo extraño en Leila, me decidí por preguntar con cuidado sobre esa noche. —¿Qué sucedió?

 

Bajó la cabeza unos instantes para girar lentamente la cabeza hacia mi dirección, guardando una mirada de preocupación.

—Una locura —suspiró—. Una completa locura de alguien que parecía haber perdido todo control de sí mismo —volvió a mirar la ventana con un cielo azulado al otro lado—. Fue abrumador sus sentimientos: la decepción, el dolor, el odio… —negó— masacró a todos, sin compasión.

Traté de leer entre líneas en las que hablaba pero no entendía. —Leila…




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